Las cosas del comer.01


En la primavera de 1966 mi madre -complicada su salud por el bocio- debió partir al norte para recibir una más adecuada atención médica.
Era la primera vez que iba a estar sin ella y si bien yo era mocito me sentí empequeñecer.
Mi padre era conserje en el Hotel Atlántida y allí vivíamos. Debió afrontar la tarea de cocinarnos, basándose tal vez en un aprendizaje que habría logrado a lo largo de sus 55 años de vida, principalmente como trabajador rural en Tierra del Fuego. Mamá tenía 60 y yo era adolescente, palabra que recién se estaba comenzando a estrenar.
En un cuaderno de entonces quedó escrito este menú semanal que se cumplió al pié de la letra: donde dice M era la mañana, el almuerzo, donde dice T era la tarde, la cena. Almorzaba al regreso de la escuela, a las 13, cenaba a las 20 y después siempre había algo que hacer. Papá lavaba los platos y yo le ayudaba a secarlos. Con mamá era diferente: ella lavaba, papá secaba.
Las comidas de mi padre eran abundantes y si sobraba algo iba al tacho donde con semetín se cocinaba la comida de nuestros perro, Lark, una cruza de Collie y Terranova que nos regaló la familia Benitez, los de Gas del Estado.
Miro el listado y me vienen a la memoria estos recuerdos:
Los domingos habían dos opciones de pastas, y a la semana que tocaba ñoquis yo era el encargado de darles la formita. Las empanadas eran compradas, las pasaba a vender Juan Chileno, en el Bar La Flecha, lindero al hotel.
Los lunes eran lentejas -el que quiere las come y el que no las deja- yo tenía una plato de Disney que era mi "dosis". Era más bien tipo sopa, no guiso, cosa rara porque si algo abundaba en las estrategias culinarias de mi padre eran los guisos. Otra cosa que abundaba en esta y otras comidas era el queso rallado, disponiendo para ello una maquinita que se sujetaba a la mesa.
El guiso con carne y papas se podía convertir en estofado si se le agregaban arvejas. La carne era de capón que yo iba a comprar a lo del Chino Bórquez: Rivadavia casi esquina Alberdi. La salsa tenía mucha zanahoria, y al tomate perita en lata se agregaba el extracto de tomate, para darle consistencia.
El martes venía el guiso de arroz con carne, no lo dice pero las papas eran infaltables.
A la noche habían dos opciones: el pastel de papas, o las croquetas que tenían un relleno similar al del pastel.
Promediaba la semana y había churrasco y puré de papas, allí se me encargaba el uso de otra maquinita: la prensa de papas.., ¡ya estaba marcado mi destino de ser un hombre de prensa!
Se cenaba el arroz graneado con huevos fritos. Tengo que denunciar que el que preparaba mi padre no era mejor que el que mi madre hacía, y que yo nunca pude emularlos, aunque con los años Angélica le enseñó a Patricia los misterios de este plato chileno. Los huevos fritos se solían romper al servirse, y eso no me gustaba.
El jueves era el día del guiso de mostaloches, la especialidad de quien les habla, en la salsa un par de ciruelas remojadas. Eso era semana de por medio puesto que mi padre tendría que mostrar su habilidad para hacer pizza. Según él se lo había enseñado un patrón, que era italiano, Guido Bianco.. era alta de maza y cubierta de salsa y queso rallado, solamente. Se hacía cuadrada, en una asadera, y como sobraba daba lugar al asalto a lo que quedaba a la hora del desayuno el viernes.
El viernes había polenta y sopa de arroz. La polenta era como un nido, con el tuco al medio, papá solía hacer trampa usando el tuco para empanadas que se conseguía en el comercio: en lata, y marca CAP. La sopa de arroz era a cucharón parado. A las noche volvía el churrasco con papas hervidas. Vuelvo a decir que la carne era de capón y se prefería la paleta.
Los sábados había puchero, con algunas variantes zonales: el nabo bola de oro, la lata de choclo. Era puchero de capòn, con el tiempo estudiando historia encontré que los diputados del interior eran insultados por los porteños llamándoles "puchero de oveja". Yo tardaría unos años en probar carne vacuna por primera vez.
Y el sábado se cenaba albóndigas con papas fritas. Las albóndigas eran todo un misterio, tal vez estarían hechas con una tumba que hubiera sobrado del mediodía. La papas eran pequeñas y crocantes y se servían en un bol de aluminio.
Quiero decir que mi padre era un hombre enorme: 1 metro 96 de estatura, 127 kilos de peso... y yo era un alfeñique...


1 comentario:

cristina dijo...

Le decía yo en el facebook a María desde aquí, sin haber leído tu texto, que mi abuela también decía "Si quieres las comes y si no las dejas"