Fue en el tiempo de mi infancia, en un invierno
riograndense.
Nos juntábamos en la laguna de patinar de los curas, donde
hoy se levanta el gimnasio Miguel Bounicelli. Yo patinaba, y era uno de los
pocos, la mayoría andaba en trineo. Calzaba 35 y usaba los patines que habían
sido de mi madre.. talvez 36, de marca polar, y ajustados con llave a unas
botas de suela, acordonadas. Me parece que tendría 9 años y que cursaba tercer
grado.
De pronto llegó como curioso otro chico del Ceferino –así se
llamaba entonces el primario salesiano- que pertenecía a la familia de un
oficial de la Base (Aeronaval). Era raro que alguien de ese sector poblacional
anduviera por allí. Sería un sábado o un domingo, porque era a la tarde y los días de semana se cursaba mañana y
tarde. O tal vez eran las vacaciones de invierno, y el pibe no había viajado al
norte como acostumbraban las familias militares.
No tenía patines, estaba sumamente abrigado, y tampoco tenía
trineo. Dijo que un herrero militar le estaba haciendo uno, cosa que pudimos
apreciar al día siguiente cuanto llego arrastrando de una soga un pesado
artefacto.
Pero ese primer día nos dijo con sapiencia: -¡Están haciendo
20 grados bajo cero!
No parecíamos tener mucha idea de cuánto era eso, pero el
visitante nos dijo que era mucho, tal vez la mayor baja temperatura de la que
se tuviera noticias en la historia del pueblo.
De regreso a casa ese fue tema de conversación a la hora de
la cena, el pibe que había llegado con la noticia de los 20 grados negativos.
Mi padre se llevó al día siguiente la noticia al trabajo –era
portuario-, mi madre cuando fue por una compras a la despensa El Sol.
Al volver a patinar al día siguiente seguía siendo tema de
conversación los veinte bajo cero.
El viernes fuimos a misa, era primer viernes del mes y nos
estábamos sacando un pasaporte al paraíso, y el cura en el sermón habló de los
veinte grados.
Al día siguiente seguía registrándose la misma temperatura
en la función vermouth del cine Roca, y el domingo en la matiné.
Estaban dando películas de Tarzán y de Julio Verne, que nos
llevaba a climas cálidos y contrastantes.
El lunes fuimos a patinar pero había comenzado el deshielo,
algunos dijeron que tal vez ya no había 20 bajo cero, un poco menos, o tal vez
un poco más, según estuviéramos hablando de frío o de calor. Patinar esas
condiciones, sobre una superficie acuosa y el hielo abajo era divertida para
los que andaban en trineo, por el oleaje que levantaban, pero no para los
patinadores que en cuanto nos caíamos terminados fríamente empapados. Algún
pesado comenzó a romper con los palillos la cada vez más delgada superficie
helada, y el agua de abajo se encontró con el agua de arriba, hasta que
finalmente de acabó la diversión.
Y con ella esta historia de los 20 grados que duraron varios
días.
Es que entonces no había ni radio, ni televisión para saber
de la meteorología, y el boca a boca era confiable y persistente, por eso hasta
nuevo aviso siguió habiendo 20 bajo cero, día y noche, hasta que las evidencias
de un cambio en la climatología nos exigió cambiar de tema de conversación.
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