LAS DOS PAGINAS DE ARTURO FUENTES RABÉ SOBRE LOS CAZADORES DE INDIOS.

Fue hace algunos días cuando releyendo unas fotocopias hechas sobre el libro TIERRA DEL FUEGO, que refleja la visita hecha por este militar chileno que me llevé una desagradable sorpresa: faltaban las páginas 180 y 181 donde se daba una relación sobre hechos abominables.

No tengo muchas visitas en casa que se interioricen sobre este particular, y tuvimos que hacer memoria sobre quienes pueden haber tenido acceso a las mismas y haberlas sustraído.

Pero por suerte Patricia me aportó una salida: tal vez en una década habrían subido el texto completo del libro –que en su momento se veía en las vitrinas de Douglas en el aeropuerto Presidente Ibañez, a precio salado- y fue como decía mi esposa. Todo el libro se puede consultar en internet.

Así que sin mayor trámite hice las transcripciones del caso para que ustedes aprecien y juzguen:



Antes de que a aquella Isla acudieran los misioneros salesianos que apenas tuvieron tiempo de sustraer a las hordas sanguinarias, las pocas y amedrentadas familias indígenas que habían logrado escapar al plomo invasor, el ona tenia profundo terror por los blancos a quienes «llamaba, kaliote-bandido», por cuatro razones: 1.ª: que les habían quitado sus campos a fuerza de balas; 2.ª: arrojándolos al interior de la selva e imposibilitándoles para llevar vida libre, les quitaban el derecho de cazar y con ello el alimento; 3.ª: los perseguían y mataban; y, 4.ª: les robaban las mujeres.
Esto fue general a todas las tribus y el mal se agravó con la introducción del alcohol y enfermedades de carácter social, que comenzaron a hacer estragos en los nativos.
Como lo hemos manifestado, las misiones de Río Grande e Isla Dawson, alcanzaron a recoger los despojos de esta raza, antes viril y fuerte y que en la actualidad puede considerarse extinguida para la historia del país.
Hace más o menos 40 años, se presentaron en Tierra del Fuego dos familias de aventureros seguidas de un verdadero ejército de conquistadores.
Uno de ellos, el inglés Popert, se instaló en la parte norte de Bahía San Sebastián, punto donde estableció su campamento. Organizó una guardia permanente y su pequeño ejército se dedicó a la caza de indígenas. En esta forma logró apropiarse de gran cantidad de terrenos y de pastorear bastante ganado. Su fortuna creció rápidamente y llegó a constituir un pequeño feudo donde circulaba moneda propia, acuñada especialmente para esta raza de conquistadores.
Los indios fueron muertos por docenas y los que lograron escapar, buscaron refugio hacia el sur y en el interior de la Isla.



