Domingo Granja y algunos poemas anónimos.

 


Granja Bello, el primero de ellos, llegó de España luego de algunas laboriosas escalas sudamericanas al filo de los 60.

Era según se decía gallego, aunque los límites geográficos no eran tan estrictos entre nosotros para saber si acertábamos en la identificación.

Tuvo una carpintería sobre la avenida San Martín, en sociedad con Ramón Trejo Noel, y tuvo un incendio.

Retomó una actividad industrial levantando un galpón en la calle Fagnano al 700, con lo cual siendo niño comencé a conocerlo. Era la fábrica de mosaicos con los que comenzaron a mejorar sus apariencias las principales arterias de aquel Río Grande.

Ya habia traido al hermano, cuñada y sobrina y alquilaba la casa de los Ferrando en la intersección de Belgrano y Elcano.

Puso la funeraria, a la vez que formó un equipo de fútbol -con mayoría de sus empleados- vistiéndolos con la camiseta del Santos de Pelé.

Instaló una Ferreteria, compitiendo de esta manera con los Sevillano y Fernández Zapico.

Para el verano del año 72 tuve con ellos mi primer trabajo. Como era buen dactilógrafo trabajé en la elaboración de certificaciones de servicios para obras que realizaba para gobierno en la zona rural; destacamento José Ménéndez y Puente Justicia, hostería San Palbo. Estaba bajo las ordenes de Gonzalo Verategua que me entregó la papelería en una bolsa de arpillera y que con el tiempo fuí transformado en prolijos biblioratos.

Mi primer cobro fue después de carnaval, porque si me pagaba antes -eso dijo Domingo- me lo gastaría todo de boliche en boliche.

Todavia no estaban de moda los chistes de gallegos pero circulaban anécdotas graciosas que lo tenía como protagonista; como cuando compró un barco, el Karina, y entonces se dijo: "Domingo, sos un Long Play". 

No voy a estar toda esta mañana contándoles historias sobre Domingo, pero me siento tentado. Una vez construyó los nuevos calabozos para la policía, y en la jornada que entregó la obra se peleó con uno de sus trabajadores -Patas blancas-y se fueron a las manos. Terminaron siendo los que inauguraron las dependencias. A la noche encargó comida a lo deFiori, conserje del Social, para los dos, y les dejaron pasar una botella de vino. El servicio lo pagó Granja, lo desfrutaron los dos presos cada uno a su celda. Al día siguiente debieron desfilar al juzgado de paz, con una multa que pago también don Granja Bello. Recuperada la libertad el patrón despidió al insurrecto.

Tenía en su casa dos cuadros, uno del Generalísimo y otro de la madre, que alguien debe tener a buen resguardo. Eran esos óvalos pintados sobre fotos carnet o algo parecido, todos con la misma corbata o la misma crucesita. 


Bueno, pero que estamos recordando en este momento. Que había días en el año, en circunstancias mucho más recientes, en la que en el diario Tiempo Fueguino, un verso que elogiaba su fervor y sus éxitos mercantiles. En El Roca, lugar donde había sido cliente ocupando las mesas principales, se discutía sobre quien podía ser el autor. Hasta se llegó a decir que las mandaba a publicar el mismo.

Con los años se había instalado en Buenos Aires donde manejab sus negocios a gran escala. La salud no lo acompañó y un día ya se dijo que no podría volver.

Alguien captó su elocuente andar por esas calles de Dios.






1 comentario:

Nishi dijo...

Gracias por estas palabras. Intuyo que es la manera en que le hubiera gustado que lo recordasen.