“Nuestra pobre
gente, que en cualquier otro tiempo hubiera evitado un chapuzón en agua limpia,
en este casi saltó en el agua casi helada casi hasta los sobacos y se dedicó a
la tarea como nunca antes los había visto.
Pronto hizo un fuego en el lugar, se
colocaron encima algunos trozos de
grasa y fueron comidos con gusto.
Como por un
instinto, pronto aparecieron canoas de todas partes y nuestra pobre gente tuvo
un mal trato, porque aunque quedaba un poco de la ballena que podía ser
obtenida con adulaciones, cargoseo o bravuconadas, ni una mujer pudo hacer nada
para conseguir siquiera un mejillón.
El pequeño monte
cercano se transformó en la habitación nocturna de espíritus errantes, que
daban vuelta todos los lugares sospechosos del arroyito, a menudo echando luz
sobre una grasa bien escondida, para gran pérdida y lamento de los propietarios
que habían depositado allí por seguridad y para preservarla de la corrupción.
Era la actitud de
los nativos que habían llegado tarde al reparto de la ballena, y buscaban donde
podía haber quedado algo puesto que a ellos les toca apreciar el esqueleto
pelado y el hígado que no se comía.
Los huesos
resultaron demasiado cortos para los propósitos de los nativos, como entretejer
sus canoas de corteza, las costillas y otros huesos, reforzados con calor,
fueron transformados en cabezas de flechas; los tendones divididos en
filamentos y tejidos resultaron excelentes líneas de pesca.
Nota sobre la foto: Ilustramos con una imagen actual.
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