EN EL NEFASTO DÍA.

1974

Me parece que todo se resolvió de la noche a la mañana, o bien al comenzar aquél día casi invernal. Perón iría a la CGT y pronunciaría un discurso.

Latía en la atmosfera política en aire enrarecido del tiempo que no tardaría en llegar.

El 1 de mayo la tendencia abandonó la Plaza de Mayo. Días después el general se reuniría con Pinochet. Por entonces mataron a Mujica.

Ernesto vino con su entusiasmo a la pensión y anunció que saldría en el primer tren a Buenos Aires; como solía ocurrir entonces todo el transporte se volvía gratuito se iba rumbo al acto político.

Algo pasaba en mí para no ir. Y en realidad a esa hora estaban pasando cosas que llegarían a preocuparme pero sobre las cuales no tenía noticias.

Mi madre tenía una  consulta en el hospital y como acostumbraba se preparaba desde temprano. Ya estaba convenido con Gabriel, el vecino taxista, el momento en que pasaría a buscarlo. Terminada la consulta caminaría hasta la casa de la tía y a cierta hora pasarían a buscarla llegando para cocinarle a mi padre en el momento en que volvía del trabajo a almorzar.

Pero Gabriel se había enterado de lo mismo que yo, y sabiendo que el hospital había parado –en aquel tiempo se paraba por cualquier cosa- vino a avisarle por si no había escuchado la radio.

Mamá lo vio llegar y vistiéndose apresuradamente pensó: ¿Tan Pronto? ¿Debo tener mal el reloj?

Salió a la vereda, cerro el portal y no pudo ver entre los empañados vidrios del auto al chofer que le hacía señas. Se acercó a la puerta e intentó abrirla, la puerta estaba o con seguro y congelada. Pegó el tirón. Su cuerpo que pisaba el hielo de la vereda se arqueó. Cayó sentada.
En el hospital le diagnosticaron una fractura del cuello de fémur.

1979

Papá fue a casa a ver a la nieta. Yolanda había salido con ella al médico. El hospital estaba a dos cuadras, uno iba por cualquier cosa y siempre te atendían. Cuando el viejo llegó a la casa silbando, se prendió al timbre y no salió nadie.

Esperó un rato, conversó con algún vecino. Y se dio cuenta que con esta salida no programada al finalizar la jornada laboral estaba llegando tarde a la cena que ya le tendría preparada mi madre.

En algún momento se preocupó por saber lo que había pasado, allá en la calle Piedra Buena y pensó en ir a visitarme a la radio donde yo hacía el turno vespertino.

El tan metódico en vez de cruzar por la esquina lo hizo a mitad de cuadra frente a la escuela 2. El auto que conducía una empleada del hospital se lo llevó por delante. En el hospital detectaron de inmediato importantes destrozos en una pierna. Luego golpes en la cabeza que dificultaban su visión, y más tarde se dieron cuenta al hablar que había perdido una letra.

Junio de 1974.

Por la tarde llegó la llamada larga distancia. La tía informaba que mamá había tenido un accidente. Que sería llevada a Comodoro para ser operada, y que mi padre que estaba con ella, cuando tuviera un poquito más de tiempo, me llamaría y me pondría al tanto.

El encuentro con mis padres fue a los pocos días. Ya había partido de regreso el doctor Crispino que la había acompañado en la derivación y la operación.

Me alojé con mi padre en un hotel patagónico que le fuera recomendado por Carlos Arosa, un camionero amigo.

En el hospital mamá ya se había hecho de muchos amigos, partiendo de la suegra de Alejandro Echeverría que trabajando de enfermera nos allanaba todos los problemas. Mamá saldría con bastón y yo pensaba que eso ofendería su coquetería.

Con papá conversábamos mucho en la habitación fría. Nos leíamos uno a otro una de las memorias de Abeijón y un día fuimos a ver al Coliseo la película La Patagonia Rebelde. Entre la gente había quien recordaba cosas más terrible que la que se contaban en la proyección.

Un día frente al hotel comimos hamburguesas de ñandú. Otro día visité una disquería y me compré tres cassettes: El segundo de Les Luthiers, el último de Los Iracundos, y uno de Santana.

En un momento llegó la inevitable. Debía volver a La Plata y mi padre acompañando a mamá quedaría hasta tanto saliera el vuelo de regreso, vuelo que se hacía en línea regular en trámite gestionado por Ricardo Vukásovic, por entonces al frente de la obra social de los mercantiles.

En viaje de regreso, a la altura de Azul. Cuando ya junio había terminado escuchamos en el colectivo la noticia de la muerte de Perón.

Junio de 1979.

Faltaba poco para que terminara mi turno cuando llegó a la radio Carlos Ratier. Venía para hacer Deportes en el 640, con lo que sería un lunes. Contó alarmado que al cruzar Rosales la Avenida Belgrano la policía que actuaba en el lugar le informó que habían atropellado a un hombre. Se había acercado, vio que era un hombre grande, pero no sabía quien era.

Unos minutos después llegó Nino,  mi primo, que había estado en el lugar a los pocos minutos del accidente saliendo para ello de su lugar de trabajo en la imprenta de Toti.

