Daniel Zapata en vuelo equivocado.

























Se hace necesario realizar algunas presentaciones, el Daniel de estos recuerdos parece en dos caracterizaciones: a la derecha con estampa cordobesa, a la izquierda con gesto suizo. Y lo demás es parte de una historia, una leyenda, y una forma que tenía de hacerse querer..

Otro lugar en el mundo…

Hay negocios que suponen ciertos sacrificios. Mientras una mayoría piensa en partir de la isla, hay otro que por la naturaleza de su actividad deben quedarse para atender los turistas. Y en muchos casos los turistas no llegan.

Pero aquella tarde el viento dibujó la forma inclinada de uno de ellos, identificable por la colorida indumentaria, los anteojos oscuros y la cámara al cuello. A la altura del Leandro N.Alem enfiló oblicuamente hacia la puerta de la chocolatería, vendría recomendado buscando un souvenir, o lo mejor ¡con hambre!. Cuando ya estaba saliendo de la plazoleta esquivando el escaso tránsito de aquel momento Daniel se fue para la cocina y le pidió a la empleada que saliera a atenderlo. La mujeres son en eso mejores vendedoras, mejores vendedoras ante el desconocido.

Desde el otro lado de la pared de madera sintió abrirse la puerta, los saludos, y enseguida las desinteligencias. El cliente no hablaba un idioma conocido por la empleada, y la situación comenzó a dilatarse sin compra alguna. Entonces Zapata invadió el terreno con la mejor de sus sonrisas, una sonrisa que dejó al visitante estupefacto. El dueño de la chocolatería le hablaba y le hablaba ensayando aproximaciones discursivas en inglés, aunque ya se había dado cuenta que estaba ante un alemán de mediana edad que no salía de su asombro: lo miraba y lo miraba, repitiendo su nombre -¡Daniel! y luego unas palabras que no podía comprender. Pasó un rato más que largo y el alemán se reía nerviosamente. Daniel le armó una pequeña cajita con el surtido de su producción y trataba de explicarle lo barato que era. El alemán a los gestos pidió permiso para fotografiarlo, y luego consiguieron que la empleada los retratara juntos. Eran tiempos en los cuales las cámaras todavía no habían entrado en la etapa digital, y eran un tanto difíciles de manejar; por lo que requirió tres fotos hasta que estuvo seguro que se había conseguido una imagen correcta.

Al fin sintieron consiguieron que el visitante se fuera, con cierto alivio, aunque el hombre quería vuelto en su moneda, no en la nuestra. Pero Daniel dijo que se lo lleve, como un obsequio, un adicional en sus gastos de propagandas. Y el alemán volvió sobre sus pasos recorriendo el mismo trayecto oblicuo que lo había colocado en su negocio.

La sorpresa vino al día siguiente. Mientras preparaba los últimos desayunos vio como estacionaba frente a Mama Flora, por la calle Obligado, el enorme colectivo rojo y negro y su trailer-hotel. Ese transporte que una vez al año y desde hacía por lo menos treinta, venía haciendo las rutas del sur ofreciendo en su vagón las comodidades que llevaban a los turistas a aprovechar mucho mejor su tiempo.

Serían cuarenta los suezo-alemanes que invadieron el salón de ventas. Se dió cuenta de la identidad por la banderita. Todos repetían el asombro inicial del visitante del día anterior que se reía y se reían mientras los demás no salían del asombro De pronto todos comenzaron a sacar de sus cinturas dinero argentino, y algunos con mayor conocimiento del idioma nacional señalaban con el dedo lo que querían y decían: -“¡Deme dos!

Y después venia la obligada sesión fotográfica con cada uno de los concurrentes que para entonces eran todo jo-jo-jo. Eran casi todos gente mayor, y Daniel se sintió feliz entre ese contingente de papá noeles.

La noche anterior nada había dicho a Susana y Agustina del alemán que lo había visitado y se había ido sin pagar; pero hoy era diferente: cerró la chocolatería antes de tiempo y se sintió bendecido por la vida. ¡Y por los suizos!

