La reciente realización del Premio Ciudad de
Río Grande impactó positivamente en el amplio universo de gente que practica
deportes en nuestra comunidad, y aun fuera de ella.
No obstante eso no faltaron los que buscaron
en el conjunto si quedaban disciplinas que no fueron incluidas en las diversas
ternas.
Algunos reclamaron por la relevancia de
ciertas prácticas que son esporádicas, como el caso del pato. Otros señalaron
que tal vez alguna forma de danza podría ser incluida como deporte.
En lo que a mí respecta solo pude decir algo
que escuché hace muchos años en boca del Doctor Raúl Chiflet, el mismo decía
que hay dos deportes genuinamente fueguinos: el automovilismo y la pesca.
Cuando hablaba de automovilismo, el que fue
una estrella pionera, se circunscribía a la práctica de la actividad en
circuitos urbanos, y luego las competencias con vehículos standard en los
primeros autódromos. Ayudaba en esto el rico parque automotor, y la
disponibilidad de recursos que tenía la población por la falta de pago para la
compra de rodados importados de primera generación, eran los días de la zona
franca.
En tanto que la pesca era la valorización de
aquella de carácter deportivo que persiguió a la trucha. Y que también con
avíos importados permitía al hombre fueguino conectarse con la naturaleza y
traer un manjar a su mesa.
El deporte motor es parte de la identidad
deportiva y recreativa de nuestro pueblo. La pesca ha declinado.
Contribuye a esta última realidad la falta de
acceso a los espacios más feraces donde se han reservado cotos de pesca que han
puesto este valioso recurso a disposición del que viene de afuera con mayor
solvencia, siendo escasas las cañas que se habilitan en algún momento para el
pescador local. La falta de una ley de aguas explica en buena medida las
apropiaciones que desde el sector rural se han dado sobre chorrillos, ríos,
lagunas y lagos.
En algunos casos el recurso trucha es tan o
más importante que el ganadero para algunas estancias.
Si por los años 60 o 70 eran comunes las
Fiestas de la Trucha, que permitían saber quien pescaba más, o la pieza de
mayor peso; esta costumbre declinó puesto que se la consideró depredatoria.
Recuerdo sobre este particular la postura de un gran pescador, como fue el juez
José Cabeza que desalentó su realización.
Desde el llano se fue pensando que estas
medidas conservacionistas estaban destinadas a reservar el recurso para
aquellos que podían pagarlo mejor.
En un tiempo Gustavo Longhí, entonces esposo
de quien es hoy nuestra gobernadora, ganaba espacio en los medios de comunicación
denunciando a aquellos que no dejaban ingresar a los ríos a pescar. Había quien
remontaba el Grande por el curso de agua y tropezaba con alambrados tendidos de
una orilla a otra. Gustavo adquirió con los años actitudes conciliadoras y los
vimos en la organización de encuentros de Pesca con Mosca abiertos al mundo.
La eliminación de las tensiones entre
Argentina y Chile llevó a que algunos pescadoras elijan pasar al otro lado,
donde se desenvuelven en su práctica deportiva con mayor libertad.
Pero no dejan de recordar con nostalgia
aquellos días en que quién capturaba una pieza de gran peso concurría al Club
John Goodall para registrarla, a lo de Jorge Flores para fotografiarla, al Roca
para despertar envidia, y al Canal de Onita para convertirse en la nota de día.
Ahora priman otras habilidades, como la de
pescar y devolver –todo en palabras inglesas- y algunos pescadores cargan una
mochila adicional con la carne del asado que consumirán durante la jornada,
porque la trucha esta para luchar.
Porque de este pez, incorporado por los años
30 a nuestros ríos originarios, se valora eso: la pelea que le hace al
pescador. Me he encontrado con guías de pesca –pesca de la trucha- que afirma
que puesto en la mesa prefieren al róbalo, que a la trucha a la que consideran
que hay que aliñar en demasía para hacerla palatable.
Hay quien ha mostrado su desagrado cuando en
el estómago del animal han encontrado ratas, en esas situaciones que se dan
cada tantos años y que en este mismo blog rescatamos de los escritos de
Fregosini. Y no faltan los que afirman que con las ratas las truchas engordan
mucho más.
Pero de este capítulo pasamos al róbalo.
Nuestro humilde pez que bautizó nuestro río convoca en el mes de diciembre a
una Fiesta que ya lleva múltiples ediciones. Los ganadores en esta práctica –gente
que ha cuantificado su actividad pesquera- podrían haber postulado para una
Llama votiva; aunque por ahora no entraron en la lista.
Pero a no desanimarnos, pesca de río o pesca
de mar –pesca deportiva- tal vez vuelva a ser una práctica más libre y
premiable. Ni bien consigamos la mentada ley de aguas, ni bien se reglamente la
ordenanza que el pasado viernes mostró la conformidad de los concejales por la
feliz iniciativa del intendente Melella.
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