Llegó a ser un juego.
Más como cosas de niñas que de niños pero en la actividad
imitativa el mundo de los adultos podían intervenir también los niños.
¿Y los adultos?
Hacían sus rutinas de ver a familiares, amigos, compadres
situados en cierta lejanía en relación al grupo familiar que se movilizaba y haciéndolo
en algunos casos sin avisar previamente.
Cosa que ahora resultaría extraño en este tiempo de
celulares.
Hoy hablé con una amiga y no me atrevía a preguntarle si la
podía ir a ver. Me pareció que sus actividades eran lo suficientemente
importantes para no irrumpir sin su autorización. Por otra parte en los últimos
tiempos fue ella la que ha venido a verme, no ese sido yo en concurrente de su
domicilio. Y no hay acuerdos de reciprocidad. Vaya a saberse por qué.
En parte pareciera que se avisa para saber si van a estar
para recibirte, si no van a hacernos gastar movilidad o combustible
desmedidamente; o bien para dar lugar que acordar que llevamos como parte de la
consumición del encuentro, o con que nos estarán esperando.
Así que más allá de los acuerdos programados no hay muchos
lugares para la improvisación.
Me gusta recibir visitas, y también me gusta hacerlas.
Aunque en muchos casos me gusta encontrarnos en espacios neutrales, la
confitería por ejemplo. Pero coincido en que hay que saber utilizar los
tiempos, no hay que usar mucho la buena voluntad de otro, en el recibir, en el
entregarse.
Casi siempre se instala eso de cuándo fue la última vez que
nos visitamos, y cuál podría ser la próxima en que seríamos recibidos.
Y esto que se puede dar entre habitantes de una misma ciudad
se daba en un pueblo a otro, de una ciudad a otra, donde de repente aparecía
alguien en casa y quien te atendía sorprendía a resto de los convivientes
diciendo: ¿Mirá quien vino a vernos? Y en la gran mayoría de los casos en medio
de una alegría sincera que luego impedía el pronto partir, o condicionaba la
siguiente visita para cuando se esté preparado, o la ineludible.., entes de
emprender el retorno.
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