EL CLIMA Y LA VEGETACIÓN.
Por todas partes el paisaje fueguino está dominado por las
manchas verdosas y coloradas de las turberas. Este fenómeno es a la vez una
herencia postglacial y un hecho climático actual. En el norte, en efecto, las
turberas están frecuentemente sepultadas por los depósitos eólicos y la
vegetación esteparia, aunque algunas están aún activas. Al sur de los 54°, por
el contrario, se puede afirmar que todo
espacio llano u hondonada dio lugar a una turbera; es el caso, en particular,
de los grandes valles y de las mesetas –hasta hace poco aún cubiertas por los
glaciares- de la península del sureste. Los trabajos minuciosos de Auer, por
examen de polen, han permitido restituir las oscilaciones climáticas recientes
en función de las etapas de la implantación de las formaciones vegetales.
Al Retroceso glaciar sucedió una fase de óptimo climático
durante la cual el bosque de hayas australes cubrió toda la isla a pesar de un
episodio seco intermedio. Hacia él -2000 una fase seca y fría muy acentuada
ocasionó el retroceso acelerado del bosque hacia las montañas del sur. El
bosque ha sido reemplazado por una estepa de pasto duro en matas resistentes
sobre materiales de transporte eólico
que cubren hasta los depósitos de turba del norte. El Conjunto meridional
presenta, pues, un doble dispositivo de la vegetación: el bosque ha colonizado
las vertientes hasta el límite climático de altitud, pero no ha podido ocupar
los anchos fondos de valles invadidos por altas turberas que siguen activas.
Arriba de los 500 metros el bosque se achaparra, se tuerce bajo las violentas
ráfagas de los vientos del oeste y da lugar poco a poco a formaciones de tundra
de altura, de musgos y después de líquenes sobre suelos helados casi
permanentemente. Este piso se degrada rápidamente hacia el desierto frío
cubierto de nieve durante la larga estación invernal y salpicado de nevizas en
verano.
La fase climática seca reciente no ha alcanzado allí, pues,
el vigor que presenta en la Patagonia. A las montañas del sur, inundadas por la
lluvia, o sepultadas bajo la nieve, se oponen las estepas del norte, secas y
polvorientas, barridas por los vientos. Pero el viajero que llega de las
mesetas desnudas de la Patagonia central, siente una impresión de verde
sostenido. Los parajes del Estrecho conforman realmente una provincia climática
y biogeográficas intermedia entre la meseta patagónica demasiado árida y la
cordillera fueguina demasiado húmeda. Por lo pronto fue esta región
privilegiada la que marcó el punto de partida de la instalación humana, en
Patagonia como en Tierra del Fuego.
Pero a falta de una red de estaciones meteorológicas, cuya
colocación sería deseable, es difícil dar cuenta con suficiente precisión de la
oposición observada entre las dos regiones climáticas fueguinas. Además la
estación de Ushuaia, bien estudiada, no es perfectamente representativa de las
condiciones meridionales en razón de su
posición muy abrigada al píe de un circo
de altas montañas. Al norte es necesario llegar hasta la Patagonia, en Río
Gallegos, para encontrar datos meteorológicos
sobre la provincia climática magallánica.
En el hemisferio norte, l situación de Tierra del Fuego en la
latitud comprendida entre los 53 y 55°, no justificaría fríos intensos; pero
hay que tomar en cuenta la posición avanzada de la Isla entre las aguas muy
frías del océano Atlántico, que asegura aquí{i la unión entre el océano
Pacífico y el Atlántico. La corriente fría de las Malvinas –en el origen de la
peligrosa corriente sur-norte entre la península Mitre y la Isla de los
Estados- contribuye el mayor obstáculo bioclimático. El invierno pesa por su
extensión y por la duración de la oscuridad nocturna, que alcanza a 17 o 18
horas sobre 24 en el mes de junio y julio, aun más que por lo riguroso del
frío. Es en efecto, el período de calmas de un cierto reposo de la atmósfera.
Si el termómetro descuente fácilmente a
20° en el norte, la ausencia de vientos permite soportar mejor estas
temperaturas extremas. En Ushuaia la influencia del Pacífico se traduce por lo
tanto por una menor amplitud térmica; la media es de 1° para el mes más frío
(julio) y de -12° para las mínimas. La nieve es abundante en el sur: se acumula
en varios metros de espesor en valles y pendientes y se mantiene 7 a 8 meses,
de abril-mayo a octubre. En este período las precipitaciones, -todas rivales,
alrededor de 30 precipitaciones por- alcanzar una media mensual de 50 mm en
Ushuaia, en posición abrigada, al borde del mar, lo que permite suponer 150 a
200 mm en las cadenas vecinas. De acuerdo a los escurrimientos torrenciales de
los arroyos, se estima en 6 metros el total de las precipitaciones anuales en
las cumbres entre 1200 y 1500 metros. El norte, mucho más seco, no tiene más
que una cobertura nívea fina y discontinua, que permite sobrevivir al ganado:
el promedio mensual en Río Gallegos no llega a los 10 mm de mayo a octubre (una
decena de precipitaciones de nieve por año).
