Tal vez pensó algún día en ser juguetero o inventor. Tal vez quería volar
de aquí. Lo cierto es que en un momento de la infancia mi padre construyó un
avión de madera al que colocó a modo de veleta sobre un cerco.
A los pocos días lo sacó para pintarlo, pacenciosamente
y hasta le puso siglas identificatorias. No contento con ello fabricó con su
cortaplumas una hélice de madera y allí si parecía que iba a volar.
Con su hélice el avión de papá enfrentaba ruidosamente al viento. En
distintos
momentos acudía a aceitarla, pero su ruido se imponía en aquella primavera.
Todo se hubiera prolongado en el tiempo si no hubiera llegado la protesta de ¡LAS
GALLINAS!
El gallo fue el primero que se envalentonó. Se acerco al avión en su
momento de mayor estruendo y lo increpó con su ququiriquí hasta que quedó
afónico. Algunos nos reímos del gallo. Otros aplaudimos su coraje. Entonces las
gallinas iniciaron su protesta.
Un día mi madre volvió preocupada del gallinero porque las gallinas habían
puesto los huevos sin cáscara. Papá dijo que el gallo enojado debía haberlos
roto, pero no había vestigios de cáscara en ninguna parte. Se hablo de
descalcificación y se compró un suplemento alimentario. Pero todo seguía igual.
Cuando comente el problema en la escuela nadie se rió.
1. El cura creyendo que
era cosa del diablo incluyó a nuestras gallinas en sus oraciones. Pero la
solución vino por el lado del maestro, nos visitó y dijo que debían estar
nerviosas por el ruido del avión. Papá accedió a sacar la hélice, y al segundo
día terminó el problema, no así esta historia.
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