UROS.1: "El capitán se hunde con su propio barco".


El jueves 15 de abril, poco después de las 2 a.m. tocaron con insistencia el timbre de nuestra casa. Patricia que veía televisión se asustó y corrió a despertarme. Yo apagué luces y alcance a escuchar el reclamo que venía de afuera: una voz aguardentosa reclamaba una lata de tomates y un paquete de fideos, lamentándose a continuación “¡Vámonos, nos apagaron la luz!”. Nos quedamos un rato más en silencio para ver que podía pasar. Era sin lugar a dudas un borrachito, que falto de ubicación con respecto a la hora venía a pedir lo que tal vez en otro momento ya le habíamos dado.

Yo intenté seguir con mi sueño, pero lo había perdido. Me bañé, y en la computadora adelanté algunas actividades del día. Cuando me di cuenta ya era la hora de ir a trabajar, y el sueño demorado me atacaba demoledoramente.

Los jueves suelen ser mis días de interioridad y después de almorzar llegó la siesta, me levanté por una llamada telefónica a la hora que Uros se moría.

Pero yo vendría a enterarme a la hora de la cena. Dialogaba con mi nieta cordobesa que reclamaba la encomienda que no llega –en Internet figura después de una semana que todavía esta en Río Grande- y nos reíamos de algunas monerías cuando en el televisor donde se escuchaba a Lucho Torres relatando un programa sobre Malvinas, apareció el cartelito de la defunción del antiguo poblador Radoslav Martinovic. Por un momento dejé de escuchar lo que decía la voz infantil del otro lado de la línea, luego le pedí hablar con la mamá y fue a la distancia que tuve mi primer interlocutor sobre la noticia del primo que había muerto.

No hace dos semanas que cambiamos de lugar mi computadora en casa que vino a quedar debajo de la escalera –estoy como Harry Potter- y a la derecha de mi asiento queda una ventana donde un artefacto de madera congrega una serie de fotos que están esperando. Entre ellas un papelito con su nombre, y su número de documento, y la advertencia que lo que más necesitaba era el carnet del Ipauss; copia de una gestión radial que nunca dio sus frutos. Porque el extravío se le tornó pérdida definitiva y Mario Séliman en debió concurrir en la mañana de su funeral para tomar de su cadáver las huellas digitales que exigía la justicia..

El cartelito sigue estando allí preguntándome lo de antes: ¿Qué será de Uros?

Hasta hace un tiempo era figura común entrando al Hospital a la derecha, con un diario en la mano, o contando las monedas para comprarlo. Habitante del asilo de enfrente –lo que se dice Hogar de Ancianos- siempre tenía con sus demandas alguna noticia sobre los visitantes o los inquilinos transitorios del nosocomio.

Allí en otro tiempo también había estado su hermano Miguel, ya fallecido, que complementaba su rol de paciente crónico con el de ayudante en el área estadística. Allí también su hermano Simón habías experimentado el duro transe del acortamiento de sus piernas, por la diabetes que finalmente lo consumió. El otro hermano –Dusan- se fue para Chile, pero esa era otra historia que el a veces recordaba: la de “los coipos”.

Uros –así le llamábamos familiarmente- vivía en el recinto que contiene a otros como él en el Ex Campamento YPF, y allí lo acabó una broncoaspiración.

Los episodios vividos en la noche anterior, el llamado de los manyines reclamando comida, me llevó a recordar un escrito que con fotos de Jorge Flores hicimos para el Diario Noticia, un aniversario de Río Grande. Recordaba que se acercaba a pedirme con frecuencia unos pesos para comprar carne, y que uno sabía que su carne de entonces era por litro. Sabía pero igual le daba.

El llamado desoído en la noche me hizo recordar a la película El Exorcista, donde el Padre Karras no atiende la demanda del mendigo, que lo demanda cuando el concurre a realizar su enorme tarea. El con el rostro del mendigo se presentará luego el demonio que no consigue desalojar.

Claro que nuestro Uros era un arcángel pobre, sin trompetas, apenas con su cigarrito que misteriosamente conservaba largo tiempo la ceniza, por más que caminara contra el viento..Un arcángel cuya misión era despertar la solidaridad de los hombres, casi siempre dormida en sus mezquindades.

Partíó Radoslav Martínovic, en el viaje del que no se vuelve.

"Caballero el ensueño" pintó nuestra ciudad con su curiosidad, en los casi 50 años que vivió entre nosotros.

Si alguna vez fantasió para conseguir algo, en otras contrastaba con su sabiduría, sus verdades y sus certezas.

Su batalla fue la libertad, su derrota la soledad....!

(Esta historia continuará)

4 comentarios:

X dijo...

Interesante tu blog. Lo estare siguiendo.

Luego ya lo curioseo todo con mas calma, pero ahi te tendre ya en la lista.

Te invito a pasar por el de nosotros, si quieres... ahi esta en mi perfil. See you!

Pali dijo...

¡Mingo gracias por este homenaje!

Liliana dijo...

Qué buen recuerdo, Mingo! gracias!

Anónimo dijo...

Mingo, Gracias por recordar a nuestro querido Uros! También sería bueno recordarlo como el ULTIMO GAUCHO de la Tierra del Fuego, como él siempre se afamaba.
PIKI