La Cosecha


Para llegar ha ella primero  hay que haber sembrado.

Y no solo eso.

 Se parte de una experiencia, del conocimiento de la tierra, del riego apropiado –natural y/o artificial- del cuidado del espacio en el cual prosperará la siembra.

 El ser agricultor representa en estos casos una valía que se mide a cada altura del año, y que es –en resumen- recrear ciclos de vida.

 Los hombres que se aventuraron a este sur llegaron en cierta hora en la cual se marchaba del campo a las ciudades, pero ellos eligieron este rumbo... y aquí la ciudad era un proyecto, y el pueblo era campo, y el campo pastoril, y entonces... ¿qué hacíamos con nosotros?

 Algunos se convencieron fácilmente sobre aquello de la aridez, el viento y el frío, la falta de luz, como un factor determinante de frustraciones para la siembra.

 Otros se obstinaron aun con especies vegetales que semillaban en sus bolsillos en el momento de la migración, y trataban que aquí prosperara el mismo verde de su cuna.

 Al fin se daban las cosas. La Tierra del Fuego no estaba negada para el agricultor, la quinta era un espacio de sorpresas que diversificaba por algunos meses la dieta del hombre, la chacra era del tamaño de un sembradío mayor, el del forraje, tributario de los animales en años que estos eran también –bueyes y caballos- esenciales fuerzas de transporte.

 Y al fin llegaba la sorpresa, de ver sudar bajo el cielo austral al hombre de la guadaña, justo a la hora de la cosecha.

 

La guadaña símbolo de vida, icono de muerte. Casi lo mismo, si se quiere

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