Ernesto Sábato y la guerra de Malvinas.

Ante el deceso de este hombre que trazó en su creación literaria obras desbordantes y tormentosas sobre nuestra Argentina, incluimos una serie de reflexiones dadas en días de guerra –allá por 1982- por lo que lo sentimos salidos de su tradicional ostracismo y con una mirada puesta en nuestro sur.

El 17 de Abril de 1982 en El Porteño Ernesto Sábato publica:

Somos muchos los que durante este gobierno hemos denunciado graves violaciones de nuestra Carta Magna, y el correlativo desmantelamiento de nuestro patrimonio económico, Y que lo seguiremos haciendo cada vez que sea necesario. Pero el problema de las Malvinas está por encima de cualquier discrepancia de política interior, es algo que todos los argentinos han sentido entrañablemente desde que Inglaterra usurpó las islas por la fuerza, su recuperación es un sueño que desde entonces han soñado todos los hombres y mujeres de nuestra tierra. Por eso debemos rechazar el burdo sofisma enunciado por el ministro británico de defensa; esto no es una lucha de una democracia contra la dictadura militar, como hemos dicho es la lucha de un imperio contra un pueblo entero, que comprende a los trabajadores castigados brutalmente por los pocos días antes de manifestarse en defensa de la soberanía nacional. Tal es su generosidad y su honda vocación anticolonialista. En otros tiempos, claro, esta potencia, para levantar su imperio, uso otros sofismas, según su momento y las conveniencias y en otras ocasiones ni siquiera los utilizo, recurriendo a la fuerza más brutal para alcanzar sus objetivos, que hablan sino los pueblos que subyugó y oprimió en cinco continentes, con la ayuda de esta armada que ahora se nos viene invocando la Libertad. Esta gruesa hipocresía la comparten los socios del Mercado Común, pues casi todos ellos tienen las manos tintas en sangre de las colonias, casi todos atropellaron a los más débiles por motivos suciamente mercantiles; y bastaría solamente recordar el solo ejemplo de las sádicas atrocidades perpetradas por Bélgica en el Congo, no denunciadas por comunistas sino por sacerdotes Belgas que las presenciaron con horror sin poderlas detener. Nunca es honrosa la esclavitud, pero mucho menos cuando se la acepta por temor a las represalias. Casi ciento cincuenta años de usurpación y veinte de infructuosas negociaciones para reivindicar claros derechos ante la desdeñosa altanería de los invasores podrían haber calmado la paciencia del país más pacifista. Pero, ¿Con que derecho nos vienen a hablar de orden jurídico un imperio que en su turbia historia no hizo más que violarlo? Somos un país amante del derecho y profundamente pacifista, deseamos fervientemente una solución pacífica, y para lograrlo justicieramente, apelamos a la conciencia de los pueblos de todo el mundo, que deben comprender que esta no ha sido una violación del un orden jurídico internacional sino la justa respuesta a quienes en otro tiempo lo violaron. Deberían comprender también que esto ha sido el resultado de una vieja pasión por la soberanía contra cualquier imperio, la misma que en 1806 y 1807 echó con viejas armas de fuego y con aceite hirviendo a las tropas de elite del imperio británico, la misma que en 1810 comenzó la liberación del dominio español, para luego extenderla a medio continente.

Este momento histórico muestra que clarividentes fueron las idead de nuestros fundadores, y en particular las de San Martín y Bolivar, al propugnar una Patria Grande que pudiera hacernos respetar ante el mundo de los poderosos. Más ahora que nunca, evitando luchas fratricidas, debemos comprender que solo una confederación latinoamericana puede preservarnos con honor de la lucha que mantienen dos superpotencias para le hegemonía planetaria. Y ojalá esta histórica circunstancia nos muestre que la soberanía es hija de la libertad, y que no solo se ejerce hacia fuera de las fronteras sino hacia el seno mismo de la patria, donde únicamente puede alcanzarse mediante los derechos capitales que sabiamente fueron establecidos en nuestra Constitución por hombres que quisieron nuestra grandeza hacia fuera y hacia adentro.

2 comentarios:

Soledad Arrieta dijo...

Desconocía este material, Mingo, gracias por exponerlo.
Ernesto fue un hombre muy controversial, su ostraísmo era su coraza por los errores cometidos, por la "ceguera" con la cual tropezó al seguir con fanatismo a un partido que terminó siendo funcional a los intereses más perversos. Pero se dio cuenta, tarde y seguramente irremediable. Lo vimos con la CONADEP.

Saludos!

Anónimo dijo...

Esa declaración fue redactada en mí presencia en casa de Sábato con quién la discutimos y salió a pesar de su relación cercana con Alfonsín. Tengo en mi casa el original escrito en la pequeña Olivetti de Ernesto. Saludos