Un viejo de mierda. Un relato de Oscar Domingo Gutiérrez



Hubo una zona pantanosa en Malanoche sobre la cual se avanzó recién cuando el petróleo le dio otra vida al pueblo. Algunos recuerdan lo duro que eran vivir ahí, otros se han olvidado.
La vega de la Malanoche recordaba a los percances que habían tenido un grupo de misioneros en días prefundacionales, y como habían salvado su vida por que Dios es grande, en medio de frío, la niebla y la desorientación.
El damero estaba solamente dibujado en los planos, las calles todavía no estaban abiertas, y el crecimiento poblacional llamó a levantar cada uno su vivienda en el terreno que se consiguiera en aquel lugar.
Alguien dispuso, tácitamente que por cada cuadra debía destinarse un sitio a un hijo del país, preferentemente una policía, no solo tendrían prelación en el otorgamiento sino que a la vez la responsabilidad de realizar oficiosamente su trabajo de control en el área barrial.
Los primeros ocupantes veían como quedaba un terreno libre. Ellos construían sus cercos y la piquetería era el límite de un solar de habitante desconocido que al aparecer solo le faltaba construir el frente para cumplimentar las exigencias, el contorno ya lo habían hecho los vecinos , sin compartir con este lindero el costo de la ejecución del perímetro.
Cuando aparecía el adjudicatario y se descubría que es policía se prefería no plantear el tema de los costos, no se sabía como podía reaccionar –los agentes tenían fama de prepotentes- o bien se adivinaba que allí estarían para molestarlos por lo que se quisiera.
Lo hijos de los policía, cuando los habían, recorrían los altos piquetes del contorno y si querían ver que había del otro lado no podían hacerlo porque era superficie lisa. Los vecinos en tanto tenían la tirantería de soporte, los postes, donde encaramarse para ver que hacían del otro lado, y esos les molestaba puesto que sentían observados, asediados, por el común de los vecinos.
Esta primera línea de conflicto servía para que en algún momento se les gritara de por que estaban allí, que tenían que mirar para este lado, que ya iban a hablar con los padres. Y lo chicos sin intimidarse por ello seguían en su porfía, hasta que se daban los enfrentamientos entre vecinos, y aparecieran los cuestionamientos a las conductas, y el desafío:-Hacete el malo, pero sacate el uniforme. Entonces vamos a ver quien es más macho. Y el más macho tenía que ser siempre el policía, por lo que nunca se sacaba el uniforme.
El viejo de mierda era uno de esos policía y los chicos del barrio vivían en conflicto con él. No se sabía porque el viento siempre llevaba la pelota para su patio, y allí desaparecía, o era devuelta cortada. El viejo se hacía odiar.
No vamos a enunciar todos los nombres despectivos que fue acumulando, los inconvenientes para los padres que tuvieron que ir a protestar.
Y después todo les molestaba, la música alta, los juegos del paco librado, el ladrido de los perros –como si los suyos fueran mudos-, el azotar de la ropa en el cordel.
Los hijos del viejo perdieron autorización para jugar con los vecinos.
El viejo destilaba odio, y autoridad.
Esto lo recodaban los muchachos cuando con los años al volver al barrio, o al volver al pueblo, repasaban el historial de la cuadra y allí aparecía como el ogro detestado, el viejo, el viejo de eme…
Se pasó a contar que estaba prácticamente solo, que se había jubilado en la policía y había seguido trabajando de sereno en una fábrica, que se habían casando de el por lo intrigante que era, que ahora rumiaba la soledad desde su vieja casita.
Mientras los vecinos progresaban, y cuando quisieron cambiar los piquetes por un muro de ladrillos no encontraron en él disposición para levantar la medianera. Seguía siendo el viejo de siempre.
Los nietos pasaron por el mismo trance –el de las pelotas tajeadas-, y entonces en tiempos de mayor derecho los padres/hijos de ayer hicieron reclamos en otras esferas y desde allí trataron de reconvenirlo. El viejo lució en su defensa un historial que engalanaba su nombre inglés y su apellido escocés, y su impecable foja de servicio. Pero igual le dijeron que al menos retuviera  la pelota para luego entregarla a los adultos.
No se si el viejo alguna ves hizo esto. Pero los muchachos/jóvenes de ayer siguieron envenenados con su recuerdo.
Una noche en un quincho planificarlo como romperles los esféricos al represor del barrio. Lo primero fue organizar sistemáticamente un pin raje a cualquier hora del día, por ejemplo ahora, cuando salieran del asado. El viejo apareció en pantuflas y sus puteadas eran bilingües. Los protagonistas del pin raje rajaban en modernas unidades 4x4.
En el asado subsiguiente el tema principal de risas fue el de este piquete tardío. ¿Quién dijo tardío? La venganza siempre llega a tiempo.
Y una noche, los muchachos crecidos decidieron colocar definitivamente las cosas en su lugar: juntaron unos diarios y cada uno fue defecando en él. Con todo este pastel hicieron un paquete que dejaron en la puerta del viejo. Lo habían embebido en alcohol de quemar y le prendieron fuego poco después de tocar el timbre.
El viejo salió y vio la fogata frente a la puerta. Quiso volver a cerrar la puerta pero luego recordó que su casa seguía siendo de madera, entonces salió y comenzó a zapatear –chancletear sería lo correcto- para apagar el fuego y entonces entró a salpicarse y ahora si el viejo de mierda era un viejo de mierda.
Los autores del escrache final no habían partido, estaban a pocos metros de la puerta de la casa, y no se reían.., le tenían lástima.

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