“¡Oh, si la vida fuera a buscar solo en el hombre la imagen de la fidelidad!”.


“Rompe” formó parte de los episodios más destacados de las historias de Velazquiño. Y también estaba destinado a ser en última instancia el factor dramático de su desaparición.

Este perrito, pequeño y escuálido, un “quiltro” nomás, figuraba en la ficción del viejo con toda la picardía que a él le era propia, y así lo conocíamos como el que orientara con sus ladridos la barca en entre los riscos y la tormenta, el que alcanzaba a la tropilla de caballos de ocho patas, el que escarbaba metros y metros para darle agua fresca al patrón moribundo, como el que terminaba en amores con la perrita de la hija del Gobernador, cuando Velazquiño –pese a ser dueño de las proezas más inverosímiles-sólo recibía de la dama una caída de ojos.

Velazquiño era un chilote venido por mar y olvidado en las costas después de una noche de copas, ni desertor alcanzaba a ser, pero esta circunstancia le daba argumento para contar como luego de descubrir un tesoro, el de Cambiazo, o El Oro de los Incas, la tripulación de la embarcación lo abandonó en la isla, escapando en el rápido navío y con toda su fortuna.

Fabulador nato, se lo conocía simplemente por la letanía con la cual el finado Pizarro lo reprendía en su decir aragonés: -“Velazquiño, Velazquiño.¡Mientes! ¡Tu, como los mozos vagos de mi tierra.!”

Y el chilote se excusaba argumentando que todo era verdad:-“En el fondo del lago Khami existe una gran loza que sólo se mueve con los terremotos, los de Chile, los del Perú, los del Nipón, todos repercuten allí. Y cuando la piedra sel fondo se mueve comienza a entrar agua del Pacífico, y la isla comienza a hundirse...”

Sus cuentos, que nunca consideraba como tales, alegraban a los parroquianos del Bar Colo-Colo donde paraba cuando bajaba del campo, generalmente después de una temporada como puestero, trabajo para el cual tenía una particular predisposición, quien sabe porqué en toda la soledad podía alimentar más su creatividad mermada por los años.

.”El Fañano no se puede navegar así nomás. Cuando alguien se cae al agua hay como un remolino que lo mete pa’dentro y no sale nunca. Tiene una comunicación con el Estrecho de Magallanes, no la del río, ...del río” –y allí le falla la memoria- “sino otra subterránea por la que entraban en la Segunda Guerra Mundial –aquí terminaba de vaciar el trago- los submarinos alemanes...”

Cuando Velazquiño se pasaba de copas y se aletargaba con su lengua y su memoria, era “Rompe” el que comenzaba a tironearlo de las bombachas, para que en el fondo del patio, donde tenía preparado su catre, durmiera volando en vaya a saber que sueños.

Guardaba el viejo una particular simpatía y lo recuerdo bien en casa una vez que lo invitó mi padre, pagándole con un cordero bien regado la diversión extraordinaria de su imaginación. Papá logró dormir sentado –en esa época andaba por los dos trabajos-mientras yo le pedía que no se vaya y que siguiera contando historias de naufragios, de aparecidos, de animales fantásticos, o donde había tesoros ocultos.

En los últimos años de su vida había cambiado su erudición geográfica y su memoria descriptiva de la naturaleza por una conducta macabra, en cada una de sus referencias. Hablaba entonces de las costumbres caníbales de los indios, para fastidio y discusión de algunos mestizos que rondaban los boliches de aquel entonces; hablaba de crímenes de toda suerte donde el cuchillo de algún paisano segmentaba las tripas de algún infeliz o describía como alguna muchachita desesperada sacaba de su vientre el hijo que no quería.

Y como la charla no agradaba a toda la gente, poco a poco se lo fue raleando hasta que por dos años no salió del puesto.

En un mes de septiembre cuando arreando un piño El Rubio Alvarez lo pasa a ver, Ramón Velásquez había encontrado un tétrico final, aún me parece recordar la cara del hombre cuando contaba el hallazgo: “Eran los huesitos peladitos nomás, y de la calavera los pelos pegados y un líquido que le salía de ande tendría los sesos lo que le quedaba al hombre...Velazquiño” –y con un dedo de la misma mano que sujetaba la copa le requería al cantinero que la llene nuevamente. Se había muerto en invierno y el “Rompe” se lo fue comiendo porque encerrado en el puesto no tenía otra cosa para alimentarse. ¡Gordo y lindo esta el quiltro, lustroso de carne humana. Nunca lo vi así!”

Era una historia para que realmente la contara el finado, él le habría dado las motivaciones para dejar callado a más de uno, para luego imaginar muchas otras historias.

La policía hizo lo suyo, un médico –no me acuerdo cual aunque no había muchos- ayudó en el inventario óseo y así en una pequeña caja fueron a sepultar tan poco en su humanidad, sin un rezo, ni una cruz.

Cuando “Rompe” cayó sobre esta tierra que tapaba los despojos de su amo, muerto de pena, sin querer tomar otro alimento después de haber consumido la carne del viejo, el esqueleto del perro permaneció largo tiempo sobre la ignota tumba, hasta que las gaviotas dejaron de respetarlo y el viento terminó con el trabajo de conducir la historia de Velazquiño hasta el olvido.



*Òscar Domingo Gutiérrez, fragmento del segundo tomo de su obra Rastros en el río. Publiado en la revista de la XXXI Exposición y Feria Ganadera Comercial, Industrial y Artesanal de Tierra del Fuego. Foto "El guanaco volador".