Primer invierno salesiano en el norte fueguino.

Sabido es que cada 11 de noviembre se recuerda el día de la Misión de Nuestra Señora de la Candelaria en Río Grande.

Este 2009 suman los 116 años de aquella instalación a la vera de los Barrancos Negros, lugar cercano a nuestro gran río y de donde emigraría posteriormente a la zona de los Tres manantiales –en las proximidades del actual cementerio de la ciudad- con un alojamiento final en las cercanías del Cabo Domingo, Cañadón de la Porotera.

Pero antes de la proeza recordada una hubo una frustración, y esa aparece consignada en una carta que dirigiera José Beauivoir, que sería el primer director de La Candelaria, al sucesor de Don Bosco: Don Rúa.

Del Río Grande de la Tierra del Fuego, 14 de diciembre de 1893.

Deo gratias, Deiparoeque Virgini Maria nostroe Auxiliatrici!
Finalmente, después de innumerables sacrificios, después de casi siete largos meses pasados peor que los hebreos en el desierto, llegamos al sitio designado de nuestro muy amado Prefecto apostólico D. José Fagnano para implementar la nueva Misión Salesiana de N. S. de la Candelaria.
Si quisiera describir en sus pormenores la larga serie de peripecias que sin interrupción se sucedieron en este largo tiempo, haciéndonos sufrir Dios sabe cuanto, no concluiría tan pronto. El infierno, previniendo tal vez el inmenso bien que la nueva Misión habrá de hacer á las desgraciadas almas de estos pobres salvajes que van errando en estas islas fueguinas, empleó todos sus perversos recursos en contra nuestra, suscitando espantosas y tremendas tempestades é impetuosas, formidables é innecesarias borrascas. Pero ¡Bendito sea Dios! Que siempre triunfa del enemigo infernal. La fuerza, el ánimo y la constancia que jamás perdimos en medio de tantas pruebas son ciertísimos indicios de su continua asistencia.

Primera tentativa fallida.

El día 9 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el vapor Amadeo estaba cargado de ciento cincuenta toneladas de materiales para la nueva Misión, además de seis buenos caballos y de otros animales indispensables para las excursiones y el mantenimiento de la misma Misión. Entramos D. Bernabé y yo, con tres socios, tres jóvenes y cuatro obreros asalariados y partimos á la vuelta del Cabo Peña.
Transportados por un fuerte viento, en pocos días nos encontramos en la barra del Río Grande. Primeramente yo y después D. Bernabé descendimos á explorar la barra, el canal, la boca del río, el puerto Golondrina, pero no fue posible entrar con el vapor y echar ancla. El viento era tan violento y contrario y las aguas de tal modo borrascosas, que faltó muy poco para que más de una vez fuéramos envueltos por las olas. Nos refugiamos en el Amadeo, el cual, después de mil maniobras, volvió la proa contra nuestra voluntad, y nos condujo atrás casi la mitad del camino ya andado.
Puede imaginarse, amadísimo Padre, nuestra desolación en aquel momento! Después de tantos gastos hechos por esta embarcación, deber volver atrás sin haber podido hacer nada, deber volver las espaldas á aquel sitio tan suspirado, del cual habíamos ideado tan bellos proyectos para el bien de los pobres salvajes; fue una prueba demasiado dolorosa para nuestro corazón. Entramos en la Bahía San Sebastián y desembarcamos junto al arroyuelo Gama, donde nos detuvimos esperando que nos viniera en auxilio otro barco. Con el vapor Amadeo que volvía á Puntarenas, mandamos á Don Bernabé, para que refiriera cuanto nos había acontecido y solicitara el envío de algún recurso.

Estación provisional.

Entretanto para precavernos de la intemperie, allí sobre aquella esterilísima playa, á pocos metros de distancia del sitio donde llegan las altas mareas y á cerca de doscientos de la laguna formada por el arroyuelo Gama, con otros dos menores, fabricamos sobre la arena dos cabañuelas, una para nosotros y otra para las bestias; junto á la primera construimos también una habitacioncita, que nos sirviese de depósito para las cosas más delicadas, é hiciera también las veces de capilla.
Toda esta construcción siendo de leño verdaderamente nos reparaba poco de los vientos, que casi continuamente soplaban con gran furia, y de la lluvia y de la nieve y de la menuda arena que levantada por el viento formaba nubes y era sacudida contra nuestra pobre cabaña. No obstante todo esto debimos tener paciencia y esperar cuatro largos meses, calculando las semanas y los días que necesitaba D. Bernabé para llegar á Puntarenas, hablar con D. Fagnano, preparar una nueva embarcación y correr en nuestra ayuda. En este tiempo expedí también varias cartas a Puntarenas por medio de minadores que á aquí vienen y vuelven por tierra; pero no tuve contestación ni vimos venir á nuestro encuentro nave alguna. Entretanto los víveres escaseaban para nosotros y para las bestias, las cuales, además de disminuir por haber debido matar algunas para nuestro mantenimiento, enflaquecían de un modo visible. No teníamos perros para la caza del guanaco, las balas de carabina no nos servían más que para los pájaros, de los que tuvimos la fortuna de cazar siempre muchos. En ocasiones se unían a nosotros los empleados de la Comisaría del Filared (Sociedad de exploradores), muchas veces llegaban minadores, tal vez nos hallabamos más de veinte, y con toda esta gente era necesario dividir familiarmente la comida preparada. Esto lo hacíamos de todo corazón y muy contentos: pero de otra parte no sabíamos como hubieramos podido ir adelante por mucho tiempo. Decidí por lo tanto ir yo mismo á Puntarenas por tierra. Era ya á fines de setiembre. Tomé prestado caballos del Encargado del Páramo, y con esos me trasladé a la hacienda de los Sres. Montes y Wales, cerca de la punta Anegada en el Estrecho de Magallanes, y pasado éste, en cuatro días llegué á Puntarenas.

Otra atrevida prueba llevada felizmente á cabo.


Aquí no hallé ningún barco que quisiera hacerse á la vela en una estación tan mala; por esto D. Bernabé no había podido traernos socorro alguno. Pero yo que sabía el estado mísero en que había dejado á nuestros pobres hermanos y obreros, no pude tranquilizarme. Por más que todos en Puntarenas quisieran persuadirme, tomé nuestra goleta María Auxiliadora, alquilé otra llamada King Fischer, las cargué de víveres, tablas y caballos, y encomendándome á las oraciones de los queridos hermanos y niños, in nomine Domini me puse en viaje el 27 de octubre.
A pesar de empeorar la estación y de los fuertes vientos que continuamente se desencadenan en contra nuestra, nuestras dos pobres goletas, guiadas ciertamente de María Santísima, pudieron resistir varias borrascas, huir multitud de escollos y llegar felizmente á la Bahía de San Sebastián, donde éramos esperados como ángeles salvadores. Allí nos unimos á nuestros hermanos y obreros, cargamos todo lo que nos fue posible y después seguimos á la vuelta del Río Grande. Queríamos absolutamente llevar á cabo la empresa que nos había confiado la obediencia.

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