En la mañana de sábado, tal vez con un poco más de silencio que otros días, las palomas del centro de Río Grande ganaron altura sobre el edificio que llamamos Palacio García Casanova, donde funcional las oficinas del IPRA, Instituto Provincial de Regulación de Apuestas.
Poco después de la salida del sol, hora 09.00, se aposentaron allí abandonando el patido de Héctor y Folomena donde desde hace años les dan de comer; fundamentalmente pan mojado en lecho, pan conseguido con el concurso de la panadería vecina.
Hace muchos años tenían su palomar en el negocio de Marcos Obregón, con el tiempo aquella construcción de tablitas fue destruida al levantarse en ese predio la ferretería de Domingo Granja, entonces encontraron asilo en la esquina de Fagnano y Alberdi, y su atalaya en el techo de Gauna.
Con el tiempo se adueñaron del campanario de la Iglesia Don Bosco, sitial que cegaron con sus excrementos hasta que hubo que construir una trama de alambre para impedir su ingreso.
Hay quien cuenta que en ciertos momentos las palomas sirvieron de alimento, y elogiar lo palatables que son. Por ahora desde lo alto de la casa que regula en juego en Río Grande apuestan a un nuevo amanecer...
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