No sé si ustedes han conocido alguna vez a los duendes de
los carámbanos, son seres muy pequeñitos que viven en ellos y suelen salir a
corretear por los aleros los días lluviosos ya que no pueden exponerse mucho
tiempo al aire o a los rayos del sol: al secárseles la piel, mueren.
Yo tengo uno que es mi amigo y me visita desde niña, lo
conocí un día cuando fuimos a comer “churros” –como vulgarmente les llamábamos
a los carámbanos- había deprendido uno, que pendía sobre la ventana de mi
dormitorio. Lo envolví en una servilleta y comencé a chuparlo como si fuera un
caramelo. Oí una vocecita muy dulce que repetía: -No me comas, -y gemía- yo no
te hice ningún daño sólo trataba de espiarte.
Cuando se van a dormir tú y tus hermanas, juegas y a mí me
gustaba mirarlas y copiar lo que hacen; después les enseño a mis hermanos;
cuando salíamos los días fríos o las noches de luna a corretear por los aleros,
cada uno cuenta lo que escuchó o vio de los humanos. Algunas cosas nos parecen
bastante raras y no logramos entenderlas, pero otras son divertidas y nos hacen
reír mucho. Así nos hicimos amigos; yo le contaba lo que él quería saber de los
humanos y él, lo que yo quería conocer sobre su vida en los carámbanos; los
días en que no pueden salir de ellos, cantan y se cuentan cosas a los gritos, es
entonces cuando se oyen silbidos y voces que pueden escucharse prestando mucha
atención.
Son como niños traviesos y algunos se divierten tratando de
hacer caer los carámbanos justo cuando va pasando alguien. ¿Qué susto se dan y
que divertido es!- me contaba mi amigo-. Antes de dejar caer alguno, nos
aseguramos de no caer nosotros también, puesto que cuando bajamos no podemos
volver a subir. Una vez en el suelo, los duendecitos se meten en una gota de
agua y vuelven en forma de vapor, para regresar ocultos en un copo de nieve y
materializarse en un carámbano en la casa que más le agrada.
-Yo vendré siempre a ésta, si tú me dejas en libertad para
continuar mi vida, sólo tiene que acercar este trozo de hielo a los que penden
del techo, me trasladaré y cada atardecer, si tú quieres, charlaremos un rato.
Acepté y acercando el trozo que aún tenía envuelto en la
servilleta, lo vi al saltar: era como dos gotitas de agua; sus brazos como
alitas; piernas flaquitas y patoncitas.
Desde entonces agudizó mis sentidos para oír sus
conversaciones. Cic, Rac, Yic, Tic, Nic, Luuc, así se llamaban para reunirse y
comienzan sus juegos, saltando de carámbano en carámbano.
Nic es mi amigo, me contaba que la letra “c” agudiza sus
sentidos y los hace vibrar, por eso todos sus nombres terminan en “c”. Nos
divertimos mucho los inviernos, a veces yo lo llevo par aque se entretenga
espiando en otras ventanas. Lo dejo algunas horasy cuando voy a buscarlo,
él se ha enriquecido con todo lo que
aprendió y vio. ¿Saben? algunas cosas son verdaderos secretos, alguna vez les
voy a contar nuestras charla. Ahora, si agudizan el oído, podrán escuchar sus
dulces vocecitas cantar:
A la ronda, ronda,
de los duendecitos,
que en los carámbanos
viviendo están.
A la ronda, ronda
todos a jugar
que la luna amiga
te alumbrará.
A la ronda, ronda,
duerme duendecito,
La autora en su veta de costurera.
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