El viernes 29 de octubre, en razón de la finalización de mi rehabilitación tras cuatro meses cargando con mi fractura de pelvis, los amigos de Marcial decidieron homenajearme mediante una choripaneada intramuros de nuestra residencia.
Yo dejé en sus manos los pormenores de la organización de tamaño festejo, mientras por otro lado seguía los detalles de la inhumación de Néstor Kirchner, una situación que resultó angustiante entre otras cosas dada la ineficacia generalizada de los periodistas porteños. Gente que repetía y repetía los mismos parlamentos, con los mismos equívocos.
Yo suelo apartarme de las situaciones luctuosas que puestas en manos de los hacedores de la televisión son casi siempre deprimentes; pero en este caso –dado los lazos con el extinto mandatario- creí ncesario no eludir.
Pero no pude seguir más como espectador y llegué justo para ayudar a Agustín Banegas en la tarea de hacer el fuego.
La noche estaba fresca, pero no tanto. Las brazas nacieron lentamente y hubo cierta llovizna. Los chorizos comenzaron a llorar y cierta humareda nos hizo lagrimear.
El asador pidió su combustible y así me llegó un vaso colmado de whiskey irlandés.
Ya estábamos en clima.
Luz, dudando que fuera efectivo nuestro trabajo, se puso a cocinar unas pizzas caseras, la primera de las cuales llegó con el primer chorizo.
Whiskey con chori no es una combinación ajena a mi memoria. Pero con pizza me pareció un rasgo menemista.
Para entonces me había olvidado de lo que estaba viendo por televisión antes de partir hacia el fondo.
Yo cerca del fuego, y con las tripas calientes, me sentía en el paraíso.
Los muchachos, y después Patricia salieron emponchados, o cubiertos con mantas.
Los chorizos y yo nos cocinamos al unísono.
Tendrán que imaginarse por todo lo que brindé aquella noche!
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