A las 23 de este último domingo falleció María Rosario Zapata, hija de María Auxiliadora.
Tenía 97 años de los cuales 70 han sido de profesión religiosa, 30 de ellos como maestra en Deseado.
La circunstancia vale para que transcribamos una referencia dada en el suplemento RASTROS EN EL RIO, del diario El Sureño, el 16 de diciembre de 2001.
Desde hace un par de años, con la edición de mi libro Los selknam, ausencias y presencias, tomé conocimiento de la existencia de la hermana Rosario. Fue cuando Fernando Tropea me indicó que en él aparece en una foto una tía lejana del padre de su mujer –así lo dijo entonces- y yo comencé a interesarme por llegar a conversar con ella. Pero el tiempo fue transcurriendo sin encontrar la posibilidad de llegar hasta Puerto Deseado donde actualmente reside. Una mañana tuve la ocurrencia de que bien se podía conseguir su testimonio por intermedio de una tercera persona, y fue así que apareció debutando como entrevistador Don Alberto Isidro Calvo –el suegro de este otro niño- con no pocos nervios y un complicado grabadorcito que salió a su encuentro.
En resultado fue un ping-pon de preguntas y respuestas dadas por la Hermana Rosario, el 6 de octubre de 2001, previa entrega del cuestionario escrito, donde la antigua maestra realiza una paseo por sus recuerdos, ella que fue hermana de Isidro Zapata, aquel maestro y ciudadano ilustre de Río Grande, vino al mundo en Victorica –La Pampa- el 30 de marzo de 1912:
Mi familia se componía de mamá, papá y tres hijos. Papá Ambrocio Zapata, mamá Vicenta Py. Hermana mayor Manuela, la segunda Rosario, y el menor Isidro.
¿Cuándo viene a la Patagonia?
A los cinco años vine a la Patagonia.
¿Por qué motivo viene a la Patagonia?
Por que había fallecido mamá y nosotros quedábamos solos allá con papá, entonces las hermanas de papá que vivían en Puerto Deseado nos hicieron venir.
¿Cómo fue su infancia?
Fue muy feliz entre las muñecas, los nidos de pájaros, y a la tarde estudiábamos.
¿Cómo se despertó su vocación religiosa?
Fue cuando viajamos con una compañera a Punta Arenas. Despertó después de un tiempo de estar con las hermanas, y lo que más que cautivó fue el recibimiento que nos hicieron el cariño , la acogida, me ganó el corazón.
¿Cuáles fueron sus primeras experiencias al tomar hábitos?
Fui asistente de pupilas. Daba clases en Punta Arenas.
¿De que manera llega a Río Grande?
A Río Grande llego en 1936 acompañada de la madre inspectora Amira Arata, y vicaria Berttina Bruno.
¿Con quién compartía sus actividades?
Compartía mis actividades con las hermanas Felicita Genonni, Manuela González, Maximiliana Ballester. Las niñas, las pupilas eran 22.
¿Cómo se viajaba en aquellos años?
Se viajaban por caminos de tierra o ripio, por coche correo.
¿Cómo era entonces la Misión?
Eran todo ranchos, las indias vivían en sus ranchos. Y las hermanas y las chicas también en sus ranchos.
¿A cuantas personas reunían?
Las hermanas eran cuatro, las niñas 22 y las indias ocho, más o menos.
¿Cuáles eran las actividades cotidianas en la Misión?
Las actividades cotidianas eran por la mañana clase, por la tarde labor y a la noche estudio.
¿Era un tiempo feliz?
Felicísimo.
¿Cuáles eran las dificultades más frecuentes que tenían que enfrentar?
Las dificultades más frecuentes eran el frío, las distancias, la lejanía de las superioras y parientes.
¿Qué recuerda de aquellos inviernos?
De los inviernos recuerdo los duros fríos, 20 grados bajo cero, con dos estufitas, una en el taller de las chicas y otra en el aula.
¿Tenían algún contacto con el pueblo de Río Grande?
Si. Eran los domingos. Las hermanas iban para amenizar la misa con los cantos y dar catequesis a los chicos y mayores.
¿Recuerda a alguna de sus alumnas?
Si. A Herminia y Auristela que están en Río Grande. Indias Rafaela, Ernesta...
¿Cuándo se decide su partida de Río Grande?
