EVOCACIONES** Agosto 19, de 1820. . Se amotina la tripulación de David Jewitt, corsario norteamericano al servicio del gobierno de Buenos Aires.

Las circunstancias que consideré de interés las relató casi en estas palabras: la necesidad de tener
una tripulación eficaz y la imposibilidad de obtener hombres que todos tuvieran buenos antecedentes, lo habían inducido a sacar algunos de la prisión común. Entre éstos había uno que había intentado capturar un navío con valores a bordo, que se encontraba fondeado en el Río de la Plata; pero como la noche era oscura, afortunadamente para el dueño del dinero, se confundió de barco, abordando una goleta nacional, donde fue atrapado y enviado a la cárcel. El capitán Jewitt se dio cuenta que éste era un hombre osado y temerario, pero se persuadió a sí mismo de que, dirigiéndolo juiciosamente, podía ser de utilidad; decidió, por tanto, tomarlo como suboficial, aunque el gobernador discutió al respecto con él, insistiendo en que se trataba de una persona altamente desprovista de principios. El capitán Jewitt respondió que correría el riego; y que si aquél se hiciese culpable de amotinarse, lo fusilaría. La previsión del gobernador resultó ser correcta, como se verá a continuación. Ya llevaban cierto tiempo navegando sin que se manifestara descontento alguno entre la tripulación: toda indulgencia permitida por el servicio les fue concedida; y al oficial sacado de la presión, el capitán lo fue ascendiendo periódicamente hasta que, en determinado momento, alcanzó el grado de teniente. Se puede fechar el motín desde el día en que obtuvo su ascenso. Este villano, por tener una relación más estrecha con los oficiales, contaminó la mente de algunos, propagando un espíritu de insubordinación entre los marinos; de modo que se trazó un plan para ejecutar el más hórrido asesinato, que fue evitado por una circunstancia muy fortuita.

La historia de este motín fue escrita por James Wedell y figura en su libro UN VIAJE HACIA EL POLO SUR, realizado entre los años 1822 y 1824.

La noche del 19, el capitán Jewitt estaba acostado en su hamaca cavilando sobre el surtido de personajes que tenía a bordo cuando su mente se iluminó providencialmente, por así decirlo, con la necesidad de vigilar la conducta de su tripulación. Se levantó de inmediato, se puso una capa de color oscuro y, sin ser visto, llegó a la parte delantera dela cubierta de los cañones, del lado de babor. Aquí, las luces habían sido apagadas con el propósito de ocultar las actividades de los conspiradores: desde el lado opuesto oyó a un grupo enfrascado en discurrir sobre el motín. Quedó atónito al descubrir las intenciones crueles e inhumanas de estos infelices; pero cuando entendió que a medianoche, siendo entonces las 11y 40 minutos, daría comiendo la escena de asesinato y que él debía ser la primera víctima de su barbarie, apuñalado en su hamaca, no esperó a oír más, sino que se apresuró a regresar sin ser percibido. De inmediato mandó buscar al capitán de las tropas, lo informó del estado del barco y le ordenó poner a los soldados a las armas con la mayor velocidad posible. En cuanto le informaron que estaban listos, ordenó que dos oficiales, de quienes sospechaba, fueran detenidos, y, al mismo tiempo, convocó a los marineros a la cubierta. Los soldados se desplegaron en el alcázar y todos los oficiales en los que podía confiar se armaron.
Ante tan súbito descubrimiento de sus terribles designios, y ante al aspecto vigilante de la partida del capitán, los amotinados fueron ganados por el pánico. De todas formas, acudieron a popa, y el capitán J. los acusó de su crimen, ordenando quienes no estuviesen comprometidos cruzaran al lado de estribor. Se alzó un murmullo; pues tenían intención de resistirse; pero como desconfiaban unos de otros, permitieron calladamente que los cabecillas fueran capturados y aherrojados. Así, por el mero accidente de que el capitán Jewitt haya salido en ese crítico momento, entrándose de la villana conjura, se evitó una espantosa serie de asesinatos. Una vez restaurada la subordinación, tomó las disposiciones necesarias para llevar adelante consejos de guerra de acuerdo a las formas establecidas por los patriotas de Buenos Ayres, según las cuales el comandante de un barco de guerra está investido de poder sobre la vida y la muerte. La evidencia que surgió entonces implicó a tantas personas de quienes no se sospechaba, que decidió que la clemencia era incompatible con la seguridad del barco y las vidas de los inocentes. Al parecer, la intención de los amotinados era eliminar a todos los que pudieran mostrarse enemigos de su proyecto principal, que era izar la bandera negra y azotar los mares como piratas, haciendo del asesinato su principal recurso de seguridad.

Jewet había tomado posesión de Malvinas para el gobierno  e Buenos Aires el 9 de noviembre de 1820, estando en Puerto Soledad un conjunto de cincuenta barcos pesqueros, los que son notificados esta novedad.

Finalmente, tras un concienzudo examen de la evidencia por parte de sí mismo y de los oficiales del barco, el capitán Jewitt se vio forzado a la perturbadora necesidad de sentenciar a muerte a dos oficiales y dos marineros. Uno de los oficiales era la persona a quien había sacado de la prisión y ascendido. El día designado para la ejecución se erigió un cadalzo sobre la serviola de estribor y los cuatro desdichados encontraron la muerte por fusilamiento. Lamenté mucho, dijo el capitán Jewitt, que tan severo ejemplo fuese necesario, y de haber sido yo un espectador desinteresado, ciertamente habría clamado por que se los perdonara; pero mi compasión me influyeran. Aquí terminó su relato; y, habiéndosele informado de la muerte de su primer oficial, replicó con gran compostura, pues estaba familirizado con la muerte en todas sus formas: “Muy bien, hágase cargo de sus pertenencias”. El oficial fallecido, me dijo, estaba comprometido pasivamente en el motín; pero le ahorró el juicio debido a su enfermedad.
Con gran cortesía, el capitán Jewitt ordenó que se colgara una hamaca para mí en el lado de babor de su cabina; y cuando nos retiramos, noté que dormía con los pantalones puestos, con una daga al cinto y un par de pistolas sobre su cabeza. Como yo no me hallaba provisto de armas de defensa, sólo me quedaba confiar en que se observara estrictamente la neutralidad; pero el barco quedó en paz, y dormí sin ser molestado.
A los pocos días tomó posesión formal de estas islas en nombre del gobierno patriótico de Buenos Ayres, leyó una proclama bajo su bandera, izada sobre las ruinas del fuerte, y disparó una salva de veintiún cañonazos. En esta ocasión, todos los oficiales vestían uniforme de gala, que es exactamente el mismo que el de nuestra armada, lo cual combinaba mal con el estado ruinoso del barco; pero él fue lo suficientemente sagaz para calcular el efecto de esta parada sobre las mentes de los patrones de barcos que estaban en las islas; y como había reclamado su derecho al naufragio del barco francés anteriormente mencionado, con exclusión total de varios barcos con destino a Nueva Shetland que habían llegado aquí, era consciente de la necesidad de dar una apariencia de autoridad. De hecho, infundió tal terror en las mentes de algunos patrones de barcos sobre la captura o robo de sus naves, que uno de éstos propuso tomar las armas contra él; pero al señalarle al capitán Jewitt, confesó su error y sus temores cedieron.

El final del relato de Wedell deja en evidencias de los riesgos que se corría cuando se contrataba corsarios, para empresas de soberanía.


El 29 de noviembre partí de Port Louis y dejé al capitán Jewitt completando sus reparaciones. Me he enterado de que se llevó su barco al Río de la Plata y que ahora está al servicio de los brasileros. 

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