LA VALORACION PIONERA DE TIERRA DEL FUEGO, escrito de Romain Gaignard. Tercera parte.




EL CLIMA Y LA VEGETACIÓN.

Por todas partes el paisaje fueguino está dominado por las manchas verdosas y coloradas de las turberas. Este fenómeno es a la vez una herencia postglacial y un hecho climático actual. En el norte, en efecto, las turberas están frecuentemente sepultadas por los depósitos eólicos y la vegetación esteparia, aunque algunas están aún activas. Al sur de los 54°, por el contrario, se puede afirmar  que todo espacio llano u hondonada dio lugar a una turbera; es el caso, en particular, de los grandes valles y de las mesetas –hasta hace poco aún cubiertas por los glaciares- de la península del sureste. Los trabajos minuciosos de Auer, por examen de polen, han permitido restituir las oscilaciones climáticas recientes en función de las etapas de la implantación de las formaciones vegetales.
Al Retroceso glaciar sucedió una fase de óptimo climático durante la cual el bosque de hayas australes cubrió toda la isla a pesar de un episodio seco intermedio. Hacia él -2000 una fase seca y fría muy acentuada ocasionó el retroceso acelerado del bosque hacia las montañas del sur. El bosque ha sido reemplazado por una estepa de pasto duro en matas resistentes sobre materiales  de transporte eólico que cubren hasta los depósitos de turba del norte. El Conjunto meridional presenta, pues, un doble dispositivo de la vegetación: el bosque ha colonizado las vertientes hasta el límite climático de altitud, pero no ha podido ocupar los anchos fondos de valles invadidos por altas turberas que siguen activas. Arriba de los 500 metros el bosque se achaparra, se tuerce bajo las violentas ráfagas de los vientos del oeste y da lugar poco a poco a formaciones de tundra de altura, de musgos y después de líquenes sobre suelos helados casi permanentemente. Este piso se degrada rápidamente hacia el desierto frío cubierto de nieve durante la larga estación invernal y salpicado de nevizas en verano.
La fase climática seca reciente no ha alcanzado allí, pues, el vigor que presenta en la Patagonia. A las montañas del sur, inundadas por la lluvia, o sepultadas bajo la nieve, se oponen las estepas del norte, secas y polvorientas, barridas por los vientos. Pero el viajero que llega de las mesetas desnudas de la Patagonia central, siente una impresión de verde sostenido. Los parajes del Estrecho conforman realmente una provincia climática y biogeográficas intermedia entre la meseta patagónica demasiado árida y la cordillera fueguina demasiado húmeda. Por lo pronto fue esta región privilegiada la que marcó el punto de partida de la instalación humana, en Patagonia como en Tierra del Fuego.