Mi partida de Río Grande se realizó en 1944, fui a Río Gallegos, luego fui a Santa Cruz, Morón, Pirán y de 1963 estoy en Puerto Deseado...
Calvo agregó por fuera del reportaje en una atenta carta que: Después, charlando sin el grabador en medio, me contó que cuando ella llegó a la Misión estaban una Hermanas procedentes de Isla Dawson (frente a Punta Arenas) y le decían que la isla era un paraíso verde y fértil, sin embargo aceptaban en ese páramo que era la Misión. Ellas y la Hermana Directora eran las únicas que trataban con las indias más grandes, porque sabían ona. Estas indias sabían muy pocas palabras en castellano y no pronunciaban la “r”, por ejemplo decína “Marría” por María, “morrir”, por morir.
En cambio las indias jóvenes aprendían bien el castellano y se adaptaban a las palabras y los juegos. De éstas se acuerda de tres verdaderas indias y 3 o 4 mestizas. Había también unas chicas pupilas, hijas de trabajadores de estancias (una inglesa, 2 suizas o suecas) y varias chilenitas.
Las indias mayores todas las tardes juntaban leña, que iban echando a una fogata y se sentaban en círculo. A veces discutían entre ellas en su idioma y se amenazaban con los palos de leña, pero cuando llegaban las monjas se callaban. Recuerda que en una oportunidad se peleaban la bisabuela, la abuela y la madre de una bebita, por algo relacionado con la nena.
La hermana Rosario Zapata, residente a sus 89 años en Puerto Deseado aportó un testimonio de su estadía en La Candelaria que fue incluido por el Padre Cayetano Bruno en Quinto Tomo de Los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora en la Argentina... en el dice:
En febrero de 1936 partí de Punta Arenas. Un barquito me condujo hasta Porvenir, y de allí en coche de alquiler, pues no teníamos otro medio, llegué hasta la misión salesiana de Río Grande, donde estuve hasta 1944. Me acompañaba la madre inspectora.
Pasados algunos días ella regresó a Punta Arenas. El momento de su partida fue muy doloroso. Yo me escondía a llorar detrás de la puerta del cuarto de la Madre, pero ella no se fue hasta encontrarme y alentarme. Enseguida empecé la asistencia con las niñas. ¡Otra que llorar! Tenía que estar al pie del cañón de sol a sol.
La misión tenía una casa muy pobre. Sus moradoras eran: cinco hermanas, la indiecitas, algunas chilenas y algunas inglesas. Venticinco en total.
Diez pequeños ambientes sin calefacción; solo una estufita para las niñas.
En los dormitorios, las camitas de madera ya algunos catres. Las mesitas de luz: simples cajones con un retazo de tela por cortina. No había aulas. Por la mañana, sobre una mesa ubicada en medio del telar, las alumnas aprendían a escribir y se iniciaban en la lectura.. Poco después la reverenda madre inspectora de Chile, madre Amina Arata, proveyó de bancos, escritorio y un armario..
Las indias (adultas) vivían en ranchitos cerca de la misión. La comida se hacía toda en la misión, y luego las indias llevaban las fuentes para comer en sus ranchos. Por la noche las hermanas les daban carne cruda, y ellas preparaban a su gusto.
Trabajaban la tarde entera en el telar; hilaban con el huso, tejían a mano... Las más jóvenes hilaban con maquinitas; también tejían a mano, y además ayudaban a lavar y a coser la ropa de los chicos y la misión.
Eran muy amigas del fuego. Lo mantenían siempre encendido y lo alimentaban con matas que recogían durante el día...
En aquellos años mis primeros años de vida religiosa salesiana recuerdo un nombre que quedó grabado en mí: sor Manuela González. Su abnegación y la caridad hacía las indias no tenían frontera. La atendía a cualquier hora del día o de la noche, en todas sus necesidades. Fueron varias noches que tuvo que levantarse hasta tres veces para socorrer a una india enferma de cabeza. De los pulmones murieron 14 indias. Sor Manuela, con su farolito en la mano, acudía presurosa a todos los llamados. Jamás la oí quejarse.
Tenía 97 años de los cuales 70 han sido de profesión religiosa, 30 de ellos como maestra en Deseado.
La circunstancia vale para que transcribamos una referencia dada en el suplemento RASTROS EN EL RIO, del diario El Sureño, el 16 de diciembre de 2001.
