En un
día festivo, nadie trabajó en Valparaiso cuando se hizo efectiva la sentencia condenatoria
a quien fue sindicado como el militar rebelde que sublevó la guarnición de la
colonia chilena de Punta Arenas, causando su destrucción.
“... desde la madrugada comenzó a concurrir la
población porteña reuniéndose por lo menos cincuenta mil de los sesenta mil
pobladores de Valparaíso. “
“Desde
la madrugada vistióse Cambiazo, con su calma habitual su uniforme militar, como
es de ordenanza en tales casos, y aún puso cierto estudiado rebusque en su
tocado. Uno de sus compañeros de prisión y vecino inmediato de celda, el
Sargento Jiménez, del Yungay, le vio peinar con esmero su representación
teatral cuyo papel de protagonista le hubiera sido confiado.
“Enseguida
almorzó opíparamente y bebió con cierto deleite una botella de buen burdeos,
que el fiscal, conforme también a una práctica antigua de nuestras cárceles le
hizo servir como a reo en capilla.
“A
las doce del día todos los aprestos del suplicio estaban terminados. El verdugo
había dado la voz de hallarse listo al alcalde de la cárcel y este al fiscal
que mandaba la lúgubre parada militar del escarmiento, compuesta aquel día de
todos los cuerpos de la guarnición”.
“Habíase
elegido esta vez con más acierto, no un lugar de la playa arenosa y aplastada
en que se amarraron hacía solo 15 años los bancos del Coronel Vidaurren y de
sus siete compañeros, proscenio de implacable castigo político que hoy ocupa un
teatro: el sitio señalado para la ejecución de los 8 reos de Magallanes, era el
cerro llamado vulgarmente del Panteón, porque allí y en el corazón mismo de la
ciudad erigió su primer cementerio público el general Zenteno, gobernador el
Valparaíso en 1821.
“Aquel
paraje no distaba sino unos pocos pasos de la extensa cárcel en que había sido
custodiados los reos desde el desembarco”.
Bajo
el título “LAS EJECUCIONES DE AYER”, El Mercurio de Valparaíso en su
edición del 05 de abril de 1852, dirá::
“Desde
muy temprano se comenzó a sentir ayer una extraordinaria agitación en el
pueblo, y habían establecidas dos corrientes de transeúntes, una del Almendral
y otra del Puerto; así fue que a las doce del día los alrededores de la cárcel
estaban invadidos de un inmenso gentío que formaba un vasto anfiteatro, cuyas
gradas estaban estrechas a la multitud que coronaba la cima de los cerros
inmediatos. El terrible drama iba a tener lugar en una explanada que está a la
izquierda de la cárcel y a corta distancia de su puerta; allá había un patíbulo
prominente que contenía dos bancos para los principales reos, y a uno y otro
lado se extendían los de los demás.
“A la
1½ salían los reos
de la prisión acompañados de sacerdotes que entretenían su atención con
fervorosas oraciones; la vista de todos se fijó en Cambiaso y Villegas, los más
serenos de la comitiva; el segundo se distinguía por su aspecto grave y calmoso
y sus facciones animadas del muy entusiasmo y compunción religiosa, llevaba un
pequeño crucifijo y era preciso contener su marcha que precedía demasiado a la
de los otros, Cambiazo que le seguía no mostraba el menor viso de sorpresa ni
temor, su alma reconcentrada no era conmovible aún al más terrible e imponente
de los espectáculos humanos. Al llegar al lugar del suplicio se arrodilló a los
pies de su confesor que ocupó sin repugnancia el asiento de la víctima,
conversó con él más de diez minutos y después el mismo se despojó de su traje
militar para vestir la túnica blanca del ajusticiado. Los demás reos llevaban
ya de antemano la muerte en sus venas paralizadas por el miedo, y su
impasibilidad era efecto del terror; ninguno se distinguió más que por su fervor
y arrepentimiento religioso.
“A
las dos de la tarde descargó la muerte el arma de la justicia”.
“No
ha quedado ninguna palabra ni expresión célebre de esta sangrienta tragedia, la
religión que santifica últimos instantes hace perder todo recuerdo y vanidad
mundana.
“La
víctima que más compasión despertó fue Villegas, que el público instintivamente
cree menos culpable, y así lo demuestra el proceso ue vio la luz con que en
otro tiempo había honrado a los ejércitos de la República.
“Objeto
de mucha curiosidad y romancescas historias fue también el verdugo, que había
desfigurado horriblemente su cara para ocultar los sentimientos de su alma
degradada por la opinión y la ley, pero que se asegura no lo había sido por el
crimen”.
“Nadie
había creído fuesen serias aquellas palabras de la sentencia que mandaban
descuartizar el cadáver de Cambiazo. Lo eran sin embargo, y esta feroz
solemnidad ha desagradado sobremanera a todo el mundo; la ley de los tiempos
bárbaros no tiene que hacer con el ahora. La justicia se hace entonces tan
inhumana como el infortunado reo que tiene pasiones”,
El
terrible descuartizamiento del reo duró tres horas.
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