La casa estaba destruida, y la madre se
encargó de hacerle saber que lo mejor era no encontrarse. Algunos compañeros
estaban en el exterior, otros adentro, y la alternativa sugerida era buscarse
un lugar en el interior del país.
Tendría que volver a su oficio de maestra, ese
del cual no había tenido mayor práctica que la que se exigía en el colegio
normal, pero que afortunadamente se había salvado de todos los estragos
ocurridos en su casa, por el solo hecho de haber quedado entre los papeles
entrañables para su madre que siempre la hubiera preferido así: maestrita de
blanco como lucía en el sur, y no con los proyectos que le calentaron la sangre
durante el último lustro.
Con varias copias de su analítico, en su
condición de Maestra Normal Nacional, fue recorriendo las casas de provincia y
ya estaba segura que la de mayor oportunidades era Misiones; donde además tenía
la selva cerca, ¡la selva!, un espacio en el que estaba preparada para
sobrevivir, y a donde podría escapar si ciertas circunstancias oscuras se
repetían.
Pero algo torció su rumbo, y la llevó a la
Casa de Tierra del Fuego. De ese sur tenía el recuerdo del viaje de egresada:
¡Todo el sur en su memoria era Bariloche! Y eso mismo le pareció entrever en
las fotografías que mostraban las bellezas del islario austral. Trató de
simpatizar con las recepcionistas, pero ninguna conocía el Territorio. Y fue
mientras esperaba la llegada un funcionario que la atendería en su demanda
laboral, funcionario que por otra parte parecía tener muchos y variados temas
entre sus compromisos cotidianos, cuando comenzó a leer uno de los periódicos
que venían de ese sur..., ¡Y allí se llevó la sorpresa! –una sorpresa que la
dejó sin aire- ¡Había entre los pocos nombres que integraban el staff de la
modesta publicación un nombre conocido!.
El funcionario llegó, mandó a pedir café,
conversó con ella dándole mil detalles del lugar de destino, advirtiéndole
sobre su condición de mujer sola en un mundo marcadamente masculino, prefirió
ocultar el pasado que le había dado un hijo, y se sobresaltó de pensar que tal
vez ahora y allá se podría dar un reencuentro con su postergada función de
madre. ¡Es que solo tenía en mente la existencia de él, allá en el sur! Porque
el funcionario quería arrastrarla a Ushuaia, pero ella insistía con ese Río
Grande donde al menos tendría un alma gemela para compartir el exilio interior
que creía que no sería tan fácil.
Y así fue llegando sin mirar por donde pasaba.
En aeroparque recordó que una vez ese hombre la había querido seducir. El vuelo
le regaló la compañía de un viajante que le contó como eran los viajes en otros
tiempos, de pueblo en pueblo, en autos preparados para las inclemencias
invernales, apretados el pasaje mezclando sudores; mientras ellas recordaba de
él su firme mirada, y una vaga relación sobre que estudiaba una carrera y se le
había dado por otra. De Río Gallegos para acá, cuando ya se quedó sin el
viajante a su lado y todos recomendaban “avizorar el estrecho y la Isla que
vendrá entre la bruma”, ella tomó conciencia que ese compañero había tenido
mujer y un par de hijas, y que tal vez allá en el sur estaba guarecido con toda
su familia. ¡Pero no importaba nada de eso!
En la Aeroestación le dijeron que el único
medio de transporte disponible era el taxi, y pensó en la fortuna que podría
salir tamaño viaje. Lo primero que hizo fue pedir que la llevaran al centro, el
taxista se rió: Tiene algún lugar donde alojarse, conoce a alguien.. Entonces
ella se atrevió a darle su nombres: ¡Ya era una persona conocida!
En la casa no había nadie que respondiera a su
llamado, el taxista le dijo que a esa hora y por su trabajo su amigo debería
estar con trámites de banco, o en el correo, que si lo veía le anunciaría la
sorpresa. Ella le rogó que dejara las cosas ahí, le intentó pagar con un billete
pero como era muy grande el taxista le dijo que ya pasaría más tarde con
cambio. Cuando se sentó en el umbral de aquella extraña casa de madera y apoyó
su bolso sobre el suelo se dio cuenta que en el baúl del taxi había quedado su
valija como rehén. Se tranquilizó, y se intranquilizó, no traía nada que podía
comprometerlos.
Al rato un pequeño cachorro blanco y negro
vino a juguetear con ella, y tras ese otro, y otro, y cuando compartía algunas criollitas que sacó
de cartera vino la madre enojada, y tras ella un niña que presumía de dueña de
la jauría.
-¿Lo está esperando al vecino?
-Me dijeron que no tardará en venir porque
aquí tiene su oficina.
-¿Por qué no prueba por la puerta del
costado?, aquí todos dejamos abierta la de la cocina.
Entonces se levantó y... efectivamente, la
puerta se abrió y el calor interior la sorprendió envolviéndola, y trayendo al
mismo tiempo cierta desagradable combinación de olores productos de una casa
donde los hombres solos no piensan primariamente en el aseo. Igual entró.
-¿Qué sorpresa que se va a llevar cuando la
encuentre?- le gritó la vecinita- Me había dicho que tenía una esposa muy
linda, pero no creía que lo fuera tanto, -la niña hablaba como las niñas de la
televisión- ¿y cuándo van a traer a las nenas?
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