Noticias del primer mundo…

Pasó la temporada y lo vivido en aquella jornada por Zapata no se repitió, pero le había servido de tema de conversación con tantos amigos que pasaban por la mañana a tomarse un café con el para contarle que estaban por viajar, o como les había ido en su escapada del verano.

Hasta que un día llegó esa carta.

En sobre papel madera, acochadita, como las que escasamente había palpado cuando clasificaba correspondencia como empleado de correo. La carta venía de Zurich, remitida por un Daniel de un apellido irreproducible.

En el interior del sobre había una foto y una carta. El escrito quedó de lado porque.., ¡que podía decir de lo que decía! Pero la foto llamó su atención: era él con la mejor de sus sonrisas. Seguramente la deferencia de alguno de aquellos turistas que lo visitaron dos meses antes.

Pero algo le llamó la atención, el recinto no era el de su chocolatería –toda amarilla y verde- sino celeste y blanco y el aparecía con un paquetito en la mano…, un paquetito envuelto en celofán.

Tardó en dar con quien le dijeron podía ser el traductor de la carta. El alemán de la municipalidad se había jubilado, el zuizo de la radio era del cantón francés, y la profesora de guitarra todavía estaba de vacaciones. Cuando ella llegó apareció en la chocolatería en un momento en que no estaba, la Negra la atendió, le facilitó la carta y Ana María le dijo que esa traducción le costaría por lo menos una porción de Selva Negra con una taza de chcocolate blanco.

De un cuaderno Arte fue sacando las hojas cuadriculadas donde escribió la traducción de la carta. Se trataba de un muy conocido comerciante de Zurich, que se asombraba de quienes la habían traído del fin del mundo una foto de alguien idéntico a él. Y se mostraba con el producto que era la base de su prosperidad económica: una salchicha asada, insertada en una baguette francesa, la que se entregaba calentada al micro ondas envuelto en su envase transparente. Salvando el celofán, una suerte de choripán helvético.

Daniel cuando leyó la traducción pensó que le estaban haciendo un chiste, un chiste alemán. Pero no era así, el intercambio epistolar fue haciendo crecer las ganas de conocerse; y más cuando –comunicación telefónica mediante- se descubrió que Daniel, el choripanero alemán, hablaba la lengua germánica con tonada cordobesa.

Los senderos del aire también se bifurcan.

Corrían los primeros días de 1963 en el cigüeñal de París. Los vuelos llevando niños a distintos puntos del mundo se venía demorando por razones de brindis reiterados. Y para colmo de males, además de una dificultosa meteorología, se venía el tiempo de los reyes magos y se veía la necesidad de supeditar el uso de todas las rutas aéreas a los compromisos de los Reyes Magos.

El 3 de enero estaban de festejo dos familias amigas –familias cigüeñales- cuando los varones de la casa tuvieron la ocurrencia de salir a comprar helado. ¡Helado en pleno invierno! Dijo una de las esposas. –De vez en cuando podemos tener también un antojo los varones. Se defendió el cónyuge de la otra. Y así salieron a buscar no que necesitaban. Y las señoras tenían razón. No había una heladería abierta en toda Francia, pero para contrapesar los inconvenientes si brillaban en la noche otros lugares de diversión, donde los cigüeños hicieron pasar las horas. (Se dijo después que se habían entretenido jugando al pool, sabiéndose que estos pájaros no usan taco sino que hacen carambolas con el pico). Lo cierto es que cuando llegaron de regreso las mujeres estaban insoportables, y se preguntaban que iban a pesar en el trabajo habiendo en espera varios envíos de niños a distintos lugares del mundo, y estando por cerrar los vuelos regulares par la operatividad de los regalos de reyes.

Sintiéndose en falta los machitos se ofrecieron a realizar la tarea de las damas, y estas desafiándolos en la capacidad que tendrían para llevarla a feliz término lo vieron salir raudamente por la ventana.

Cada uno tomó el envío que crían les correspondía. Uno salió rumbo a Zurich, el otro para Argentina.
Para el 4 a la tarde todos volvieron a encontrarse, y saborearon al fin una crema helada cordobesa.

Daniel en el sur del sur.

