La galería de la mala fama en nuestro pueblo
se encuentra ilustrada por la presencia de múltiples gestores de oficios “non
sanctos”. Funcionarios venales o prepotentes, contrabandistas de autos y
galpones, traficantes de cigarrillos, peleadores de fonda frecuentemente
alcoholizados, tahúres, asesinos al volante, chicas que fuman, gestores de
negocios inconcretos, cafishos, morosos y la familia plural de los rateros.
Intocables los inimputables. Apellidos libres
de toda sospecha. Reincidentes barriales que delimitan el espacio de sus
trastadas en el hampa no colegida del pueblo chico. Prestidigitadores para
meter la mano en la lata. La suerte de quienes ocupan el lugar de los
peligrosos no siempre ha pasado por condenas, juicios y reincidencias.
Pero allí donde se dice, como en tantas otras partes,
que el ladrón de guante fino lo sueltan enseguida y el de gallinas lo sepultan
en la sombra, es donde aparece el nudo de hechos y costumbres que habremos de
desatar.
Nunca faltaron en Río Grande los ladrones de
esta categoría, y su número creció proporcionalmente en aquellos años en los
cuales los largos y prolijos sitios cercados tenían un lugar destinado a
guardar varias docenas, y hasta a veces un centenar de ponedoras; sin otros
afanes que la subsistencia familiar.
Dividamos los ladrones de gallinas en tres
grupos perfectamente definidos por sus móviles y objetivos: los que roban por
divertirse, los que roban por hambre, y los intermediarios.
Entre los primeros ocuparon un lugar
privilegiado los empleados de comercio y los amigos. La mayor diversión
resultaba cuando se invitaba a la víctima a participar de la cazuela que
indudablemente sucedía al hecho delictivo. Y las ocultas sonrisas cuando el
agasajado discutía sobre la mayor calidad de sus propias gallinas en relación a
la carne o el caldo que le daban a
probar. El episodio era muy comentado siendo el hazmerreír centro de la
atención socarrona de sus relaciones, y llegando a no enterarse nunca. Claro
que se recuerda aquella vez que alguien fue víctima de la sustracción casi
total de su gallinero, puesto que al día siguiente encontró un letrero que
decía: A media noche el gallo quedó viudo.
En el segundo grupo, el menos numeroso de
todos, se dio la presencia simultánea en una persona de cierto infortunio
laboral y alguna manía cleptómana, el ladrón en este caso debía atender a la
dieta familiar, no era el más idóneo en los procedimientos sustractivos, y en
muchos casos se trataba de alguien que de regreso al hogar encontraba a la
avecilla alimentándose en la vía pública.. y de allí a que ocupara un lugar en
el bolso o bajo su ala había un solo paso.
Y al fin nos toca mencionar a los que hacían
de esta tarea un negocio rentable, suministrando furtivamente el producto de su
lucro nocturno a alguna pensión o restaurante, con clientes fijos en la
barriada, o los que trabajaban por encargo cuando alguien necesitaba un buen
gallo joven, o media docena de castellanas, o una bataraza clueca. Es de
recordar que era procedimiento habitual colgar a la clueca en una bolsa de
arpillera por varios días hasta que se le pasara el embarazo. Rn este caso la
sustracción se facilitaba por llevarla con envase y todo. El intermediario
muchas veces encubría sus funciones teniendo en su propio patio un hermoso
gallinero, perfectamente cercado con alambre de púa para evitar incursiones
ajenas, renovado de viruta tres veces por semana, con el enrejado que permitía
solamente a los pollitos llegar hasta donde se colocaba el alimento más fino y
especial, y en donde en una lata de dulce de membrillo se colocaba el agua con
una botella invertida con una válvula de bolita que garantizaba, como un
primitivo sifón, la reposición inmediata del líquido que se iba consumiendo. En
estos casos las incursiones nocturnas daban lugar a las reinversiones en aves
de corral, alimentos balanceados, o semillas para la quinta donde una vez al
año ingresaban también las dueñas del corral para recorrer los rastrojos.
Vamos a ver que sabemos en cuanto a los
procedimientos.
Es “vox populi” que el principal escollo
estaba dado por la presencia de un perro guardián, al menos un “quiltro
bochinchero”. Si ya había una mistad de por medio, el problema estaba
fácilmente solucionado, si no los procedimientos podían ser más drásticos, como
por ejemplo el envenenamiento. Más siempre se aseguró que el perro no ataca a
la persona desnuda y no dudo que esta haya sido la actitud de muchos rateros en
las cortas noches de verano. Era así que resultaban mucho más seguros por
alborotadores, una pareja de gansos.
El procedimiento una vez llegados al gallinero
no debía ser violento, porque esto daría lugar al despabilamiento y alboroto
generalizado de consecuencias fáciles de prever cuando el dueño tenía sueño
ligero y el Winchester en la mesita de luz.
Así que los más avezados llegaron a ejecutar
sus fechorías mediante el siguiente método que demuestra un profundo
conocimiento de la fisiología y psicología animal Vistas las víctimas en la
escalera, se rozaban las falanges de los dedos anteriores en forma reiterada
y horizontal, el animal molesto sin
despertarse comienza a agarrar el dedo del captor hasta que finalmente como un
lorito caía en manos del ratero, el segundo paso consistía en tomar la cabeza
de la gallina y colocársela bajo el ala... es entonces cuando el animal se
despierta pero en esa posición se lo coloca en un esquinero de la bolsa
apretando firmemente para evitarle todo movimiento. Las restantes aves de
corral se van colocando una a una en apretado paquete hasta completar la
capacidad de la arpillera.
El cargamento no podía superar en peso la
necesidad que tenía el ladrón de sujetar con los dientes el paquete y saltar
cercos con el universal procedimiento de impulsarse con los dos pies, y repicar
con ambas manos cuando era sorprendido “in in”.
Otro procedimiento era el químico: una barrita
de azufre encendido producía un humo que aletargaba a las plumíferas.
Rascatuloro ensayó cambiar de método en el gallinero de la Mayica, con tal mala
suerte que por estar bastante borracho, el humo lo volteó a él y así lo
encontraron en brazos de Morfeo a la hora del desayuno.
¿Quieren conocer el nombre de algunos
conocidos ladrones de gallinas del Río Grande de antaño? La lista podría se
extensa y debería omitir los nombres de quienes me han confiado los secretos de
esta profesión, así que solamente transcribiré un artículo periodístico que da
pruebas de la importancia de esta actividad; fue el 24 de octubre de 1964
cuando El Austral en su última página anunciaba:
-Un ocurrente vecino al cierre de la presente
edición, nos pidió que insertáramos el aviso que a continuación transcribimos:
“Se avisa a las personas que tengan
gallinas que las cuiden, ya que en la calle Tomás Espora se sorprendió a Juan
Hernández (Rascatuloro), sustrayendo gallinas; pero no tuvo suerte, porque fue
alcanzado por sus perseguidores y entregado a la policía”.
“Pero ya volverá a sus correrías habituales
y... a cuidar las avecitas estimados
lectores”.
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