EVOCACIONES*24 de junio de 1930: Fallece Esteban Piñero.

El incidente conmovió al naciente Río Grande toda vez que el mismo muere camino de su estancia, cuando cercado por la nieve y en la noche debió interrumpir la marcha de su automóvil buick. Por entonces se conjeturó que quedó finalmente sin combustible y que por razones que se desconocen se apresuró a bajar del vehículo tratando quien sabe de llegar ha su casa caminando, pero en la oscuridad comenzó a dar vueltas y vueltas y así se lo encontró congelado tres días después a mil metros de la casa.


Piñero había iniciado el poblamiento de un campo, en la denominada Estancia La Criolla –homenaje a su esposa Berta Patella- a la que había conocido en Deseado y con la que había tenido ya dos hijos antes de llegar a Tierra del Fuego.

 Piñero era arrendatario rural, y su presencia estaba dada en razón de la reforma agraria dada por el gobierno radial, cuando tierras fiscales cedidas para el pastoreo de las grandes firmas ganaderas de la primera hora fueron entregadas a nuevos pobladores.

El arrendamiento en cuestión fue aprobado por la Dirección Nacional de Tierras el 21 de marzo de 1926 comprendiendo 10 mil hectáreas. Los trámites se habían iniciado el año anterior demandando Piñero la ocupación del denominado lote 62, por el que debería pagar en forma anual $554 la legua.

Esteban Lucas Piñero Salamín –tal el nombre completo del occiso- ha sido el único estanciero que ha muerto en la Tierra del Fuego, presa del rigor climático, expresada en el certificado de defunción como “muerte por inanición”, tenía por entonces 31 años y residía en la campaña un hermano, Carlos –de 25 años- que poblaba el lote 72 identificado entonces como Estancia La estrella.

La muerte de Piñero dejó la responsabilidad del manejo de la estancia en manos de Doña Berta –la primer mujer a la que le cupo tal función en la Tierra del Fuego-, la que junto al manejo del establecimiento debió velar por la formación de sus tres hijos:

Venus Videla, la que resultaría ser destacada pintora,

Leonor María Piñero, decana de las letras y el periodismo fueguino, la que iría a fallecer en el tiempo el dísmo días que su padre.

Y René Albino Piñero que a fines de los 50 fue Comisionado Municipal y también luego Consejero Territorial.

Los restos de Piñero descansan en el cementerio de entonces, el de la Misión Salesiana, siendo una de las pocas identificadas con su verja de hierro, y una historia de silencios que cada vez van recordando menos fueguinos...




1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Mingo!

El recuerdo de esta historia puede llevarnos al interrogante de cuál pudo haber sido el motivo que impulsó a Esteban Piñero a bajar de su auto considerando las bajas temperaturas del invierno fueguino de esos tiempos.

Mingo, sumo a tu artículo algunos pasajes que también corresponden a un texto de tu autoría sobre Francisca Martinovich (“De por acá” en Impactos. Año 3. Nº 32, 2 de mayo de 1992. Punta Arenas. Chile. Fragmentos extraídos del libro “A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande”, 1995):

“Francisca no puede olvidar cada día de San Juan desde aquel del año 30, cuando la sombra ominosa de la muerte marchaba sobre el automóvil de Esteban Piñero”.

Francisca Martinovich había llegado a Río Grande unos años antes de la tragedia, el 25 de noviembre de 1925. Y Esteban Piñero por entonces era dueño de la Estancia La Criolla.

“La nevazón acompañaba a un invierno tremendamente duro. Doña Virginia le diría más tarde (a Francisca) que ese día: ‘Sin mentirte, oye, en parte, el blanco tapaba el alambrado’. Ambas coincidieron que Piñero viajaba bien equipado: botas largas, frazadas, termo de café, todo como para pasar la noche – si fuera necesario – en el interior del vehículo. Don Esteban – en este caso recordamos a Don Antunovic (Don Esteban Antunovic), el esposo de Virginia – llegó semicongelado. Pero ni su estado, ni sus palabras, consiguieron convencer a Piñero para que se quedara guardando el Chrysler en el galpón – que ya algunos llamaban “garach” – descalzara sus botas valdivianas, largas como las de un granadero, y guardara la noche en casa de los amigos. Piñero no parecía de su tiempo, Piñero tenía prisa. En más de una oportunidad el estanciero le había pedido a Abraham (Abraham Vásquez) que se fuera con él para la estancia. Ambos cultivaban la amistad, y allí estaba el inconveniente: ‘Los dos somos amigos – se justificaba Vásquez – él tiene su carácter y yo el mío (...)’. Si no hubiera sido así Francisca no recordaría tanto cada 24 de junio la muerte que rondaba el auto azul marino del finao estanciero. El invierno sembraba de nieve los caminos y para atreverse a ellos en un coche era tan indispensable la marcha adelante como la marcha atrás (...). Nada falló mecánicamente, pero algo hizo que Piñero se bajara del Chrysler cuando quedó cercado en su marcha. En la noche de San Juan dio vueltas y vueltas hasta que arrodillado junto a unos palitos cruzados, en los que intentó prender fuego, se fue congelando, muy cerca de su estancia”.

Un saludo Mingo!
Hernán (Bs. As.).