Caminata sabatina por Vicente López.

Dio la casualidad que con un poco más de tiempo que en otros días una mañana de sol nos encontramos en la intersección de Buenos Aires y Vicente López.
En algún momento habíamos acudido a la delegación del Ministerio de Gobierno que se encuentra reflejada en nuestra primera imagen, edificio alquilado como tantos por el Estado para habilitar sus delegaciones, toda una serie de instituciones para que los riograndenses no tengan que movilizarse hasta Ushuaia para hacer sus diligencias.
Tranquilidad barrial en su entorno, cestas de basura que no respetan las disposiciones de horario y colocación de los residuos en bolsas. Preocupación de un frentista para renovarse en los extremos de su cuerpo: seguro que hubo zapatillas nuevas, y una buena sobada en el cuero cabelludo.
Las rejas abundan, casi todas de discreta y firme construcción, una vecina dialoga con nosotros, en el barrio casi todos duermen -salvo unos albañiles que trabajan en la casa de al lado, los que atronan con la música de su radio- ella cumple una rutina con su moderna máquina cortadora de césped.
Una segunda oficina pública encerrada en su silencio sabatino, es la dependencia de control vehicular de Gendarmería Nacional. El cartel lejano no es apto para miopes.
Un parque infantil privado adorna uno de los espacios interiores de una de las viviendas. Como suele ocurrir en Río Grande los parques intantiles no se encuentran con niños, con facilidad.
Las planta invasoras despiertan nuestra curiosidad, por un buen tiempo buscamos el trebol de la buena suerte pero son todos de tres hojas.
La vegetación crece defensora de las propiedades, casi no hay un jardín que imite a otro de los vecinos.
Dos lucarnas dan una identidad regional a esta casa donde se ve el esmero de sus ocupantes hasta el el cartelito indicador del número.

En la primer esquina un árbol crece, el frentista lo proteje con un biombo de policarbonato y la receta parece eficaz. Toda su esquina está así, la vegetación es densa y el material protector se mantiene en terminos generales en buen estado, no vive aquí un entorno destrozón.
Alzamos la vista y en esta segunda cuadra los autos parecen dominar la calzada.
Esta esquina parece imponente.
Y esta otra, lejana...
La casa tiene sus pretenciones: la dan los balcones que no abundan en la ciudad y no se si se usan. Yo en una tarde apacible, dificil de encontrar expuesto el frente a los vientos del oeste, me sentaría a leer y escuchar música, o a charlar con la gente que pasa.
No habría lugar para la entrada de vehículo, todo se resolvió constuyendo una dársena en la vereda.
Un baldío, los hay poco, nos hace pensar en cual será su precio en este espacio tan selecto de la vida riograndense.
La simetría de la construcción aparece quebrada por el árbol.

Y aquí toda la geometría se rinde ante el esplendor de la vegetación que crece en su muro más protegido.
Todo está muy ordenado y limpio pero algún vehículo dejó una huella de aceite que el tiempo no puede borrar, todavía.

Cachi ha salido a entretener a su perro. Ha revestido su casa con madera del Canadá. Bromea: -Aquí en Vicente López tenés mansión, mansión, mansión, casa de Cachi, mansión, mansión..
Bajo la maraña de cables (alguien hará algo para mejorar esta deficiente estética), ahí esta una casa que con elementos simples y tradicionales -chapa y madera- se muestra muy moderna.
En tanto que en la esquina con Santa Cruz esta casa dobla..

Mientras que su vecina de enfrente, casa Sübita parece erguirse mirando el mar.
Me voy, pero la calle parece decirme: -¿Cuándo vuelve por aquí?

1 comentario:

Soledad Arrieta dijo...

Qué lindo pasear, al menos a través de fotos, por esas calles otra vez. Cuando viví allá no existían esas rejas que mostrás, no vivíamos presos más que de algunas maniobras políticas. Algo que me llamó siempre la atención, y eso que era muy chica, era la cantidad de autos "impecables" que hay. Recuerdo que veía muchas casillas de madera, en las cuales la gente no vivía bien, pero con terribles camionetas en las puertas.
La vegetación es otra cosa que me deslumbraba. En el jardín de casa teníamos todo tipo de flores que quedaban dormidas bajo la nieve hasta que el clima volvía a florecer y, con él, emergían nuevamente las bellezas de colores (recuerdo, puntualmente, la velocidad y fuerza con que lo hacían los lupinos).
Por lo que pude ver en las fotos, no pierde su esencia. Sé que fue creciendo muchísimo en esta década, pero aparenta seguir transmitiendo esa paz que parecía emerger del mar hasta cualquier barrio.
Bueno, no me extiendo más, gracias por compartir estas imágenes.
Saludos!