Ayer cuando ya pensaba que podría estar
muerto, Estela me contó que ahora vive en Ushuaia donde sigue exorcizando
demonios todas las noches.
Supongo que no le alcanzan los pocos australes
de la pensión graciable para sobrevivir, y -si la mano le responde- habrá
recreado su ciclo de pinturas mágicas.
Si, ese era su oficio, pintor. Aunque el principal
bien pudiera ser otro, no menos atrayente, el particular ensueño de buscador de
oro, la quimera de una juventud ya muy lejana perdida en la Isla Grande.
Estoy convencido que el Tano no es de este mundo, y de ello ayuda el
recuerdo de aquellos días en que con su carro entró en la ciudad para plantarse
en la puerta de la iglesia desde donde gritando el nombre del cura, le
interrumpió la siesta primero, y lo despabiló después con su anuncio: ¡Paaare..
se muere el Papa!
Un bar más allá siguió diciéndolo mismo,
cambió su cosecha aurífera y en la noche, con las muchachas, juró y rejuró una
visión de muerte en el Vaticano.
En la parroquia se sintonizó la emisora de
Gallegos para confirmar la especie informativa, se tanteó en Polar y La Voz del
Sur, donde la cueca alejaba toda posibilidad de duelo universal, y se pensó así
que el aventurero andaba por anticipado con algunas copas de más.
Cinco días después se supo que Juan XXIII en
encontró con San Pedro.
Y otros cinco días más tarde, en coincidencia
con las funerales del Santo Padre, el Tano se presentó de mañana en la
sacristía para reclamar el dinero indispensable para pensar en al realización
de dos retratos, uno del Pontífice muerto y otro del por venir.
No había referencias del pintor, se lo sabía habilidoso
en el manejo del pincel pero irreverente en sus diseños. Ya se contaba que no
hacía mucho en la Base de Ushuaia, o bien pudo ser en otra dependencia naval,
se le encomendó la realización de la imagen de la Stella Maris que resultó de
notable factura y de gozosa expresión; la modelo resultó ser la fotografía
publicada en una conocida revista pornográfica de aquel entonces.
Con estos recelos que finalmente
desparecieron, por que la idea era buena, es que después del almuerzo con los
curas, el Tano se llevó la primera parte del dinero –colecta de los domingos-
con ello cumpliría para fines de mes con la primera parte del compromiso: Juan
el Bueno.
Al termino del acuerdo llevó con su carro en
arqueados bastidores de lenga la imagen del Papa muerto tomada de una
estampita, y un segundo retrato de un hombre delgado con hábitos papales que
según él, y la interpretación que hacía de la profecía de San Malaquías, sería
el nuevo Papa.
Juan XXIII presidió dos misas mientras “al
otro” se lo guardó en el pequeño cuarto de limpieza construido bajo el coro.
Días más tarde Pablo VI llegó al solio de San
Pedro y su imagen –inexplicablemente idéntica a la pintada por el orero- fue
descubierta por el párroco al recibir paquete semanal de la revista Esquiú.
El Tano fue ubicado por unos cooperadores de
la orden lavando arenas en el Río Chico, se le pagó lo que se le debía, y otro
tanto por silenciar el hecho de que había sido pintada antes; ya no es tiempos
de milagros, al menos en Tierra del Fuego.
En 1971 el incendio que se originó en la sala
de limpieza de la parroquia calcinó los testimonios de esta historia, y el Tano
se sintió liberado de su juramento como para relatar allí donde fuera el
carácter de sus sueños y predicciones.
Estela me contó que ahora vive en Ushuaia
donde sigue exorcizando demonios todas las noches.
En la foto cuadro pintado por Nícolo Beltrame en cuyo descubrimiento intervino como relator Jesús -El Chango- Medina.
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