ANTIGUOS POBLADORES Y SU RELACIÓN CON EL MEDIO.12 (*)

 



 

A todo esto que han sido vivencias familiares les vamos a agregar experiencias colectivas:

Llega la primavera y los compadres del campo envían a los de la ciudad un cordero guacho. ¡Qué le daremos de comer! Primero mamadera, es muy chico y ha perdido su madre. Después cuando comience a pastorear encontraremos a alguien de la familia que encare la tarea con responsabilidad. Le pondrá un nombre y ahí andará con su cordero en una  soguita.

Un día la maestra se entera que hay un chico que tiene un cordero como mascota, y le pide confidencialmente que lo traiga al día siguiente para que lo conozcan los demás. ¡Al tercer día cada cual que tiene aparece con su animal, y la escuela es un corral!


A fin de año tanto amor corderil va a parar al asador. Si alguno se salva, por imperio de los llantos infantiles, al se volverá viejo y mañoso.

Alguien ha traído un zorrito del monte, una hermosura, de pronto crece y es terror del gallinero. La piel se conservará buscando quien va a curtirla.

Otro llegó con un chulengo. ¡Que maravilla! Pero cuidado que escupe. Llegan de todos lados para sacarse fotos, pero un día también llegan perros indeseados que lo dejan moribundo. Se lo sacrifica. Termina en milanesas.

Un pingüino curioso entra en el pueblo y alguien con coraje ante sus picotazos se atreve a llevarlo a su casa, vive entre las gallinas pero no come. Un marino cuenta que no está acostumbrado a estar solo, le colocan un espejo, viendo su pobre imagen es feliz. Un día se levanta enojado y de un golpe destruye su imagen. Se lo lleva a la playa donde se lo condujo  más de una vez y siempre se ha quedado. Esta vez no.

Y en la playa la vida comienza a tener otro sentido, un sentido generoso.

Tomamos lapas de mauchos y vamos a tener empanadas en casa. Juntamos mejillones que comeremos con arroz. Pescamos róbalos enormes, aunque se ha venido a sembrar truchas, las truchas gustan al pescador porque le hacen pelea, pero el róbalo, en manos de un buen cocinero, es mucho más gustoso.

Los mejillones grandes, las cholgas había que buscarlas en el Paso que lleva su nombre, y saliendo hacia el sur por la zona de Cabo Peñas las centollas salían al encuentro de su muerte y los pulpos se aferraban en el fondo de las piedras.

Había que saber de estaciones,  de lunas y mareas; no se podía caer en cualquier momento, casi nadie tenía un automóvil y la excursión se hacía multitudinariamente sobre la camada de algún cachirulo.

Con las centollas regresaríamos triunfantes, calentaríamos grandes tachos en el patio donde las sumergiríamos vivas. Después vendría la menuda tararea de extraer su carne sabrosa.

El mar era generoso con la gente de nuestra tierra, y todo lo que crecía a su lado se contagiaba de esa prodigalidad. El frigorífico, en época de faena, despedía en canaletas de madera, en medio de agua hirviente, las menudencias que engalanarían nuestras parrillas. Si no llegábamos nosotros llegarían los peces y los pájaros.

Primero las sardinas, tras las sardinas los pejerreyes, y para comerse a estos las merluzas. Hoy hablaríamos de cadena trófica, en aquel entonces hablábamos de comida gratis.

Los pájaros, hoy objeto de atención turística, eran entonces los que depositaban sus huevos en la zona de la costa. Se podía salir tras su nidales para hacer toda una cosecha, eran un tanto más pesados que los de gallina, el hígado hablaba de ellos de esta manera, pero los jóvenes espíritus de entonces, sobre todos los de la Misión -que hacían de esta caminata la denominada Cena de la Providencia-, festejaban alimentándose  grupal y económicamente para el Día de la Candelaria. Si en vez de huevos encontrábamos polluelos, ¡a ellos con nuestro apetito!, con un poco de paciencia nos alimentaría la polenta con pajaritos.

Estas salidas colectivas no eran eludidas casi por ninguna familia, recuerdo hasta una vez en que fuimos al Cabo a comer ballena. Don Ramón Balverdi capitaneaba un grupo que cortaba grandes lonjas, otros armaban una parrilla donde se preparaban los grasos bistec; y don Ramón que se lamentaba: -¡Esta semana no voy a abrir la carnicería!

En forma más aislada, pero congregando un sinnúmero de familias, se daba la recolección de achicoria. Las mujeres inclinadas con su bolsa tejida, su cuchillito, y la popa al viento al costado del camino, pensando en la ensalada te tenían por delante. Después vinieron con las prevenciones contra la hidatidosis

 

 

 

 

 (*) Recuperamos en el tiempo esta conferenciada dada el viernes 18 de noviembre de 2011, en el hotel atlántida, como parte4 de la CELEBRACION DE LA OBRA DE SAN VICENTE

DE PAUL EN RIO GRANDE

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