Dulces recuerdos de Gladis Begg de Ríos



     
Un aroma dulce llenó la casa de Doña Gladis cuando cumplió sus 74 años. Y ese aroma salió de sus manos.

      La vida puede ser -si se quiere- breve y dulce, catorce hermanos, viajes, un amor, dos hijos, seis nietos, un tiempo para cuidar a los que quiere.

      Pero también la existencia puede ser larga, una guerra, distancias, viajes, soledad.

      Así resumíamos en el cuaderno de nuestros apuntes allá por 1987, cuando la visitamos por primera vez a tan sólo unos días de haberse levantado con un año mas a cuestas y saboreando el desayuno familiar con el dulce de ruibarbo que naciera de sus manos..., de su vida que le salió agridulce, plateada de ruibarbo.

     ¿Quién le enseñó a hacer lo que ella hace?

      (y ya estamos de vuelta en nuestros recuerdos)

      Nadie…

      Todos…

      Puede que en su infancia de estancia Sara fuera un rito del verano cortar los tallos como lo ha hecho ella y en enormes ollas preparar el jam para toda la temporada.

      O en una casa de piedra de Escocia o Inglaterra de donde venía padre y madre, y por donde pasó la gran guerra, otras tradiciones -mas centenarias que la suya- la hayan colocado de pequeña a calcular con un enorme tazón de losa las proporciones del fruto y del azúcar.

      Tal vez lo hizo alguna vez con la india Micaela, en campos de Despedida, cuando era una jovencita que vuelta a este suelo volvía también a hablar el castellano olvidado, entre un grupo de onas que bien dominaban la lengua británica.

      Pero lo suyo -el fabricar para la casa el dulce de ruibarbo- se ha venido repitiendo cuantas veces pudo, en la casa primera que estaba en la Subprefectura, orillando el río; en la que alquilaron después, en ésta llena de sol sobre la calle Mac Kinlay.

      Si alguna vez José, el hermano que se le fue el último abril, o Ernesto que en sus 87 años lo acompaña con una vida entera en estancia Sara, supieron de ese dulce que yo estoy probando intrusamente, al pronunciar estas palabras, habrán tenido seguramente el recuerdo de otras manos, de otros campos, de pacientes silencios.

      Y Eduardo -el que fue policía y hoy vive con su familia a 10 cuadras de su casa- recordará que el ruibarbo no falte en algún faldeo de un puesto o doblegando la aridez de un potrero desusado en tantas estancias.

      Así esta Gladis Begg de Ríos, en la breve vida de cortar los tallos verdes y fuegos que crecieron como un adorno en el fondo de su patio, dados son números que quedan sobre la mesa puesta para trabajar.

      (Ahora volvemos a 1993).

      Nos hemos encontrado otra vez y parece mentira que debiéramos esperar seis años. Seis preciosos años de una vida entregada a los suyos en este nuestro Río Grande.

      (Pero es terrible esto de sumergirnos en los recuerdos: emergen nuevamente los apuntes de aquel invierno).

      Algo de ralladura de limón a veces, sin poder dar otra medida, por alquimia que en la cocina dan los años o si se quiere manzana picada antes de la cocción que, a fuego lento, se mide entre dos o tres horas de hervor.

      Y el tallo de esa planta venida de lejos pero tan bien aclimatada al sur, como William Begg, como Marta Harriet Mendy, como Gladis y sus 13 hermanos se ha compactado en un fruto dulce de sus manos, como una corta herencia de enero, como un largo ritual de la vida.

      (Me recupero hoy)

      La familia ha decrecido por el lado de los viejos y avanza vertiginosamente rumbo a los bisnietos. Ella esta en un tiempo en que se escucha mas a si misma que a los demás. En sus manos se muda el afecto que desborda en un niñito de brazos por un pequeño álbum donde se encierran tesoros de su memoria.

Tomamos tres fotos, vamos a publicar ésta: donde aparece con su hijo, feliz, mientras que en el dorso se recuerda: Sept. 1949, 3 months old.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por recordarla... Falleció a los 80 años, en septiembre. Llego la navidad ese año, y me encontró acampando. A la mañana del 25, nos despertamos en la carpa, solíamos prender la radio para escuchar radio Nacional. Y al encenderla comencé a escuchar la voz de mi abuela, que ya no estaba... Estaban pasando el reportaje que usted le había hecho un tiempo atrás... Imposible explicar lo que sentí en ese momento, el día de Navidad. Gracias por guardar su recuerdo en fotos y en sonido.. Susana Ghermas Rios Begg
Todavía no aprendí a hacer el dulce de ruibarbo como lo hacía ella, bien oscurito y bien dulce...