Cuentos de Malanoche(*): Mi bandera...

1.- El pueblo de Malanoche vio flamear la bandera nacional donde no había flameado ninguna otra. No había historias épicas que contar, como en la capital del territorio, donde se aseguraba de la llegada de los insignes marinos había terminado con el flameado de pabellón del imperio por la enseña que lleva los colores del cielo.

Aquí, con el viento imperante.., ¿quién se atrevía a andar lidiando con un mástil y su colorida enseña? Era como un freno más para los que ofrecía el caminar en la estepa.

Así que la primera bandera que flameo por esta zona terminó clavada al mástil improvisado y no bajó del mismo hasta que se hizo hilchas.

Se calcula que por entonces, subiéndose a la salida del sol y arreándose a ponerse, una bandera duraba en primavera tres semanas, en verano cuatro, en otoño e invierno seis.

No había mucho presupuesto para banderas y en algunos casos te las enviaban sin el sol, lo que no era una bandera para reparticiones públicas, con lo que se buscaba quien bordara el astro rey con hilos dorados que a la postre resultaban más resistentes que el pabellón en su conjunto.

Hubo un tiempo, casi una década, que esto lo resolvió la señora de Mañuquito, cuando el Mañuquito caía preso, primero pro infracciones al Código Rural, después por violar los Edictos Policiales, no recuperaba la libertad hasta tanto la señora, que se había hecho bordadora en el Sagrada Familia de Punta Arenas, no terminara por volver de guerra alguna insignia celeste y blanca.

Pero era una situación dramática que afectaba el más puro patriotismo de los funcionarios públicos.

Cuando llegaba una visita importante lo principal era lucir la bandera, que por otra parte se sabía no se debía, ni lavar, ni planchar, ni almidonar…

Un día un Ministro alertado de esta situación llegó con una hermosa bandera, que muchos dijeron que era de seda, y su izamiento frente al edificio escolar hizo de aquella visita un momento inolvidable. Claro que al mes de la bandera de seda no quedaba nada.

La situación se regularizó cuando la isla tuvo control naval, y los marinos se ocuparon de vestir nuestros mástiles con la bandera de Belgrano, y más aun, de hacer proliferar nuestra nacionalidad por medio de los embanderamientos masivos.

2.-Pero habría otra bandera que aparecía entorpeciendo el brillo y función de la bicolor, era la bicolor del país hermano con el que compartimos la mitad de esta isla grande… Su tricolor brillaba con su estrella solitaria con cada delegación deportiva. Los visitantes entraban a la cancha con nuestra bandera y nosotros con la de ellos, y el problema es que siempre aparecían con una más grande que la nuestra. A veces se conseguía evitar el ridículo, consiguiendo a préstamo de la unidad militar una de gran tamaña que tenían para los días de fiesta. Pero en muchos casos lo que en unos era una banderita, en otros era un banderín.

Además, sin presentarse nunca herida por el viento, la tricolor flameaba los 365 días del año a escasos cincuenta metros de los cuarteles, donde funcionaba el consulado del país hermano. En más de una foto antigua, relacionada con ceremonias en la plaza de armas, se ve a nuestros bizarros efectivos, símbolos de la nacionalidad, con la tricolor por sobre su formación.

Además en la intersección de las calles principales, la del Dugongo y la del Libertador, estaba la Asociación de Socorros Mutuos del vecino país, pintada con los colores de la tricolor. Mientras que por el otro cruce la construcción principal era la concesionaria Chévrolet, también roja, azul y blanco. Esta circunstancia hería la mirada de muchos patriotas de entonces.

Pero hubo un año en que la relación entre los dos países llegaron al momento más ríspido, por desacuerdos en la división fina del islario sur, y entonces Malanoche vio llegar tropas y más tropas, y todo se preparó para la guerra.

Como el horno no estaba para bollos ya durante las carreras de agosto y los festejos de septiembre los tricolores habían medido el uso de sus emblemas, y ahora muchos repartían escarapelas nacionales para estimular el patriotismo, forzando incluso el uso por parte de los extranjeros.

El predio de la escuela fiscal fue ocupado por efectivos navales y con ello debía terminar el ciclo escolar anticipadamente, era fines de noviembre. Ya se levantaba en la canchita un hospital de campaña, y el techo se pintaba con una enorme cruz…

La escuela se llenaba de preguntas. Entre ellas los chicos del último grado, que se iban a quedar sin su fiesta de despedida. Hubo intervenciones indirectas, la más importante fue la del intendente que era presidente de la Cooperadora, y se dispuso que al día siguiente, a las 11 –hora fueguina- sería la ceremonia.

Los chicos pensaban que venía la guerra y ya no se verían nunca más, su actitud era compungida, había preguntas que quedaban sin respuesta, como la formulada por esa madre que quería saber a que año iría su hija si nos invadían los chilenos, si a primero del secundario o a octavo básico.

El Salón Cincuentenario de la vieja escuela estaba engalanado como nunca, con los colores patrios, en la primera fila brillaban los uniformes de gala y de fajina de las autoridades navales que ya ocupaban el 80% de las instalaciones. Asistieron al fervoroso canto del Himno Nacional al que sumaron sus voces marciales, entregaron uno a uno los boletines donde todos promocionaron; entre ellos el Pelado que atravesaba dada su despreocupación habitual por el estudio el tercer año sin ser promovido.

Y cómo se creyó importante generar un espacio de distensión, se le encargó al pelado- que estaba por cumplir sus dulces 16 años, y que era el abuelo de la división, que protagonizaba un skech.

Y así se lo vio desfilar canturreando una tonadita indefinida ante las autoridades presentes, con su guardapolvo desprendido y lleno de inscripciones, con la camisa cuadrillé abrochada en el cuello, los bolsillos del pantalón sacados para afuera, y hasta un pedazo de camisa saliendo por la bragueta. Se había puesto un pañuelo atado en cuatro puntas en la cabeza, y en la mano llevaba una botella.

Algunos rieron, otros callaron, muchos se miraron entre si, mientras el Pelado canturreaba y canturreaba para ir a detenerse frente a la directora del establecimiento que estaba junto al más engalanado de los marinos, y allí bamboleándose les dijo:

-¡Viva mi banderita tricolor!

Si alguno pensó en reaccionar no pudo hacerlo, el monologista acompañó su gesto con la presentación en forma de garra de su mano derecha, esa que según recuerdan algunos tenía seis dedos, y según otros siete.

El tiempo se hizo tremendamente lento, podría haber pasado cualquier cosa, pese a que el Pelado era nada más que un niño. Hasta que nuestro actor replicó.

-Mi banderita tricolor: ¡Tinto, clarete y blanco!

Hubo suspiros de alivio, el Pelado sacó de sus bolsillos un par de copas y sirvió a los presentes vino espumante, después vinieron otros con otros vinos similares, que pueden hacer sido Nebiolo, Barbera o Gamba di Pernicce. Parte de las bebidas preparadas para le cena baile que quedaba definitivamente suspendida.

El Pelado ya se había perdido entre la concurrencia, una maestra que al día siguiente escaparía al norte en un vuelo que venía con refuerzos, o insultaba y no pudo dar con él.


(*) Cuentos de Malanoche es una experiencia que durante 2011 llevamos adelante en LRA 24 en el programa Matinal puesta a punto. Llevamos leidos 33 relatos, y este es un de los que espera con el número 63.

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