La alborada: 1949

En todos los años vividos en la Tierra del Fuego, y ya casi llega al cuarto de siglo entre el campo y el poblado, Francisca nunca vio tanto alboroto. Y cuando dice esa palabra, en realidad piensa: alegría. El pueblo tiene sus cosas buenas, hay tranquilidad, familiaridad, trabajo y el dinero consiguiente, pero no deja de agobiar en muchos casos ese letargo del que tanto le cuesta salir, esa sensación que la lleva a extrañar su ciudad de origen, a sentirse sin estar tan lejos en el borde mismo del mundo.

Hay años en que un carnaval se organiza mejor que otro, entonces los jóvenes y los no tan jóvenes –categoría en la que Francisca se incluye- caminan por las madrugadas con un brillo singular en los ojos. Pero lo cotidiano en materia de alboroto/alegría no existe para esta gente de trabajo que constituye la población de Río Grande, Francisca se atrevería a decir que esto ocurre sólo una vez al año cuando llegan al pueblo los esquiladores, sobre todos los de esta última comparsa de yugoslavos. Llegan hasta la casa Raful con sus cabalgaduras y sus pilcheros, traen las ropas percudidas del trabajo con la oveja, y por ello ni quieren ingresar al recinto comercial, pero reclaman para sí varias cajas de cerveza. Un par de dependientes los salen a saludar a la vereda, y al poco rato vuelven con los pedidos, los clientes aprueban o desaprueban, y finalmente –en un trámite que dura algo mas de una hora, y otra vuelta de cajones de cerveza- terminan partiendo con su ropa nueva envuelta en papel madera. Pero no irán tan lejos: en la otra esquina los esperan en el Hotel de Guerra, alguien llevó la noticia y ya les han hecho un lugar. En el patio se sacarán las viejas ropas impregnadas en lanolina, luego pasarán a sacarse el grueso de esa grasitud en las palanganas que desfilarán constantemente, y se recubrirán con la ropa nueva, cambiando en el trámite alguna indumentaria con otros compañeros de trabajo, mas allá de lo exigente que pudieron estar en la selección hecha en la vereda del Almacén de Ramos Generales. Alguien llevará al centro de la calle, que pocos saben se llama ahora 9 de julio, toda esa ropa que al primer fósforo comienza a arder lentamente, y los trabajadores golondrina vuelven a la calle, inician una ronda por distintos bares, a una vuelta por cabeza en cada local, sabiendo que al lugar donde definitivamente quieren ir no le abrirán antes de la noche por mas plata que traigan. Al día siguiente, llegado el barco –de este o del otro lado- partirán y con ellos desaparecerá el alboroto/alegría por el resto del año.

El Hotel Argentino ha dejado de recibir a la gente de campo, a algunos de los clientes más conspicuos se les hace un lugar, en las dependencias familiares. Es que de pronto la llegada de toda esta gente, los del petróleo, ha superado las posibilidades hoteleras de la población y la situación continuará así hasta tanto no termine la construcción de su propio campamento. Los primeros en llegar visitaron los tres hoteles –Comercio, Progreso y Argentino- y también algunas pensiones; no notaron mayores ventajas de confort y cordialidad en un lugar con respecto a otro.., pero si tenían que hacer una elección esta la dieron por el nombre; era raro llamarse Argentino en un lugar donde la mayoría de la población era extranjera. Y por ello ahora esta gente de YPF va y viene a toda hora del día. Son en su mayoría jóvenes que llevan una corta pero intensa experiencia de trabajo en la Patagonia central, tutean con facilidad a todo el mundo –aquí donde nadie deja de llamar de Don- y se instalan en la cocina antes que en el comedor haciendo funcionar continuamente esta hasta ahora secreta dependencia del hotel, al ritmo de lo que ellos han impuesto en llamar “minutas”. Siempre hay alguien de YPF que se impone sobre toda rutina, porque la chica encargada se olvidó de colocar la toalla, porque esta carne congelada sabe extrañamente mejor que la fresca que se cocina en la perforación, porque se sale y se deja un mensaje para el compañero que ya debería haber venido a buscarlo. Francisca esta contenta de esta dinámica, su hermana –la soltera- también, debe coser de continuo la ruda ropa de trabajo que los operarios quieren reponer. En la planilla del hotel figuran los datos de todos cuantos han ido pasando, algunos al principio se dijeron casados, pero en nuevas visitas se fingieron solteros y hasta se sacaron la sortija luciendo desde entonces en sus manos curtidos en un pálido anillo de piel, imposible de disimular. Esta situación a Francisca la inquieta. Pero pronto se olvida, porque hay que hacer las cuentas y con esta realidad petrolera en aletargado negocio de ayer marcha viento en popa. Y así da gusto pasar el invierno.

Aclaración:
Cuándo con Néstor Ortíz nos tocó elaborar una publicación sobre los Cincuenta años del petróleo fueguino encontré este prólogo, que ahora -en un nuevo 17 de junio. dí a lectura de los amigos.


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