Ya sabíamos de quien se trataba. Le llevó al hospital y allí lo encontré a papá, en un pasillo con la ropa desgarrada, esperando el momento de las radiografías. Tomé su mano recibí su magnífico apretón. Ahora me di cuenta que nos estrechamos las manos como se puso de moda mucho tiempo después, con los pulgares hacia arriba.

Cuando  salió de rayos y lo llevaron a una sala partimos con Nino para avisarle a mamá.

Nos recibió con la angustia de quien supone que algo terrible había ocurrido. Y era así. Mi padre no había llegado a comer y ella –puntual- le había puesto en la mesa el primer plato de la cena que se había enfriado.

Me preguntó como estaba. Le dije que sereno. Esto suponía un chiste porque el había trabajado de sereno los últimos años. Mamá no se rió. Me preguntó como tenía la ropa. Yo entendí que era la ropa interior. Así que le dije: limpia. Y ella se alivió en un suspiro.

Los doctores Olmos, Loffler, Rausch y Crispino me dieron cuenta en la dirección del hospital del estado de salud de mi padre. Todo parecía haber sido una desgracia con suerte, pero había motivos para preocuparse: tenía sus problemas de bronquios, una demorada operación de próstata, cierta insuficiencia cardíaca, cosas que se podrían agravar con prolongado reposo que tenía por delante.

Al domingo siguiente papá ya estaba operado, le habían colocado unos clavos de platino, y era el día del Padre. Mi primer día, su último día.

Se festejaban 30 años del descubrimiento de petróleo den Tierra del Fuego, se había transmitido en acto y yo estaba en estudios. Me sentí mal. A las horas me operaban de una apendicitis que evolucionó en peritonitis, en fístula.

Primero me internaron en su misma habitación. Más tarde cuando se vio que mi vida corría peligro y al 30 del mes era sometido a una nueva operación me trasladaron a la de al lado.

Cerrando la cosa 1.

Mamá se llevó bien con el bastón. Tuvo la escusa para no encerar más lo pisos de la casa. Pero se había cometido un error fatal: le habían suprimido para la operación la ingesta de tiroxina, que venía consumiendo desde hacía siete años cuando fue operada de bocio en el Hospital Rawson de Buenos Aires.

Eso la llevó a un estado depresivo que en parte se remedio cuando le restituyeron la hormona. Cuando con el tiempo su estado de ánimo se mixturó con la arterioesclerosis fueron dibujando en su persona el cuadro terminal que la llevaría a la muerte en 1988.

Se le había formado una obsesión, cuando escuchaba que había problemas económicos recordaba que ella tenía en su pierna tres clavos de platino, como al tiempo los tendría también mi padre, y que se podían vender para resolver todos los males del mundo.

Cerrando la cosa 2.

No estaba del todo bien cuando me enviaron a casa con muletas.  Estaba en la mitad de mi peso. Había salido de una parálisis intestinal y me alimentaba a zapallo y gelatina.

Mi padre no me conoció barbado como estaba después de mi cuasi agonía.

El  había comenzado con una gangrena y no no podía estar con él con el vientre descosido.

Después me confió preocupaciones y secretos.

Antes de morir se peleó con el padre Bautista –Bautista Ruíz- que iba a darle una palabra de aliento creyendo que lo de bautista se refería a otra religión. El Padre Zink fue el último en hablar con él.

Le pidió a Daniel Masman, uno de los enfermeros que lo afeitara.

Cuando  llevaron su cuerpo a mi casa, donde se lo veló, casi no lo conocí sin bigote.

EL HOY Y EL AYER

Estas dos muertes marcaron profundamente mi existencia. Convivo con los recuerdos que me queda de ellas.

Pero en el 2010, en un largo período de reposo en que repensé mi vida, vine a descubrir una coincidencia no advertida en el tiempo.

Los dos acontecimientos que precipitaron las angustias de morir, en mis dos padres, ocurrieron un mismo día; un 12 de junio. Con cinco años de diferencia...

Ustedes disculpen…






1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué foto esta última, Mingo!!! Tus padres jóvenes. Me quedo con ella, a pesar de tu detallado relato de aquellos días nefastos.
Me quedo con ella, porque tengo recuerdo de tus viejos. Fuimos juntos al Ceferino Namuncurá, fuimos compañeros de grado y recuerdo algunas veces en que, para pasarte a buscar o para jugar nomás, pasábamos con algunos otros chicos a tu casa cuando vivías frente a las monjas, allá en las alturas me acuerdo, porque había que escalar unos metros para llegar a verte. Pasábamos con Churingo y Chicho Rogel, y alguno más también.
Esa foto me resulta absolutamente reconocible, esas son las personas que yo conocí, esa es la imagen que yo aún conservo de tus viejos.
Increíblemente, a los que no conozco es a tus hijos, menos a tu nieta que acabo de ver donde presentás a tu familia.
Cuestiones de lejanías, cada uno en sus cosas, son las razones de eso. Te felicito por tu linda family!!
Un abrazo afectuoso.
Carlos Salamanca