Eran los años 70
cuanto irrumpió su figura en el escenario fueguino con tres libros que fueron
cimientos de la historiografía local, los denominados EN LA ISLA DEL FUEGO,
identificados con el subtítulo de ENCUENTROS, COLONIZACIÓN y POBLAMIENTO.
Todo acompañaba a
una revista señera: KARUKINKÁ, que casi nadie llegó a pagar alguna vez porque
era su obsequio constante en cuanta circunstancia lo unían a la gente del
lugar, en sus visitas.
Traía para ello su
procedencia del INSTITUTO SALESIANO DE ARTES GRAFICAS, y un don de gente que le
permitía desarrollar –relaciones públicas mediantes- Congresos de Historia que
el bien decía se podrían haber desarrollado en Buenos Aires, pero que era
importante que se realizaran en el sur, como una forma de construir identidad
fueguina.
El padre, que era un
particular orador, acompañaba sus más serias presentaciones con algún chiste
que par su público resultaba inolvidable. Una vez Me dijo, algo así: Capaz que
no entendieron lo que quise decir pero del chiste no se van a olvidar, y lo
contarán en su casa, o en el trabajo. ¡Y la próxima vez vendrán más, aunque sea
por el chiste!
Las actividades del
padre Belza superaban el promedio de cuarenta concurrentes que hoy acostumbran
poblar las actividades que se desarrollan en el presentes, en actividades
afines a las que el gestó.
Pero además decía
que nuestro espíritu fueguino gustaba del humor, del buen reír y que era
indispensable construir una historia local cargada de ese optimismo, porque la
frialdad del dato no justificaba sepultar nuestro temperamento.
Quien daba respuesta
en ese sentido era el comisario retirado Anibal Allen, que en más de un momento
aportaba desde hechos verídicos relaciones más risueñas que las del cura.
Allen se apoyaba en relaciones
en las que había sido protagonista, y en muchos casos, sacadas del expediente
policial.
Belza solía decir a
veces que lo suyo había sido escuchado en algún congreso, o fue comentario de
sobremesa en algún curato, advirtiendo en todo caso que no eran secretos de
confesionario.
Recordarlo a él en
este momento, y también a Allen, me lleva a pensar que una historia que se
construya sobre la lágrima tendrá menos posibilidades de sobrevivir que otra
que crezca desde la alegría. La alegría que debe ser el motor de todas las actividades
humanas, más allá de nuestras limitaciones y desaciertos.
Allen preparó una conferencia sobre anécdotas y sonrisas de la cual tengo un registro grabado en su primera versión en el Club YPF, y una segunda en la Semana del Escritor de 1989. Un relato que merecería llegar al papel.
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