La familia, descendiente de un pastor anglicano, de apellido Bridges, levantó su campamento en los campos del sur y, con un sistema completamente humanitario y ajeno a asesinatos o bandolerismo, consiguió formarse una colosal fortuna que hoy sube de varios millones.
Al tratar de las islas al sur de Tierra del Fuego, hemos manifestado el papel preponderante que correspondió al Hno. señor Bridges, como también la misión y el trabajo en que se han inspirado los actos de sus hijos.
De lamentar es que estos esforzados luchadores en estas tierras australes, no hayan logrado reunir un mayor número de nativos fueguinos, para el bien de la civilización y para facilitar el difícil estudio que hoy se hace, sobre esta raza extinguida.
Como estos hermanos hacen viajes periódicos a Europa, en uno de ellos lograron llevar un indio que se destacaba entre sus compañeros por estar dotado de una inteligencia privilegiada y de una disposición asombrosa para el dibujo y la pintura. No se ha logrado saber el fin que aquel nativo pudo tener en el lejano continente.
Aparte de estas dos familias que, dejamos señaladas, y que se destacaron en distinta forma, hubo quienes contrataron cazadores de indios que por estar bien remunerados, se dedicaron con bastante fruto a tan sanguinaria ocupación. Los más crueles de éstos fueron dos: los ingleses Sam Islop, que ya no existe y, N. N. que todavía está vivo y trabaja en los terrenos de la Isla. Preferimos callar el nombre.
El primero de ellos se vanagloriaba de usar correas fabricadas con piel de indio (según él, la extraía de «los lomos»).
Un poderoso estanciero, muy conocido en la región que hoy está radicado fuera del país, y que disfruta de una fortuna considerable, fue otro famoso cazador de indios, les disparó por placer y gozó con los padecimientos de sus víctimas.
En un principio fue administrador de una gran estancia, a la que legó su nombre en recuerdo de los buenos o importantes servicios que prestó despejando el campo.
Todas las expediciones que se internaron en busca de oro o que con el mismo objeto se embarcaron en pequeños «cutters» con rumbo al Cabo de Hornos o Islas Sur, hicieron estragos entre los nativos a quienes dieron muerte sin esperanzas de cuartel.
Estas expediciones recibían dos beneficios; el que les pudiera proporcionar el oro recogido, y la paga que se les daba por la matanza de indios, a saber: «Una libra por cabeza de indio y diez pesos por indio vivo». Muy sencillo es llegar a la conclusión de que la matanza se imponía; era más fácil presentar varias cabezas que custodiar y alimentar a un hombre.
Uno de los más sanguinarios de estos cazadores pagados fue un bandido argentino: Máximo Gutiérrez, quien expresó que sólo concluiría la matanza, cuando completara el número de cien muertes.
En una ocasión (esto nos lo narró el Sr. Simón Macan, vecino respetable y acaudalado comerciante de Punta Arenas), Gutiérrez mató por gusto y por la espalda a una indefensa india que tenía a su servicio. Aún quedan en Porvenir espectadores de este hecho, entre ellos, el señor Marco Yukic hoy comerciante de fortuna y en aquel tiempo correo entre los distintos puntos de la Isla. Gutiérrez -dice el señor Yukic- ordenó a la india que fuera a traer un poco de leña a un montón vecino de la casa; cuando se encontraba 10 metros distante, el asesino empuñó la carabina y disparó un tiro que, al dar en la cabeza, hirió de muerte a la indefensa india. Mi indignación -dice el señor Yukic- fue tan grande, que si no maté en el acto a aquel bandido, fue porque los demás compañeros me lo impidieron.
El instinto sanguinario se desarrolló en tal forma en Gutiérrez que, más tarde, no encontrando indios, se dedicó a la matanza de blancos. Así sucedió un día en que después de pedir y obtener albergue en casa de una familia inglesa radicada en pleno centro de Tierra del Fuego, logró engañar al padre de la familia y lo hizo salir de la habitación, momento que aprovechó para matar a la madre junto con sus cuatro hijos.
Afortunadamente, este peligroso asesino, murió bajo las balas de un comisario argentino, Sr. Gebar, a quien apodaban Mateo Chico.
Otro famoso bandolero fue un joven de unos 30 años de edad y de nacionalidad chilena. Llegó a la Isla huyendo de la policía argentina, que lo perseguía por el delito de asesinato. Después de sentar sus reales en Tierra del Fuego, se dedicó a la matanza de nativos. El olor a sangre humana acrecentó sus instintos criminales y sólo miró víctimas sin distinguir razas. Fue por esto que la autoridad argentina volvió a alarmarse y a continuar su persecución, jamás se le supo el nombre, únicamente se le distinguió con el apodo de «Cuatro Pasos».
Acorralado por la policía a la que secundaban algunos indios provistos de boleadoras, «Cuatro Pasos» retrocedió su caballo hasta el borde de un precipicio que, en plano vertical, desde una altura de cincuenta metros, se precipita en las profunda aguas de «Río Grande». Allí, en el mismo borde del barranco, se vio a «cuatro pasos» elevarse con su caballo en el vacío y sepultarse después, en las correntosas aguas del río. Todos le creyeron muerto y hecho pedazos; sin embargo, algunos meses más tarde, sucumbía bajo las balas de algunos policías que le sorprendieron en la Patagonia.
