Podemos encontrarla detrás del mostrador de la Despensa El
Sol, pero no atendiendo de la clientela –para eso están las hijas- sino sentada
compartiendo el saludo de la clientela, la memora de los días vividas, juntando
fuerzas para seguir adelante con su cotidianidad allá.., en su casa de la calle
Espora.
Ella llegó de Chiloé por 1964 y no volvió más a la que fue
su tierra.
En este suelo fueguino nacieron 6 hijos que se han
multiplicado en 15 nietos.
Anoche comenzó la fiesta con ellos para festejar el
cumpleaños que remonta en el tiempo de su origen a un 25 de noviembre en un
paraje rural situado en pleno campo a unos 10 kilómetros de Ancud.
Era la mayor de seis hermanos, dos sería del primer
matrimonio, otros cuatro vendrían
después.. y ella que no podía separarse que se le asignaban por ser la mayora.
Tareas de cultivo y casa. Tres años de escuela que dejaron poca enseñanza, y
luego de exigencia de las tareas del hogar para que los menores tuvieran otra
cuota de ilustración
Tenía 22 años cuando pudo salir y allí el destino fue Punta
Arenas.
Después la suerte la trajo aquí –a Río Grande- donde llegó
un 18 de mayo de 1964. Primero la trajo para tareas domésticas una hija del
Bujo Mansilla, después la emplearon en el Br de Pancho Garay, algo más tarde fue
sirvienta en lo del Machito Cardenas..
Ya para entonces había tenido que volver a Chile por la
noticia de la muerte del padre –Abraham García Ruíz, y fue por eso que su hija
mayor –Rosa- de la cual estaba embarazada, terminó naciendo en Chile.
Su esposo, Héctor Garay, falleció tempranamente –tenía 33
años- y la dejó con cuatro hijos y tuvo
que salir a trabajar con mayor ímpetu que el que venía teniendo.
No había nadie que te podía dar una ayuda.
-“Hacete argentina y vas a entrar a cualquier repartición de
gobierno”- le decía el juez Cabezas; pero ella no quiso hacerlo.
Para 1970 ya tenía su casa en medio del barreal que era La
Vega.
En años de profundas heladas, la ropa que salía dura del
cordel. Loa cocina económica de fierro, hubo una negra, ahora una blanca, que
bramaba para brindar bienestar a los suyos.
Con los años lamenta la debilidad de sus brazos, el duro
trabajo de la plancha.
En la pensión del finado Alderete tenía dos planchas de
fierro de que calentaban sobre la cocina. Unas primero, otra reemplazaba la que
se iba enfriando, tarea pesada. Había una plancha eléctrica pero esa era para
la ropa de la familia: marido, mujer, dos hijos.
Lavar era emplear una tina, y ayudarse con una escobilla. Se
usaba jabón blanco para bañarse, detergente Magistral era un lujo, como para
usarlo de champú.
Cuando ella cocina, una cazuela, el pan, las tortas fritas,
recibe las aclamaciones de su enorme familia.
Y cuando prepara prietas: ¡ni que decir!
Hay momentos en que la gana el silencio, y respira y
suspira, tomándose unos amargos.
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