Desde hace un par de años, con la edición de mi libro Los selknam, ausencias y presencias, tomé conocimiento de la existencia de la hermana Rosario. Fue cuando Fernando Tropea me indicó que en él aparece en una foto una tía lejana del padre de su mujer –así lo dijo entonces- y yo comencé a interesarme por llegar a conversar con ella. Pero el tiempo fue transcurriendo sin encontrar la posibilidad de llegar hasta Puerto Deseado donde actualmente reside. Una mañana tuve la ocurrencia de que bien se podía conseguir su testimonio por intermedio de una tercera persona, y fue así que apareció debutando como entrevistador Don Alberto Isidro Calvo –el suegro de este otro niño- con no pocos nervios y un complicado grabadorcito que salió a su encuentro.
En resultado fue un ping-pon de preguntas y respuestas dadas por la Hermana Rosario, el 6 de octubre de 2001, previa entrega del cuestionario escrito, donde la antigua maestra realiza una paseo por sus recuerdos, ella que fue hermana de Isidro Zapata, aquel maestro y ciudadano ilustre de Río Grande, vino al mundo en Victorica –La Pampa- el 30 de marzo de 1912:
Mi familia se componía de mamá, papá y tres hijos. Papá Ambrocio Zapata, mamá Vicenta Py. Hermana mayor Manuela, la segunda Rosario, y el menor Isidro.
¿Cuándo viene a la Patagonia?
A los cinco años vine a la Patagonia.
¿Por qué motivo viene a la Patagonia?
Por que había fallecido mamá y nosotros quedábamos solos allá con papá, entonces las hermanas de papá que vivían en Puerto Deseado nos hicieron venir.
¿Cómo fue su infancia?
Fue muy feliz entre las muñecas, los nidos de pájaros, y a la tarde estudiábamos.
¿Cómo se despertó su vocación religiosa?
Fue cuando viajamos con una compañera a Punta Arenas. Despertó después de un tiempo de estar con las hermanas, y lo que más que cautivó fue el recibimiento que nos hicieron el cariño , la acogida, me ganó el corazón.
¿Cuáles fueron sus primeras experiencias al tomar hábitos?
Fui asistente de pupilas. Daba clases en Punta Arenas.
¿De que manera llega a Río Grande?
A Río Grande llego en 1936 acompañada de la madre inspectora Amira Arata, y vicaria Berttina Bruno.
¿Con quién compartía sus actividades?
Compartía mis actividades con las hermanas Felicita Genonni, Manuela González, Maximiliana Ballester. Las niñas, las pupilas eran 22.
¿Cómo se viajaba en aquellos años?
Se viajaban por caminos de tierra o ripio, por coche correo.
¿Cómo era entonces la Misión?
Eran todo ranchos, las indias vivían en sus ranchos. Y las hermanas y las chicas también en sus ranchos.
¿A cuantas personas reunían?
Las hermanas eran cuatro, las niñas 22 y las indias ocho, más o menos.
¿Cuáles eran las actividades cotidianas en la Misión?
Las actividades cotidianas eran por la mañana clase, por la tarde labor y a la noche estudio.
¿Era un tiempo feliz?
Felicísimo.
¿Cuáles eran las dificultades más frecuentes que tenían que enfrentar?
Las dificultades más frecuentes eran el frío, las distancias, la lejanía de las superioras y parientes.
¿Qué recuerda de aquellos inviernos?
De los inviernos recuerdo los duros fríos, 20 grados bajo cero, con dos estufitas, una en el taller de las chicas y otra en el aula.
¿Tenían algún contacto con el pueblo de Río Grande?
Si. Eran los domingos. Las hermanas iban para amenizar la misa con los cantos y dar catequesis a los chicos y mayores.
¿Recuerda a alguna de sus alumnas?
Si. A Herminia y Auristela que están en Río Grande. Indias Rafaela, Ernesta...
¿Cuándo se decide su partida de Río Grande?
Mi partida de Río Grande se realizó en 1944, fui a Río Gallegos, luego fui a Santa Cruz, Morón, Pirán y de 1963 estoy en Puerto Deseado...
Calvo agregó por fuera del reportaje en una atenta carta que: Después, charlando sin el grabador en medio, me contó que cuando ella llegó a la Misión estaban una Hermanas procedentes de Isla Dawson (frente a Punta Arenas) y le decían que la isla era un paraíso verde y fértil, sin embargo aceptaban en ese páramo que era la Misión. Ellas y la Hermana Directora eran las únicas que trataban con las indias más grandes, porque sabían ona. Estas indias sabían muy pocas palabras en castellano y no pronunciaban la “r”, por ejemplo decína “Marría” por María, “morrir”, por morir.
