Quienes me siguen en los VIVOS que suelo hacer por Facebook recordarán la alusión que hice sobre la
libreta Cooper en la que mi padre realizaba diversas anotaciones, unas de ellas -en forma pormenarizada- los cómputos de su trabajo como portuario.
Pero además aparecieron unos papeles sueltos los que, por los motivos del esmero que tenía él- reflejan los permenores de sus relaciones de trabajo, que allá por el 67 tenían que ver con su tarea como Conserje del Hotel Atlántida.
El primero de ellos tiene por remitente Alberto Drajner, quien formaba parte en aquel momento de la nueva patronal de establecimiento que con anterioridad perteneciera a Menón, y donde se le solicita la realización de un depósito de dinero vinculado seguramente a la recaudación del momento.
Alberto Dranjer que hacía sus primeros pasos como inversionista y comerciante en nuestro lugar, era entonces un hombre joven, si lo comparo con mi padre que tenía entonces 57 añosm la foto es de un tiempo después agradeciendo a Osvaldo Decaneo que me la proporcionara puesto que a Dranjer no lo tenía en mi archivo.
Encontré otra esquela que me permite viajar en el tiempo hacia aquellos días, y en este caso el firmante es Roberto Mutio, que por entonces más allá de ser propietario de la segunda farmacia de la localidad, era un dinámico hombre de la cultura, en lo relacionado al folklore que por aquellos tiempos fructificaba en todo el país.
Mutio solicita a mi padre le entrega de un telón que se encontraba ern el hotel. producto de las tareas de ensayo que se reaizaba en la esquina de Rosales y Belgrano, donde con anterioridad funcionaba la Casa Menón.
La peña Horizontes Feguinos era la entidad tan recordada por los protagonistas y espectadores que todavía permanecen como testigos de esa dinámica social.
En el momento en que mi padre se hace cargo de su empleo en el hotel , nos mudamos a dos habitaciones conexas, una para mis padres, y otra para mí -que tenía once años- con vista al bar La Flecha de Mateo Plastic.
En la planta baja, donde hoy esta el SUM del nuevo hotel, funcionaba un restaurant, que tenía su cocina en una amplliación de madera a la estructura original del establecimiento. Lugar que por entonces albergaba la primer compraventa del pueblo, propiedad de Carlos Cañas, desde cuyo ventanas se podía ver, en medio de la plazoleta el Kioslandia, de Guillermo Lindstrom. En el kiosko de Cañas solía adquirir material de lectura, con lo pruducido con las propinas que recibía como oficioso botones en el hotel. ¿Quién habrá ido para llevarse el telón?
Estas palabras sueltas, sueltan mi memoria, y mi imaginación.
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