Hubo una zona
pantanosa en Malanoche sobre la cual se avanzó recién cuando el petróleo le dio
otra vida al pueblo. Algunos recuerdan lo duro que eran vivir ahí, otros se han
olvidado.
La vega de la Malanoche recordaba a
los percances que habían tenido un grupo de misioneros en días
prefundacionales, y como habían salvado su vida por que Dios es grande, en
medio de frío, la niebla y la desorientación.
El damero estaba
solamente dibujado en los planos, las calles todavía no estaban abiertas, y el
crecimiento poblacional llamó a levantar cada uno su vivienda en el terreno que
se consiguiera en aquel lugar.
Alguien dispuso,
tácitamente que por cada cuadra debía destinarse un sitio a un hijo del país,
preferentemente una policía, no solo tendrían prelación en el otorgamiento sino
que a la vez la responsabilidad de realizar oficiosamente su trabajo de control
en el área barrial.
Los primeros
ocupantes veían como quedaba un terreno libre. Ellos construían sus cercos y la
piquetería era el límite de un solar de habitante desconocido que al aparecer
solo le faltaba construir el frente para cumplimentar las exigencias, el
contorno ya lo habían hecho los vecinos , sin compartir con este lindero el
costo de la ejecución del perímetro.
Cuando aparecía el
adjudicatario y se descubría que es policía se prefería no plantear el tema de
los costos, no se sabía como podía reaccionar –los agentes tenían fama de
prepotentes- o bien se adivinaba que allí estarían para molestarlos por lo que
se quisiera.
Lo hijos de los
policía, cuando los habían, recorrían los altos piquetes del contorno y si
querían ver que había del otro lado no podían hacerlo porque era superficie
lisa. Los vecinos en tanto tenían la tirantería de soporte, los postes, donde
encaramarse para ver que hacían del otro lado, y esos les molestaba puesto que
sentían observados, asediados, por el común de los vecinos.
Esta primera línea
de conflicto servía para que en algún momento se les gritara de por que estaban
allí, que tenían que mirar para este lado, que ya iban a hablar con los padres.
Y lo chicos sin intimidarse por ello seguían en su porfía, hasta que se daban
los enfrentamientos entre vecinos, y aparecieran los cuestionamientos a las
conductas, y el desafío:-Hacete el malo, pero sacate el uniforme. Entonces
vamos a ver quien es más macho. Y el más macho tenía que ser siempre el
policía, por lo que nunca se sacaba el uniforme.
El viejo de mierda
era uno de esos policía y los chicos del barrio vivían en conflicto con él. No
se sabía porque el viento siempre llevaba la pelota para su patio, y allí
desaparecía, o era devuelta cortada. El viejo se hacía odiar.
No vamos a enunciar
todos los nombres despectivos que fue acumulando, los inconvenientes para los
padres que tuvieron que ir a protestar.
Y después todo les
molestaba, la música alta, los juegos del paco librado, el ladrido de los
perros –como si los suyos fueran mudos-, el azotar de la ropa en el cordel.
Los hijos del viejo
perdieron autorización para jugar con los vecinos.
El viejo destilaba
odio, y autoridad.
Esto lo recodaban
los muchachos cuando con los años al volver al barrio, o al volver al pueblo,
repasaban el historial de la cuadra y allí aparecía como el ogro detestado, el
viejo, el viejo de eme…
Se pasó a contar
que estaba prácticamente solo, que se había jubilado en la policía y había
seguido trabajando de sereno en una fábrica, que se habían casando de el por lo
intrigante que era, que ahora rumiaba la soledad desde su vieja casita.
Mientras los
vecinos progresaban, y cuando quisieron cambiar los piquetes por un muro de
ladrillos no encontraron en él disposición para levantar la medianera. Seguía
siendo el viejo de siempre.
Los nietos pasaron
por el mismo trance –el de las pelotas tajeadas-, y entonces en tiempos de
mayor derecho los padres/hijos de ayer hicieron reclamos en otras esferas y
desde allí trataron de reconvenirlo. El viejo lució en su defensa un historial
que engalanaba su nombre inglés y su apellido escocés, y su impecable foja de
servicio. Pero igual le dijeron que al menos retuviera la pelota para luego entregarla a los adultos.
No se si el viejo
alguna ves hizo esto. Pero los muchachos/jóvenes de ayer siguieron envenenados
con su recuerdo.
Una noche en un
quincho planificarlo como romperles los esféricos al represor del barrio. Lo
primero fue organizar sistemáticamente un pin raje a cualquier hora del día,
por ejemplo ahora, cuando salieran del asado. El viejo apareció en pantuflas y
sus puteadas eran bilingües. Los protagonistas del pin raje rajaban en modernas
unidades 4x4.
En el asado
subsiguiente el tema principal de risas fue el de este piquete tardío. ¿Quién
dijo tardío? La venganza siempre llega a tiempo.
Y una noche, los
muchachos crecidos decidieron colocar definitivamente las cosas en su lugar:
juntaron unos diarios y cada uno fue defecando en él. Con todo este pastel
hicieron un paquete que dejaron en la puerta del viejo. Lo habían embebido en
alcohol de quemar y le prendieron fuego poco después de tocar el timbre.
El viejo salió y
vio la fogata frente a la
puerta. Quiso volver a cerrar la puerta pero luego recordó
que su casa seguía siendo de madera, entonces salió y comenzó a zapatear
–chancletear sería lo correcto- para apagar el fuego y entonces entró a salpicarse y ahora si el
viejo de mierda era un viejo de mierda.
Los autores del
escrache final no habían partido, estaban a pocos metros de la puerta de la
casa, y no se reían.., le tenían lástima.
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