Los cuatro hermanos Zapata crecieron en su hogar cordobés bajo el amor de Mamá Flora. Daniel parecía flojón, pero era muy cariñoso. Dejando los libros de lado entró a trabajar en el correo, su misión era llevar y traer correspondencia.

Un día, no importa como la conoció a Susana, y el mundo tomó otros rumbos. Se hizo sindicalista y consiguió un destino muy lejano: ¡Tierra del Fuego!.

En estas soledades se las pasaban escribiéndole a la cigüeña para ver cuando tendrían un hijo en lista de espera. Y esto se dio con la presencia de Agustina.

De Ushuaia pasaron a Río Grande y en un tiempo hostil Daniel vio limitadas sus posibilites laborales y de pronto se encontró como comerciante: fabricaba chocolate con una habilidad propia de quienes ejercen esta tarea por generaciones.

En otro lugar del mundo, el niño que tendría que haber venido a la argentina mediterránea despertaba al mundo de los negocios con su –allá- refinado sándwich.

Daniel se convirtió en mi vecino, y yo fui su cliente. En algunas mañanas en que los turistas suizos no invadían su negocio, yo pasaba y tratábamos de arreglar el mundo. Un día de contó sobre lo insólito de su descubrimiento como chocolatero. Entonces deliramos con esta historia que ahora pusimos a la consideración de los que tuvieron la suerte de conocerlo, y los que no alcanzaron a hacerlo y disfrutarlo.

El verdadero vuelo equivocado.

No me pregunten si en algún momento los dos Danieles llegaron a encontrarse, ese hubiera sido un final feliz para esta historia.

Si tengo que recordar que hace un año, en medio de desatenciones de guardia hospitalaria, Daniel emprendió un vuelo sin retorno.

Se habló de su sobrepeso, de fumar que ocupaba un lugar importante en su vida, de los cafés que largamente compartían con tantos riograndeses, en la mayoría de los casos sin cobrarlos.

Y ahora nos alumbra con su ausencia.

Y ahora nos alumbra…

¿Y ahora?

5 comentarios:

Unknown dijo...

¡Qué historieta...!
Una más de taaaaaaantas de las que el Colorado tenía pa´ contar con cada café en la choco o en cada asado entre amigos.
Hoy la pena la sentimos nosotros, porque ya no lo podemos escuchar ni compartir el feca o un tintillo, pero sea donde sea que esté Él, seguro se está cagando de risa, contando alguna de sus historietas de la vida que dejó atrás, "gaaaaastando" a alguno de los que lo supimos querer, o simplemente con su guitarra cantando "dime si me quieres, dime si me amas, dime Simeona"...
Ya encontyraremos ese vuelo, equivocado o no, que nos llevará a recibir de nuevo su abrazo y su alegría contagiosa.
Morocco

Pali dijo...

¡¡¡Una persona hermosa, que hacía hermoso ese lugar Mamá Flora!!!

Gastón Molayoli dijo...

Todavía no puedo creer que haya pasado un año. El desgarro que siento va a tardar en cerrarse pero me pasa algo extraño (y creo que le pasa a varios, por lo que escuché y leí): cada vez que cierro los ojos y la imagen de Daniel se presenta no puedo dejar de observarlo sonreír, con lo pómulos colorados y bien arriba. Te quiero mucho cuñado. Un abrazo grande como esos que nos dábamos cuando volvías a tu casa.
Gastón

cristina dijo...

Un gran compañero, alegre, solidario, uno de los grandes tipos que conocí en Río Grande....
Después de conocerlo en ATE, luego del correo cuando estuvo Hebe de Bonafini, justamente en un escenario y con una guitarra cantando..."dime Simeona...." y riendo a carcajadas....estuve muchas veces con él.
Para mí era casi una obligación ir a Mamá Flora, para tomarme un café con una tarta de manzanas deliciosa y charlar con él...
Después que emprendiera el vuelo sin retorno que dice Susana, traté de volver y fue extrañarlo tanto que no lo soporté...Reí mucho con los chistes que mandó Susana, y creo que en realidad en lugar de llorar hay que recordarlo así, con su cara sonriente y alegre que trasuntaba toda su bondad y más aún

Jose Arriagada dijo...

Un grande mi compradre, excelente persona y gran padre de familia...!!!