Pero a falta de una red de estaciones meteorológicas, cuya colocación sería deseable, es difícil dar cuenta con suficiente precisión de la oposición observada entre las dos regiones climáticas fueguinas. Además la estación de Ushuaia, bien estudiada, no es perfectamente representativa de las condiciones meridionales  en razón de su posición muy abrigada  al píe de un circo de altas montañas. Al norte es necesario llegar hasta la Patagonia, en Río Gallegos, para encontrar  datos meteorológicos sobre la provincia climática magallánica.
En el hemisferio norte, l situación de Tierra del Fuego en la latitud comprendida entre los 53 y 55°, no justificaría fríos intensos; pero hay que tomar en cuenta la posición avanzada de la Isla entre las aguas muy frías del océano Atlántico, que asegura aquí{i la unión entre el océano Pacífico y el Atlántico. La corriente fría de las Malvinas –en el origen de la peligrosa corriente sur-norte entre la península Mitre y la Isla de los Estados- contribuye el mayor obstáculo bioclimático. El invierno pesa por su extensión y por la duración de la oscuridad nocturna, que alcanza a 17 o 18 horas sobre 24 en el mes de junio y julio, aun más que por lo riguroso del frío. Es en efecto, el período de calmas de un cierto reposo de la atmósfera. Si el termómetro descuente fácilmente  a 20° en el norte, la ausencia de vientos permite soportar mejor estas temperaturas extremas. En Ushuaia la influencia del Pacífico se traduce por lo tanto por una menor amplitud térmica; la media es de 1° para el mes más frío (julio) y de -12° para las mínimas. La nieve es abundante en el sur: se acumula en varios metros de espesor en valles y pendientes y se mantiene 7 a 8 meses, de abril-mayo a octubre. En este período las precipitaciones, -todas rivales, alrededor de 30 precipitaciones por- alcanzar una media mensual de 50 mm en Ushuaia, en posición abrigada, al borde del mar, lo que permite suponer 150 a 200 mm en las cadenas vecinas. De acuerdo a los escurrimientos torrenciales de los arroyos, se estima en 6 metros el total de las precipitaciones anuales en las cumbres entre 1200 y 1500 metros. El norte, mucho más seco, no tiene más que una cobertura nívea fina y discontinua, que permite sobrevivir al ganado: el promedio mensual en Río Gallegos no llega a los 10 mm de mayo a octubre (una decena de precipitaciones de nieve por año).
En octubre y noviembre, el deshielo representa una dura experiencia para hombres y animales. Todo es un cenagal. La noción de camino pierde su sentido. En medio de las bajas colinas del norte divagan centenares de torrentes cuyos caudales aumentan repentinamente y que convergen hacia la amplia cuenca del río Grande. La meseta septentrional se convierte en un amplio pantano que sólo por pastores más experimentados saben atravesar para salvar a los animales extraviados. Pero también es el momento en que empieza el despertar de la pradera del norte y el ganado comienza a reponerse.
El verano, desgraciadamente, es a la vez demasiado fresco y húmedo. En Ushuaia la medía del mes más cálido, enero, no alcanza a los 10°, la de Río Gallegos en el paralelo 52° apenas pasa de los 12°. Una niebla pesada envuelve permanentemente las montañas y los valles fueguinos. Los tipos de tiempo son extremadamente irregulares. Las nubes se adosan a las vertientes, se desgarran, vuelven a juntarse. Una llovizna se transforma repentinamente en violenta lluvia con un viento que azota la cara. El cielo se despeja pero brevemente; el sol, no tiene tiempo para llevar una cantidad suficiente de calor y una iluminación lo bastante intensa a pesar del alargamiento del día hasta 18 y 19 horas en enero. En las zonas desmontadas se forma una linda pradera que cubre la base de ls pendientes, siendo los fondos invadidos por la turba. Pero el extraordinario busque fueguino da la impresión de un mundo vegetal moribundo; este busque siempre verde de nothofagus australis, cuyas ramas y hojas se disponen horizontalmente en sombrilla para ofrecrse a los rayos del sol, se dobla, se hunde y gime  a pesar del vigor de sus 20 o 30 metros de altura, bajo el peso de los líquenes, musgos y epífitas que lo aprisionan y lo derrumban. No se ven sino árboles derrumbados, troncos podridos, roídos por sus huéspedes, enmarañados con los retoños y el matorral del sotobosque en un suelo esponjoso. Un mundo moribundo pero tenaz que los hombres han desbastado ampliamente: los indios con sus fuegos a veces imprudentes; los blancos por negligencia, maldad o ignorancia. Los vientos violentos propagan el incendio durante los raros días de buen tiempo, sin que se haga nada por detenerlo. En esta pasividad frente al fuego encontramos la explicación de las vastas extensiones de troncos calcinados, verdaderos cementerios de árboles que rodean todos los valles.
Este bosque de nothofagus está formado esencialmente de lengas, ñires y coihues (Nothofagus pumillo, antártica, betuloides) con un sotobosque de ericáceas, magnoliáceas y gramíneas. Es la terminación meridional de una asociación forestal que para la Argentina se extiende desde Neuquén a Tierra del Fuego en una faja de 500 metros de desnivelación cuyos extremos pasan de 1800-1100 metros en Bariloche a 600-0 metros en el canal de Beagle. En la actualidad en Tierra del Fuego, esta formación está condenada. Herencia del ópitmo climático postglaciar, ya no se renueva más. En la isla, la lenga crece sólo 1,4 mm por año. En preciso esperar casi dos siglos para obtener un árbol explotable. Además 1% solamente de los rebrotes sobreviven, los otros desaparecen, a menudo bajo el diente de un cordero o de un conejo.
Hacia el norte, a partir del lago Fagnano y de la Sierra de Beauvoir, el bosque siempre verde da lugar en las vertientes norte, a la especie de hojas caducas y abandona las bajas pendientes que ocupan bellas praderas. Esta región muy dividida posee así los más ricos campos de pastoreo. El bosque desaparece totalmente a la altura de Sierra de Carmen Silva, ya en territorio chileno. Más allá de río Grande, se pasa al dominico exclusivo de la estepa y del pantano de verano, en un modelado de conjunto suave y llano. Es la región más favorable para la instalación humano: descubierta y menos árida que la meseta patagónica ha sido la primera en llamar la atención de los ganaderos.

Imagen actual de turba fueguina de spagnum orgánico.

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