Mi esposa falleció
cuando llevaba diez años de jubilada en la administración pública fueguina.
Este beneficio lo alcanzó luego de tramitarlo al cumplir cincuenta, sumando
entones 28 años de servicio. Era empleada del Hospital Regional Río Grande
“Nuestra Señora de la Candelaria” a
donde llegó desde Ushuaia en Febrero de 1989. Sus últimos tiempos la
encontraron trabajando como administrativa en el sector cardiología –categoría
19- habiendo tenido diversos derroteros desde aquel primer paso en Secretaría
de Sala cuando llegó con su traslado para iniciar 28 años de vida en común
conmigo.
En el Hospital de
Ushuaia había ingresado a sugerencia de Lucinda Otero, rindiendo examen de
ingreso. Hasta entonces se había desempeñado como empleada fabril en Sanyo.
Unos pocos días cuidó niños al llegar a la isla tarea que había realizado en su
primera aproximación al sur.
Eso fue en Río Negro
cuando con su primer esposo, y un matrimonio amigo, tuvieron responsabilidad en
el cuidado de niños protegidos en la ciudad de Viedma, buena parte de ellos
mapuches.
Patricia recordaba
que ya a los 13 años supo lo que era trabajar en el hogar, recibiendo tareas de
costura, inicialmente a nombre de su madre, pero sobre las cuales imprimió su
dinámica juvenil para incrementar los ingresos domésticos.
Intentó estudiar
Medicina, pero falta de recursos debió trabajar, así recordaba sus empleos en
la UOM, Sanatorio Guemes, Hotel Bauen y Universidad de Belgrano, lugar donde
pidió licencia cuando partió hacia Tierra del Fuego junto a su amiga Elsa
Sguazzini.
Desde su condición
de escritora fue dinámica en labores culturales, en las cuales nunca fue
remunerada; elaboró un suplemento cultural –El Sueñero- en el diario El Sureño,
y afiliada al ATE mantuvo un firme compromiso gremial con esa institución.
Al momento de ser
madre priorizó esta tarea a cualquier otra, y no agregó horas extras u otras
responsabilidades que la sacara del hogar donde fuimos aprendiendo lo que era
criar y educar un niño entre dos: nuestro Marcial Fermín.
Ingresada a la
práctica del Taichi chuán integró desde un primer momento el Club que naciera
para promocionar la actividad.., mucha fue siempre su actividad en ese sentido,
y más cuando se jubiló, asumía los aspectos administrativos, que no eran pocos,
y disfrutaba los momentos en que daba clases.
Patricia nunca
manifestaba aburrimiento. Siempre tenía algo que hacer, aunque algunas tareas
domésticas eran delegadas en alguna señora que venía a ayudarnos: de Angélica a
Susana. Viéndose favorecida por el cocinero que formó a su lado, que formó en
mi persona.
Su padre: Luis
Buenaventura Cajal, tuvo un largo desempeño en el Instituto Malbrán, donde se
formó como microbiólogo; allí fueron también a trabajar sus hermanos Alicia y
Lucho, la primera como administrativa de carrera, el segundo en áreas de
mantenimiento –era electrotécnico- aunque en los últimos años se encargaba del
sector animales para la experimentación; Lucho ya está jubilado.
Cuca, la hermana
fallecida hace tres años –situación que sumergió en una zozobra a Patricia-
empleó todos sus primeros años a las tareas de madre, y cuando la hija creció
terminó su secundario a la vez que se empleó en fábricas de objetos para uso
turístico.., esto en Mar del Plata.
Alicia contrajo
matrimonio con Marcelo Jacobi, desde joven imprentero, con el tiempo
constructor –arreglatuti- a quien le debemos el inicio de la refacción de
nuestra casa cuando ya habíamos pasado tres años de contemplarla quemada y sin
principio de solución.
Patricia contraía
préstamos bancarios y con ellos salíamos adelante en nuestras urgencias por
mejorar nuestra calidad de vida. Yo era de los que pensaba siempre en ahorrar
primero y gastar después, pero ella me demostró que si no hubiera sido por sus
compromisos nunca hubiéramos salido adelante.
Cuca se casó con
Luis Alberto Krojzl, artesano, platero, y ahora luego de jubilado comunicador
social con un firme compromiso en el tema Derechos Humanos.
Mónica, esposa de
Lucho es ama de casa, situación en la que conocimos siempre a la abuela Alicia
–en realidad se llamaba Bernarda- pero de la cual sabíamos que tuvo un tiempo
de operaria fabril en área textil, hasta que se casó.
Don Luís era
tucumano y su padre falleció cuando tenía doce años, entonces se vio internado
en un colegio salesiano del cual salió terminado el secundario a poco de
cumplir con el servicio militar; por entonces militó en las Juventudes Obreras
Católicas.
Su padre parece
haberse dedicado a los negocios con ganado, en tanto que la mamá –la abuela
Torres- formaría con el tiempo un segundo matrimonio con un italiano de
apellido Sorbara, dedicándose a la crianza de Elena, hermana menor de Luís,
mientras que su marido se desempeñaba como cocinero y pastelero. La tía Elenita
se casó con Hugo Torres, un profesional de las artes gráficas.
Los padres de la
Lela, así se le llamaba a la abuela materna, era de origen polaco y ella había
nacido en Misiones. El padre –Spiridión- era carpintero, aunque todos parecían
estar sumidos en las duras obligaciones de los obrajes y las cosechas hasta que
comenzaron a emigrar a Buenos Aires. De allí los primos Idzi, en cuya huella
Patricia siempre andaba buscando reencuentros.
Patricia vivió en su
primera infancia en Bernal, años después –en tiempos de Frondizi- se hicieron
beneficiarios de una casa por el Banco Hipotecario y pasaron a vivir en la
calle Chopin, en Lomas de Zamora.
Si bien siempre
vivió por y para su trabajo, Patricia siempre recordaba que tenía ciertos
sueños, aspiraciones, estudió piano, y leyó y escribió con esmero y prolijidad,
por lo que ha dejado una enorme herencia en sus escritos los que fueron materia
cotidiana hasta los últimos días de su vida. Entonces recordaba, y se reía,
porque sus hermanos la llamaban “La Estanciera”, se reía, siempre se reía.. Ella que soñaba con un mundo mejor, aunque sabía que nadie se hace rico trabajando. Solo la callaban por un tiempo las injusticias. Pero ahora mejor vamos a
recordarla así.. ¡cómo se reía!
(*) Patricia con los niños que cuidaba en Viedma.
(*) Patricia con los niños que cuidaba en Viedma.
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