En cambio las indias jóvenes aprendían bien el castellano y se adaptaban a las palabras y los juegos. De éstas se acuerda de tres verdaderas indias y 3 o 4 mestizas. Había también unas chicas pupilas, hijas de trabajadores de estancias (una inglesa, 2 suizas o suecas) y varias chilenitas.
Las indias mayores todas las tardes juntaban leña, que iban echando a una fogata y se sentaban en círculo. A veces discutían entre ellas en su idioma y se amenazaban con los palos de leña, pero cuando llegaban las monjas se callaban. Recuerda que en una oportunidad se peleaban la bisabuela, la abuela y la madre de una bebita, por algo relacionado con la nena.
La hermana Rosario Zapata, residente a sus 89 años en Puerto Deseado aportó un testimonio de su estadía en La Candelaria que fue incluido por el Padre Cayetano Bruno en Quinto Tomo de Los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora en la Argentina... en el dice:
En febrero de 1936 partí de Punta Arenas. Un barquito me condujo hasta Porvenir, y de allí en coche de alquiler, pues no teníamos otro medio, llegué hasta la misión salesiana de Río Grande, donde estuve hasta 1944. Me acompañaba la madre inspectora.
Pasados algunos días ella regresó a Punta Arenas. El momento de su partida fue muy doloroso. Yo me escondía a llorar detrás de la puerta del cuarto de la Madre, pero ella no se fue hasta encontrarme y alentarme. Enseguida empecé la asistencia con las niñas. ¡Otra que llorar! Tenía que estar al pie del cañón de sol a sol.
La misión tenía una casa muy pobre. Sus moradoras eran: cinco hermanas, la indiecitas, algunas chilenas y algunas inglesas. Venticinco en total.
Diez pequeños ambientes sin calefacción; solo una estufita para las niñas.
En los dormitorios, las camitas de madera ya algunos catres. Las mesitas de luz: simples cajones con un retazo de tela por cortina. No había aulas. Por la mañana, sobre una mesa ubicada en medio del telar, las alumnas aprendían a escribir y se iniciaban en la lectura.. Poco después la reverenda madre inspectora de Chile, madre Amina Arata, proveyó de bancos, escritorio y un armario..
Las indias (adultas) vivían en ranchitos cerca de la misión. La comida se hacía toda en la misión, y luego las indias llevaban las fuentes para comer en sus ranchos. Por la noche las hermanas les daban carne cruda, y ellas preparaban a su gusto.
Trabajaban la tarde entera en el telar; hilaban con el huso, tejían a mano... Las más jóvenes hilaban con maquinitas; también tejían a mano, y además ayudaban a lavar y a coser la ropa de los chicos y la misión.
Eran muy amigas del fuego. Lo mantenían siempre encendido y lo alimentaban con matas que recogían durante el día...
En aquellos años mis primeros años de vida religiosa salesiana recuerdo un nombre que quedó grabado en mí: sor Manuela González. Su abnegación y la caridad hacía las indias no tenían frontera. La atendía a cualquier hora del día o de la noche, en todas sus necesidades. Fueron varias noches que tuvo que levantarse hasta tres veces para socorrer a una india enferma de cabeza. De los pulmones murieron 14 indias. Sor Manuela, con su farolito en la mano, acudía presurosa a todos los llamados. Jamás la oí quejarse.
2 comentarios:
¿Fernando Tropea es el locutor de Radio Nacional Río Grande? Si es así ¿el suegro es el papá de la Ginecóloga del Hospital Regional Río Grande, Dra. Patricia Calvo?
Si es así, todos nos encontramos aquí... en Tierra del Fuego... ¿será Mingo?
Gracias, como siempre
Gracias Mingo por la nota, las lágrimas y los recuerdos surgieron enseguida no solo por la Hermana Rosario sino por el recuerdo de esa nota que hizo mi papá.
Al Sr. del comentario anterior si es el papá de la Dra Patricia Calvo.
Nuevamente gracias y todos recordamos a la Hermana Rosario con mucho amor, no solo por ser mi maestra de primer grado sino por atender el kiosko de la escuela y elegirnos para ayudarla
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