En el
cabo Quad, en el canal Jerónimo, un poco al norte de la isla Carlos III, BYRON
había hecho contacto con algunos indígenas el 1º de marzo de 1765.
Sus “piraguas eran de corteza de árbol, de una construcción muy mal
acabada. Los americanos [aborígenes]) eran siete, cuatro hombres, dos mujeres y
un niño. Nunca antes había visto criaturas más miserables, estaban desnudos,
con excepción de una piel de lobo muy fétida, puesta sobre sus espaldas;
estaban armados de arcos y flechas que me regalaron a cambio de algunas cuentas
de collares y otras bagaletas; las flechas, de dos pies de largo, estaban
hechas de caña y armadas con una piedra verdosa; los arcos, cuyas cuerdas eran
de tripa, tenían tres pies de largo”.
Un mes más tarde, el 9 de abril de 1765, un
oficial que BYRON había enviado a hacer un reconocimiento no lejos del canal
Jerónimo, le “en su informe, que
había encontrado americanos cuyas piraguas eran de una construcción bastante
diferente de las que habíamos visto en el estrecho. Estaban hechas de tablas
cosidas, en tanto que las otras no eran si no de corteza de árbol anudado a los
dos extremos y atravesadas en el medio por un trozo de madera corto, para
mantenerlas abiertas, casi como los barquitos que hacen los niños con vainas de
guisantes. Los americanos le parecieron más estúpidos aun que ninguno de los
que habíamos visto. Estaban desnudos, y a pesar del rigor del frío no llevaban
otra cosa que una piel de lobo marino, arrojada simplemente sobre sus hombros;
ni siquiera los cerdos hubiesen querido probar su comida: era un gran trozo de
ballena, ya en putrefacción, y cuyo olor infectaba el aire desde lejos. Uno de
ellos cortaba esta carroña con los dientes, y daba los trozos a sus compañeros
que los comían con la voracidad de bestias feroces”.
Poco antes, el 12 de marzo de 1765, un
oficial había informado que algunos halakwulup : “le habían dado un perro, y que una de las mujeres
le había ofrecido un niño que llevaba sobre su seno; no es necesario decir que
esta singular oferta no fue aceptada; pero ella prueba, al menos, ya sea una
depravación que ha apagado en el corazón de estos salvajes los sentimientos más
naturales, o una extrema pobreza que violenta la naturaleza”. Sin embargo, BYRON
recibió en general una favorable impresión de los indígenas del Seno Skyrng
De todos modos, el hecho que merece la mayor
atención es que JOHN BYRON fue el primer europeo que menciona este tipo de
canoa, ya conocido entonces en el norte y, por cierto, diferente de las
antiguas canoas de corteza siempre en uso en el Estrecho de Magallanes.
Sobre sus expectativas en el resto del viaje
cuenta, entre otras cosas:
“Al pasar por la costa cerca del cabo
Froward, vimos humo, y avistamos pronto un grupo grande de salvajes, algunos de
los cuales cuando nos vieron, arrojaron sus embarcaciones al agua para
acercarse a nuestro barco... Algunos llevaban arcos y flechas de una manera tan
dura que nos fue imposible quebrarla. Sus arcos no sólo eran muy pulidos y
fáciles de doblar, sino que también trabajados con mucha destreza, la cuerda
estaba formada de tripas trenzadas. Las flechas eran de más o menos seis pies
de largo, y su punta formada de un guijarro en forma de azada, elaborado con
tal finura, como si lo hubiese hecho un tallador. Al otro extremo de la flecha
se encontraba un mechón de plumas para proporcionarle dirección al vuelo. Estos
salvajes tenían también lanzas. Se veían muy miserables y además muy mansos. Al
amanecer cada uno va a hacer su tarea, y al ponerse el sol se dirigen de nuevo
a sus moradas. Viven casi exclusivamente de peces, especialmente de caracoles y
moluscos, que existen en gran abundancia en esta región y son más grandes que
los que se suele comer en Inglaterra.
“Las embarcaciones que utilizan están hechas
en su mayoría de corteza de árbol, y tienen capacidad como para soportar una
familia. Son muy livianas, y cuando los salvajes van a tierra, las arrastran a
la orilla para que la marea no se las lleve. Parecen ser muy cuidadosos de su
mantenimiento. Aunque estas embarcaciones en general están muy mal construidas,
vimos, sin embargo, también algunas que estaban unidas con mucho arte. Utilizan
el fuego para trabajar la madera. Todas sus embarcaciones son estrechas, y en
ambos extremos tienen puntas bastantes altas; desde ellas lanzan sus venablos a
los peces, los que saben atrapar con especial destreza también a algunos pies
de profundidad bajo el agua. Esto es, no obstante, lo único en que se refleja
algún razonamiento entre los salvajes, ya que nos parecieron por el contrario
incapaces de comprender las cosas más fáciles que intentamos hacerles
entender...”
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