En octubre y noviembre, el deshielo representa una dura
experiencia para hombres y animales. Todo es un cenagal. La noción de camino
pierde su sentido. En medio de las bajas colinas del norte divagan centenares
de torrentes cuyos caudales aumentan repentinamente y que convergen hacia la
amplia cuenca del río Grande. La meseta septentrional se convierte en un amplio
pantano que sólo por pastores más experimentados saben atravesar para salvar a
los animales extraviados. Pero también es el momento en que empieza el
despertar de la pradera del norte y el ganado comienza a reponerse.
El verano, desgraciadamente, es a la vez demasiado fresco y
húmedo. En Ushuaia la medía del mes más cálido, enero, no alcanza a los 10°, la
de Río Gallegos en el paralelo 52° apenas pasa de los 12°. Una niebla pesada
envuelve permanentemente las montañas y los valles fueguinos. Los tipos de
tiempo son extremadamente irregulares. Las nubes se adosan a las vertientes, se
desgarran, vuelven a juntarse. Una llovizna se transforma repentinamente en
violenta lluvia con un viento que azota la cara. El cielo se despeja pero
brevemente; el sol, no tiene tiempo para llevar una cantidad suficiente de
calor y una iluminación lo bastante intensa a pesar del alargamiento del día
hasta 18 y 19 horas en enero. En las zonas desmontadas se forma una linda
pradera que cubre la base de ls pendientes, siendo los fondos invadidos por la
turba. Pero el extraordinario busque fueguino da la impresión de un mundo
vegetal moribundo; este busque siempre verde de nothofagus australis, cuyas
ramas y hojas se disponen horizontalmente en sombrilla para ofrecrse a los
rayos del sol, se dobla, se hunde y gime
a pesar del vigor de sus 20 o 30 metros de altura, bajo el peso de los
líquenes, musgos y epífitas que lo aprisionan y lo derrumban. No se ven sino
árboles derrumbados, troncos podridos, roídos por sus huéspedes, enmarañados
con los retoños y el matorral del sotobosque en un suelo esponjoso. Un mundo
moribundo pero tenaz que los hombres han desbastado ampliamente: los indios con
sus fuegos a veces imprudentes; los blancos por negligencia, maldad o
ignorancia. Los vientos violentos propagan el incendio durante los raros días
de buen tiempo, sin que se haga nada por detenerlo. En esta pasividad frente al
fuego encontramos la explicación de las vastas extensiones de troncos
calcinados, verdaderos cementerios de árboles que rodean todos los valles.
Este bosque de nothofagus está formado esencialmente de
lengas, ñires y coihues (Nothofagus pumillo, antártica, betuloides) con un
sotobosque de ericáceas, magnoliáceas y gramíneas. Es la terminación meridional
de una asociación forestal que para la Argentina se extiende desde Neuquén a
Tierra del Fuego en una faja de 500 metros de desnivelación cuyos extremos
pasan de 1800-1100 metros en Bariloche a 600-0 metros en el canal de Beagle. En
la actualidad en Tierra del Fuego, esta formación está condenada. Herencia del
ópitmo climático postglaciar, ya no se renueva más. En la isla, la lenga crece
sólo 1,4 mm por año. En preciso esperar casi dos siglos para obtener un árbol
explotable. Además 1% solamente de los rebrotes sobreviven, los otros desaparecen,
a menudo bajo el diente de un cordero o de un conejo.
Hacia el norte, a partir del lago Fagnano y de la Sierra de
Beauvoir, el bosque siempre verde da lugar en las vertientes norte, a la
especie de hojas caducas y abandona las bajas pendientes que ocupan bellas
praderas. Esta región muy dividida posee así los más ricos campos de pastoreo.
El bosque desaparece totalmente a la altura de Sierra de Carmen Silva, ya en
territorio chileno. Más allá de río Grande, se pasa al dominico exclusivo de la
estepa y del pantano de verano, en un modelado de conjunto suave y llano. Es la
región más favorable para la instalación humano: descubierta y menos árida que
la meseta patagónica ha sido la primera en llamar la atención de los ganaderos.
Imagen actual de
turba fueguina de spagnum orgánico.
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