TERESA GARCÍA CONTRERAS, 79 años.


Podemos encontrarla detrás del mostrador de la Despensa El Sol, pero no atendiendo de la clientela –para eso están las hijas- sino sentada compartiendo el saludo de la clientela, la memora de los días vividas, juntando fuerzas para seguir adelante con su cotidianidad allá.., en su casa de la calle Espora.
Ella llegó de Chiloé por 1964 y no volvió más a la que fue su tierra.
En este suelo fueguino nacieron 6 hijos que se han multiplicado en 15 nietos.
Anoche comenzó la fiesta con ellos para festejar el cumpleaños que remonta en el tiempo de su origen a un 25 de noviembre en un paraje rural situado en pleno campo a unos 10 kilómetros de Ancud.
Era la mayor de seis hermanos, dos sería del primer matrimonio, otros cuatro  vendrían después.. y ella que no podía separarse que se le asignaban por ser la mayora. Tareas de cultivo y casa. Tres años de escuela que dejaron poca enseñanza, y luego de exigencia de las tareas del hogar para que los menores tuvieran otra cuota de ilustración
Tenía 22 años cuando pudo salir y allí el destino fue Punta Arenas.
Después la suerte la trajo aquí –a Río Grande- donde llegó un 18 de mayo de 1964. Primero la trajo para tareas domésticas una hija del Bujo Mansilla, después la emplearon en el Br de Pancho Garay, algo más tarde fue sirvienta en lo del Machito Cardenas..
Ya para entonces había tenido que volver a Chile por la noticia de la muerte del padre –Abraham García Ruíz, y fue por eso que su hija mayor –Rosa- de la cual estaba embarazada, terminó naciendo en Chile.
Su esposo, Héctor Garay, falleció tempranamente –tenía 33 años- y la dejó  con cuatro hijos y tuvo que salir a trabajar con mayor ímpetu que el que venía teniendo.
No había nadie que te podía dar una ayuda.
-“Hacete argentina y vas a entrar a cualquier repartición de gobierno”- le decía el juez Cabezas; pero ella no quiso hacerlo.
Para 1970 ya tenía su casa en medio del barreal que era La Vega.
En años de profundas heladas, la ropa que salía dura del cordel. Loa cocina económica de fierro, hubo una negra, ahora una blanca, que bramaba para brindar bienestar a los suyos.
Con los años lamenta la debilidad de sus brazos, el duro trabajo de la plancha.
En la pensión del finado Alderete tenía dos planchas de fierro de que calentaban sobre la cocina. Unas primero, otra reemplazaba la que se iba enfriando, tarea pesada. Había una plancha eléctrica pero esa era para la ropa de la familia: marido, mujer, dos hijos.
Lavar era emplear una tina, y ayudarse con una escobilla. Se usaba jabón blanco para bañarse, detergente Magistral era un lujo, como para usarlo de champú.
Cuando ella cocina, una cazuela, el pan, las tortas fritas, recibe las aclamaciones de su enorme familia.
Y cuando prepara prietas: ¡ni que decir!
Hay momentos en que la gana el silencio, y respira y suspira, tomándose unos amargos.


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