La sierra «Carmen Silva» fue testigo de innumerables matanzas. Ésos fueron los campos preferidos por Sam Islop quien, para economizar pólvora, se dedicó a matar hombres y degollar niños.
Otro cazador cuyo nombre silenciamos porque goza hoy día de cierta prestigiosa reputación en Tierra del Fuego, cansado tal vez de esta carnicería humana y ya en presencia del exterminio do la tribu, concluyó por adoptar un pequeño indiecito que todavía conserva en su poder.
Como dato ilustrativo creemos necesario manifestar que, posterior a estas matanzas, se creyó conveniente gratificar a uno de los buenos servidores, regalándole dos grandes lotes de terrenos. Estos lotes fueron vendidos por su propietario al señor Antonio Covacic. Otros dos lotes que la misma Compañía apartó de sus terrenos para repartirlos entre los colonos, después de haber sido solicitados sin fruto alguno por más de un centenar de personas necesitadas, fueron donados al mismo cazador de indios «en reconocimiento de los importantes servicios prestados a la Compañía».
En la misma sierra que acabamos de mencionar, existe una ancha depresión denominada el cañadón del muerto; en aquella depresión descansó una expedición compuesta por un chileno y un inglés que conducían un piño de nativos. Allí se quedaron dormidos estos dos expedicionarios y su sueño temporal pasó a transformarse en el sueño eterno; los indios les dieron muerte y huyeron a la selva. Actos como éste, hacían que recrudecieran las persecuciones y que las matanzas adquirieran mayor furor.
Antes de terminar vamos a narrar dos episodios que se relacionan con este capítulo y que nos fueron contados personalmente por un estanciero chileno que antes trabajó como ovejero en una de las estancias.
Al fondo de una quebrada, nos dijo, fue donde el famoso inglés Sam Islop, «cazador de indios fueguinos», encontró a los ocho nativos que habían dado muerte a un teniente de marina en los campos de Boquerón. Verlos y apuntarles fue cosa de un momento. Al primer disparo cayó un nativo dando grandes saltos y fuertes gritos, parecía un endemoniado.
Iba ya a hacer fuego sobre el segundo cuando uno de los acompañantes, que era chileno, se opuso. ¡Pobres indios indefensos! Las flechas con que respondían a este ataque brutal, iban a morir muy lejos de sus asesinos. San Islop quería concluir con todos. La oposición de algunos puso término a este salvajismo inaudito y la vida de aquellos infelices fue por primera vez respetada. Amarrados como bestias feroces fueron llevados a Porvenir y desde allí embarcados hacia la Isla Dawson.
El otro se relaciona con las Compañías Ganaderas y es el siguiente:
El señor X. X. (permítasenos silenciar el nombre) figura prominente en la administración de una de las Sociedades y a cuyos esfuerzos se debe principalmente el brillante pie en que hoy día se mantiene esta institución ganadera, narra un episodio particular que se refiere al exterminio de los nativos. Según datos que hemos podido inquirir personalmente, fue este Administrador quien declaró que a él se le debía casi exclusivamente, haber limpiado la isla del elemento que hacía daño al ganado lanar. Por esta causa, agregan los informantes, los indios habían dictado sentencia de muerte contra el administrador.
Más tarde pude reforzar estas informaciones por la relación que me hizo uno de los estancieros de la isla, el señor A. Kuzmanic, quien lo supo de propia boca del señor X. X.; el episodio es el siguiente:
-Viajaba -dijo el Administrador- por uno de los caminos de la Isla, cuando fui repentinamente atacado por un indio oculto detrás de una alta roca junto a la cual debía forzosamente transitar. El ataque fue tan sorpresivo que apenas tuve tiempo de inclinar el cuerpo hacia atrás y el gran machete con que el indio dio el golpe, fue a incrustarse sobre la parte delantera de mi montura. Al ver fracasado el ataque, el asaltante se arrodilló sobre la misma piedra y cruzando los brazos sobre el pecho, imploró perdón.
No tuve más que preparar mi carabina y hacer blanco sobre ese infame que había pretendido ultimarme. Allí quedó tendido y agonizando el cuerpo ensangrentado de ese infeliz, que había querido asesinar a uno de los principales personajes dedicado a limpiar la isla de sus primitivos habitantes.
Un sinnúmero de hechos de esta naturaleza podríamos señalar en la presente relación. Sin embargo, en beneficio de la concisión, debemos prescindir de ellos.
Creemos, pues, con lo manifestado, haber llevado al ánimo de los lectores, la historia de los onas y la verdadera causa de tan sanguinario exterminio. Se nos preguntará, y con mucha lógica, ¿las autoridades no tenían conocimiento de estos hechos?, ¿qué hizo el Gobierno por impedirlos.
Dolorosamente debemos confesar que esta misma pregunta nos la hicimos personalmente y muchas veces durante el viaje por Tierra del Fuego y llegamos a la triste convicción, de que aquel asesinato era del dominio público y que nada se hizo por ponerle término. Las misiones salesianas fueron inspiradas por los propios misioneros, quienes apenas alcanzaron a recibir y cuidar los estertores agónicos de una raza que moría bajo el plomo del asesino.



