Oscar Pablo Zanola, gritando al nuevo viento…







































El cuerpo herido por lascas
de surcos que dejan huellas;
sin palabras, en silencio;
expresiones de otro tiempo.

El rostro, con rasgos tenues
de natural simbolismo;
trazados por la constancia
de la herencia cultural.

Desde manos muy seguras,
cuando el viento lo arrojaran;
en sitios de tierra quieta…
pertenencia abandonada.

Del otro propietario
instrumento de la muerte;
hoy sosegado por cambios
a gusto de antigua vida.

De restos acumulados,
trémulamente extraído
con respeto y con premura
¡De gritos al nuevo viento”




Zanola, Oscar Pablo. Primer director del Museo del Fin del Mundo, cargo en que se desempeñó entre su fundación -1978- y el cuarto de siglo subsiguiente. Afanoso investigador de su realidad histórico-natural promocionó excursiones al oriente fueguino, y la isla de los Estados. Acunó una valiosa colección de libros sobre el ayer fueguino, escasos ellos, que por su iniciativa fueron reeditados. Ordenó archivos dispersos. Fue amable  y gentil anfitrión de todos los que se acercaron a saber un poco más sobre nuestro pasado. Había nacido en Mendoza y el servicio militar le dio un destino fueguino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Mingo!

Acerco a este artículo, una entrevista que apareció publicada en el libro “Tierra del Fuego. Una biografía del mundo”, en la cual Oscar Zanola nos cuenta sobre su vida, sobre su llegada a Tierra del Fuego, sus libros y los inicios del Museo del Fin del Mundo. Aquí la transcribo:

“Me escapé por una ventana y me fui a caminar el mundo. Nací en Rama Caída, San Rafael, Mendoza, en 1943. A los 14 años, mi rebeldía me llevó a irme de mi casa porque mi madre había fallecido y con mi padre no tenía buen trato. El primer lugar al que llegué fue Córdoba, después de pasar por Chile, y me las ingenié para llegar hasta Brasilia. Allí estuve un tiempo y me trasladaron a la frontera. Después pasé al Chaco, bajé otra vez hasta La Pampa y allí mi cuñado, que tenía mi patria potestad, decidió que me incorporara en la Infantería de Marina.

Llegué muy joven a Tierra del Fuego, tenía 16 años. Mi destino estaba definido por los demás y no por mi. Un amigo mío dijo alguna vez que yo no tuve niñez. Creo que hay algo de cierto, escaparme tan joven, vivir todo eso tan intensamente. Pasé casi un año en lo que era la Compañía de Disciplina. Recuerdo que bajé en tierra fueguina y vi la montaña – que está asociada a parte de mi niñez, adonde yo nací – y dije: “este es mi lugar”. Es un sentimiento muy fuerte que se vincula con cada uno de nosotros. Ni aún después de muerto quiero que me lleven de aquí. Todavía hoy, a los 56 años, siento lo mismo.

De Infantería me trasladaron a Prefectura Naval. Estuve en la Isla Gable, en el Destacamento MacKinlay, como custodio de todo el tránsito de la navegación, para hacer avistajes. Tenía diecisiete años. Soy el único que estuvo un año y tres meses solo en esa isla. Allí me sucedió de ver un OVNI, que también fue visto en Harberton y en Ushuaia. Luego entré a trabajar por primera vez en el Instituto Nacional de Estadística y Censos. Era mi primer paso hacia un mundo desconocido y sentí mucha emoción. En ese momento ya había conocido a Irma, que luego sería mi mujer. Hoy estamos separados pero nos queremos igual que al principio. Durante este tiempo, organicé el grupo de exploradores fueguinos. Toda la vida me gustó trabajar con jóvenes y chicos, aún hoy lo hago porque tengo mucho diálogo con ellos. Cada grupo tenía un nombre indígena de Tierra del Fuego: estaba el grupo selk’nam, el grupo haush y el grupo yámana. El trabajo de los exploradores era juntar material para formar un museo. Íbamos a cavar distintos sitios arqueológicos; mientras tanto, yo compraba libros con mi sueldo. Llegué a tener 350 libros, que fueron el primer capital del museo, porque quería que tuviese una biblioteca.

Así nació la “Asociación pro-conocimiento y conservación del patrimonio histórico-cultural de Tierra del Fuego” y empezamos a luchar por tener este edificio, que hoy guarda el tesoro de los fueguinos. Yo quedé al frente del Museo del Fin del Mundo, donde ahora uno puede leer en su biblioteca, ver una película en el idioma que a uno le interese o comprar un libro.

CONTINÚA EN EL SIGUIENTE COMENTARIO

Anónimo dijo...

VIENE DEL COMENTARIO ANTERIOR

A Tierra del Fuego la vi crecer. A Ushuaia la conocí como una pequeña aldea, donde todos formábamos una gran familia, con una forma de identificación que era la solidaridad. Después vinieron los gobiernos militares, con aquel palabrerío de la soberanía, de la geopolítica, y empezaron a llenar las ciudades que ya existían. Por eso, yo siempre digo que ha crecido lo que ya preexistía, con una forma de poblamiento atípico, supernumerario, que tiene mucho de desprolijidad, de falta de respeto por lo propio de cada lugar. Lo que lamento es que muchos de los que vinieron lo hayan hecho con una actitud agresiva, con una actitud soberbia. Llegaron con el derecho adquirido de tener la casa, de tener el coche, con una vida mercantilista, muy de consumismo. El resultado es que nos hemos alejado cada vez más de la identidad que nos dio este portal del mar. Identidad de los viejos fueguinos, con sus goletas, con sus viajes, con el desafío de esos bravíos mares australes para traer o llevar mercadería de Punta Arenas a Tierra del Fuego. Como dijo un geógrafo amigo mío: “cuando la ciudad crece por impulsos de sus recursos naturales o la actividad del campo, es una ciudad que va a crecer armónicamente; cuando la ciudad crece más que su propia actividad genuina hay que alarmarse, porque la pérdida de energía es enorme”.

A pesar de todo, Tierra del Fuego es un lugar en el que Dios, en la creación, parece haber jugado con los colores.

¿Si pagué algún precio por la vida que me tocó? Sí, el de adquirir conocimientos sobre lugares y personas; y ese precio es hermoso.

Fuente: Iparraguirre, Silvia; Von der Fletch, Floria; Manela, Sergio; Soria, Guillermo: Tierra del Fuego. Una biografía del fin del mundo”, Editorial El Ateneo, 1º Edición, Buenos Aires, 2000”.

Un saludo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-