Mi madre era capaz de Toddy.


El té era la infusión cotidiana. Con tetera y colador siendo Cruzader la marca de la casa. Había otras que competían “Mazaguate” (más agua que té decía mamá), y otra de la cual teníamos un almanaque metálico de hojas recambiables: Melrose.

El café se mantenía a la espera de la necesidad de los mayores en la enorme y verde cafetera a un costado de la estufa, su aroma formaba parte de la geografía de la cocina.

Incluso en un rincón del aparador había atado con un elástico un medio paquete de yerba mate para cuando llegaran amigos y parientes de Argentina. Los que venían de Tierra del Fuego encontraban entre los cubiertos media docena de bombillas y terminaban cebando sus amargos en un jarrito enlozado, algo saltado, o incluso en un grueso vaso de vidrio, habitualmente destinado al vermouth. (Esta fue la primera palabra extranjera que aprendía e escribir correctamente). Los que llegaban de Santa Cruz eran más previsores, traían su yerba, su calabaza, su bombilla, y eran más de gustarlo dulce, señalando siempre que el azúcar en Chile tenía otro sabor. Por este lado, el santacruceño, llegó un día el frasco de Toddy.

Hasta entonces la leche se enriquecía con cacao, cacao que era amargo, un polvo muy fino distinto a la rústica cascarilla que se me servía a veces cuando salía de visita. El Toddy era diferente, era palatablemente exquisito y además tenía connotaciones de mi país, del cual yo no tenía memoria, y tomándolo que pasaba a ser un “pibe”, y me agregaba –al decir de mi padre- mucha más fuerza que el ñaco que se tomaba al menos una vez a la semana.

Yo ya sabía hacerme la harina tostada y cuidaba que no formara grumos, ¡pero preparar el Toddy era tan sencillo!: Tres cucharaditas del chocolate, dos de azúcar granulosa, y un chorrito de leche condensada; todo se batía, y después el agua caliente hasta llevar la taza. ¡No se imagina lo que era eso!

No se como era la cosa, pero ese frasco no terminaba nunca. Hasta que un día papá llegó con un producto de Nestlé –ya la leche condensada tenía esa marca- se llamaba Milo, era granuloso (muy apetecible por la forma en que se disolvía en la boca cuando no te veían y podías escurrirte una cucharada) y no había que revolver sino agregar sobre la superficie de la leche que iba cambiado poco a poco de color, con el agregado de cada una de las cucharaditas.

Cuando después de cinco años fuera del país volveríamos a Río Grande una de mis preocupaciones sería si aquí habría Milo; pero mi madre me consoló diciendo que sino estaríamos con Toddy nuevamente. En envase de aquel, de color caramelo oscuro, ya era un recipiente para mis bolitas.

Se hablaba sobre lo útiles que eran los envases de vidrio de ese color, para guardar medicinas caseras, o mermeladas artesanales. Pero yo nunca vi que se conservaran muchos en casas, al decir del tango que yo ya cantaba y que decía: “ya no hay en el bulín aquellos lindos frasquitos, adornados con moñitos todos del mismo color…”

Me parece que aquel frasco de Toddy siempre fue uno solo, y que se multiplicaba maravillosamente. No pasaba lo mismo con los envases de Milo a los que se les sacaba la etiqueta y después se los iba pintando de fondo de un color, y con lunares contrastados.

Pero mi ansiado reencuentro con el Toddy experimentó una gran desilusión. Cuando llegamos a Río Grande con una lata de Milo en la mudanza, pronto se acabó, porque los tres chicos que vivíamos en la pensión de tía Franka –Eduardo, Piluca y yo- demostramos rápidamente nuestra glotonería. Entonces llegó la hora del Vascolet, que era el sucedáneo existente en la despensa familiar. Y el Vascolet tenía un gusto indefinido, era grumoso, y hasta tenía un color más de dulce de leche que de cacao.

¡Era dura Tierra del Fuego!

Hasta que un día, cuando ya vivíamos en nuestra casa, papá llegó con el Neskik. papá siempre le llamó así, en tanto que mamá y yo bien pronunciábamos Nescui. Era volver al Toddy y al Milo, un poco de cada uno tenía este producto, que ya comenzó a servírseme en leche fría, leche que mi padre preparaba a partir de el producto en polvo llamado Nido, que también era de Nestlé.

Ya era escolar y solía en momentos clandestinos que me proporcionaba mi condición de hijo único tomar vertiginosamente ese preparado de leche y chocolate, polvos coloidales ambos, en un envase pirex a modo de mamadera que exigía un chupete ancho que cada vez era más difícil de conseguir. Bien recuerdo que por entonces en otros hogares eran visibles las mamaderas con un chupete en forma de un largo dedo, siendo el recipiente una oscura botella de cerveza.

En Billiken, revista que se había incorporado a mi cotidianidad, seguía existiendo la propaganda de Toddy que nunca llegaba a mi mesa. Tal vez sería porque Tierra del Fuego no sería Argentina.

Yo no había sido amamantado por mi madre, ni había crecido en un medio donde se dieran situaciones maternales tan elementales, pensaba que los pechos de las mujeres estaban en función de que pudieran usar “sostén” (corpiño); pero un día me llevé la gran sorpresa: fue cuando María Caruso de Granja, recién venida del Brasil con su hijita María del Carmen de tan sólo tres meses, estando en la cocina de casa peló la teta y calmó el llanto y la ansiedad de la pequeña. Yo me quedé mirando sin entender nada, mi madre un tanto avergonzada por el espectáculo que se me había presentado, me envió para hacer una compra.

Yo ya medio me sabía lo que los chicos no venían de París, pero se día por un momento pensé que tal vez las brasileras vendrían con mamadera incorporada, pensando en como harían para cargarlas de Toddy, o lo que se le pareciera.

4 comentarios:

Pali dijo...

¡qué hermoso recuerdo MIngo de tu vida en Río Grande!

Mingo Gutiérrez dijo...

En Punta Arenas y Río Grande!

Beatrice dijo...

Ese aroma a café formaba parte de la geografía de mi cocina también allá en el barrio yugoeslavo de Punta Arenas, le agregaban un poco de café de higos.
Conservo un lata antigua de Mazawattee y aún consumismos el té Melrose y el Cruzader.
Mi madre también era capaz de Toddy.
Lindos recuerdos Mingo y me alegro de tu alta.
Beatriz

Mingo Gutiérrez dijo...

Cafe de higos.

Y cigarrillos corcho marca Monarch.

Y ya entramos a crecer!!!