Los incansables salesianos fueron los únicos que intentaron detener aquella ola destructora.
El paso de los misioneros ha dejado profundas huellas en aquel inmenso territorio, huellas que se traducen en cariño para el nativo y en esfuerzos por civilizar y conservar los restos de una raza que, con ímpetu asombroso, marchó a la historia.
Entristecidos pero no descorazonados ante el prematuro desaparecimiento del ella, los misioneros no omitieron sacrificios por legar al país una verdadera joya de informaciones, levantando en Punta Arenas, un monumento que encierra la Historia Natural Patagónica y Fueguina.
El Museo Regional «Mayorino Borgatello» exponente, del estudio y de la ciencia, no sólo está destinado a proporcionar al mundo civilizado el esfuerzo de aquél que lo concibió y de aquéllos que lograron formarlo, sino que él es la demostración más sincera de la vida, costumbres y capacidad del ona; tan dura y malamente tratado por tantos historiadores.
El ojo del visitante se asombra al contemplar las mil variedades de la flora y fauna Magallánica y Fueguina, y el mentís más poderoso surge de aquel científico conjunto, cuando se compara lo real con aquellas descripciones, muchas veces antojadizas y faltas de verdad, destinadas a quitar el valer verdadero de toda la riqueza que encierra el Territorio de Magallanes.
Antes de cerrar este capítulo y como un homenaje al nativo a quien hemos dedicado la última parte de este libro, séanos permitido estampar las cariñosas palabras del padre salesiano señor A. B., frases que encierran un monumento de compasión para el indio ona; el padre A. B. dice así:
«Allí se ve el desenvolvimiento progresivo desde el salvajismo a la civilización, en forma que resulta arbitraria la afirmación de Darwin, el cual sentenció que los indios de la Patagonia y Tierra del Fuego, eran los hombres más primitivos de la humanidad en su grado ínfimo.
¡No! La naturaleza que con estas tierras fue pródiga de riquezas, minerales y animales, no fue parca con el Rey del Universo.
Niños y niñas de la Misión de Dawson dejaron en el Museo Salesiano de Punta Arenas, un exponente magnífico de su espíritu en las cartitas candorosas como el perfume de la inocencia, en los cuadernos de tareas escolares y de música bien escritos y dispuestos como los de cualquier colegio fiscal, y en los tejidos de lana con que se adelantaron a los industriales del Territorio que sólo ahora empiezan a pensar en lavaderos y fábricas textiles.
¡Ah! Si esas reducciones del Capitán Bueno, como llamaban los indios a Monseñor Fagnano, no hubiesen prematuramente perecido, ¡qué de portentos de la civilización católica no hubieran revelado al mundo en este glorioso Centenario! .
Mas, por desgracia las razas indianas no pudieron subsistir ante la invasión arrolladora de quienes necesitaban el campo libre, o les infiltraron vicios degeneradores o les predispusieron a extinguirse con las hondas penas del alma de un pueblo domado y proscrito en su propio suelo.
Es verdad que la tuberculosis arrebató los aborígenes de Magallanes, pero es más verdad, también que le abrieron paso las nostalgias, el alcoholismo y la sífilis. Y es también muy verdad que para civilizarlos hubo de acorralar -permítasenos la palabra - a los que estaban acostumbrados a viajar más libres que el aire, los guanacos y el caiquén.
Hoy, los pocos indios que restan, viven escondidos en los canales inclementes, mientras que los más, sólo han legado a la posteridad los objetar coleccionados en el Museo ‘Mayorino Borgatello’».

Quién tenga más inquietudes que las que aquí hemos volcado, una última recomendación leer un ensayo relacionante: PASAJEROS DEL PODER PROPIETARIO. LAS SOCIEDAD EXPLOTADORA DE TIERRA DEL FUEGO Y LA BIOPOLITICA ESTANCIERA (1890-1910), siguiendo la presente signatura: http://www.scielo.cl/pdf/magallania/v36n2/art02.pdf


1 comentario:

FERNANDO dijo...

COMO SIEMPRE, ALECCIONADOR
GRACIAS