A Fredy Gallardo.
La tarde se hacía larga. Entre las 15 y las 21 no tenía nada
que hacer. Probé conectarme con algunos afectos que podrían compartir todo ese
tiempo conmigo, al menos un rato.
Pero uno no podía por compromisos contraídos con
anterioridad, otro tenía sus preocupaciones y le pareció que la salida que le
proponía no revestía la misma importancia que lo que estaba haciendo, y otro no
contestó. No valía la pena buscar más igual iba a salir al lugar donde se me
suele ver con suma frecuencia.
Y allí llegué poco después de la hora 17.
Pedí un café y dos medialunas y me dispuse a pasar una hora
de sociabilidad.
Pero no había nadie cercano a mí en mi entorno.
Apenas una amiga que merendaba con su hija y ya salía,
después de dejarme una buena noticia.
Pensé en pasar al menos una hora en ese lugar donde la gran
mayoría deglutía meriendas descomunales.
Pero el tiempo comenzó andar lento, lento..
El domingo el ciclo se repitió. Podía haber ido a saludar a
un compadre al que ido dejando de ver por esas cosas de la vida. Seguro que
habría sido bienvenido. Pero entonces no lo sabía. Recién a la note Facebook me
recordaría que toda esa familia, a la que en tantos casos he sentido como mía,
estaba de fiesta.
Pero no. Yo insistí con otras invitaciones y finalmente concurrí
al mismo recinto que el día anterior. Espacio donde desayuno los domingos pero
que entonces había cancelado en tan tradicional despertar luego de haber pasado
un largo insomnio que me entregó destruido al momento en que pasarían a
buscarme.
Repetí el menú en la tarde de domingo. Pero no llegué a
permanecer más de media hora.
No había nadie cercano a mí que pudiera compartir esos
momentos.
Hay otros pormenores de los cuales no escribiré ahora, y
otros en los que indirectamente ya si lo hice. Pero había situaciones que no
podía entender: ¿Qué me estaba pasando?
El lugar de concurrencia era el mismo, pero en otra hora no
era el mismo lugar.
Y como nadie había podido compartir mi tiempo en ese lapso
de tarde, me estaba sintiendo solo, solo, solo..
Experimenté como pocas veces la sensación de estar solo en
Río Grande.
El sábado me acortó la tarde Juan Carlos que llegó con un
par de alfajores y su conversación. Pero en mi casa, no en la confitería. El
domingo pasé a casa de mis primos y viví un lindo momento.
Fuera de mi horario no estaba mi gente. Y nadie de mi gente
me había podido acompañar en la circunstancia en que los estaba convocando.
Hoy le contaba esto a Fredy, que me visitó cerca del
mediodía. Y me di cuenta que tenía mal abrochados los botones del piyama.
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