De pronto hubo un declive en la vida de Ruperto, fue
cuando murió su madre.
Hasta ese momento había llevado con ella una
relación tibia, con recuerdos de niño que le desagradaban puesto que la viuda
había sido inconstante en sus relaciones afectivas y por eso a lo largo de su
infancia Ruperto había tenido varios padres: el lechero, el sodero, el
repartidor de pan, el diarero, el colchonero.
Todos los que en un momento golpeaban la puerta por
motivos laborales no tardaban en llegar hacia la cama de esa madre que con un
magro sueldo conseguía educar a su único hijo y preparar para el casamiento, su única hija.
Algunos pasaban el momento, pero otros se iban
quedando hasta que un buen día, entre lágrimas la madre se lamentaba de la experiencia
vivida y prometía que eso en lo que había caído no se iba a repetir.
Un día recibieron la visita de un sacristán, que
hasta donde se supo nunca pasó del umbral de la puerta, al poco tiempo Ruperto
salía con sus escasas pertenencias rumbo a un colegio de curas donde sería
pupilo con la promesa que en el cambio comenzaría a usar pantalones largos.
Allí buscaron hacerlo cura, pero en medio de unas
circunstancias que nunca detalló desertó de tan feliz propósito y se encaminó
hacia Malanoche.
Tuvo suerte en conseguir empleo enseguida, ¡quien no
la tenía!, era argentino y tenía prelación con respecto a los trabajadores que
no lo fueran: fue ayudante de topógrafo y con eso lo llamaban ingeniero,
después comenzó a hacer trámites de gestoría por el contacto que le ofrecía la
hermana en Buenos Aires donde estudiaba ciencias económicas, en tanto que algo
después juntó trabajos de diversos artesanos instaló el primer centro de
atención al turista.
¡Lo que no había eran turistas!, pero allí se
reunían los muchachos para ver las chicas que pudieran aparecer, eso en algunas
horas, mientras que en otras eran las chicas que hacían lo propio. Los
muchachos y las chicas eran alumnos del secundario donde Ruperto fue empleado
de celador, a propuesta del alumnado que iba a fumar a su comercio de
artesanías.
Ruperto que no tenía pasado sentía que en el pueblo
tenía futuro, y es que tras recibir un terreno fue levantando su vivienda,
contrayendo algunas deudas y recibiendo algunos favores que no sabía cómo podía
volver a retribuir.
Hasta que un día se puso una radio y Ruperto fue
locutor en ella.
Fue idea de los chicos del colegio que se habían
hecho grupalmente cargo de su comercio de artesanías el que hiciera un programa
de pedidos musicales que fue todo un éxito, de la misma forma que uno de sus
artesanos, un puestero de estancia, le sugirió que tras los mensajes al
poblador rural se hiciera un espacio con música mexicana.
Todos apuntaban a optimizar el trabajo radial, con
los recursos de los que se podía disponer, pero Ruperto con su sencilla
propuesta llegaba a ser el más exitoso en la tarea.
El éxito trajo fama, lo saludaba gente de todas las
edades al andar por la calle, dejó su vehículo para gozar de la popularidad y
al dejar el turno ya no volvía rápidamente a casa sino que iniciaba lo que él
llamaba su “roteishon”, recorriendo bares y cabarutes, recibiendo envites
diversos, casi todos alcohólicos.
Si bien tenía un hígado fuera de prueba el alcohol
que no destruía ahí seguía su rumbo a la cabeza, y pronto –más allá del esmero
de los amigos- pasó a ser de bon vivant, en un play boy, y finalmente un curda,
un alcohólico.
Esta situación se magnificó cuando tuvo noticias de
la muerte de su madre. Siempre se había prometido traerla aquí, parece que la
mujer había ordenado su vida, pero lo condicionaba a que tal visita la daría si
el formaba una familia. Pero no había intención de cumplir los sueños de su
señora madre.
Los amigos le consiguieron un pasaje para llegar a
las exequias, pero al pie de la escalinata del avión desertó.
Ese día la curda fue mayúscula, y así siguió su
tiempo. En el trabajo le adelantaron vacaciones siendo comprensivos con lo que
le pasada. Un joven locutor se hizo cargo de sus programas con el mismo éxito.
Cuando lo escuchó Ruperto pensó que nada tenía que hacer en el mundo, y siguió
tomando.
Un día alguien lo subió a un avión y al tiempo,
tiempo largo, lo teníamos de vuelta sosegado.
Le dieron a prueba trabajos administrativos que el
desarrollaba con eficacia y en silencio.
Por las tarde/noche
subía y miraba por la ventana contando las luces rojas del balizamiento
de la antena. Un día, un día de niebla, decidió subir pese a estaba alertado
sobre los riesgos que corría por la radiofrencuencia. Pero esta o no existía o
no afectaba su fisiología. Lo retaron, le dijeron que estaba loco, pero no
pudieron impedir que cuando quisiera subiera a la antena hasta donde quería,
que era contar más directamente las luces.
Un día, día de niebla, Ruperto subió y al llegar a
la bruma penetró en ella desapareciendo por un buen rato. Hubo intranquilidad
entre los que estaban acostumbrados a sus dislates. Hasta que finalmente lo
vieron bajar con una bolsita de papel en la mano.
Cuando llegó, sonriente como no estaba desde hace un
tiempo, señaló que allí traía sus habichuelas mágicas.
Entonces Ruperto volvió a tomar. Se servía un vaso
de vino y tragaba uno de los porotos y no le pasaba nada. Lo hacía con la
rutinaria seguridad de quien toma su remedio de todos los días. No le volvía la
locura del delirium tremens en el cual se decía había caído durante crisis
alcohólica, pero si maravillaba a quienes lo trataban porque comenzaba a hablar
en latín.
Ruperto era celoso en el consumo de sus habichuelas
y no quería dar noticia sobre dónde las había encontrado, cuando lo
interrogaban señalaba: Es como en el cuento, y se reía y reía golpeándose la
frente con la palma de la mano abierta.
Así cuando había niebla subía y repetía su
recolección. Y tomaba en la medida que sus habichuelas se lo permitían.
Y cada vez que subía demoraba más tiempo.
Hasta que una vez comenzó a soplar viento, era
primavera, y la nube que impedía ver la punta de la antena se disipó, y
entonces de Ruperto nunca más se supo.
El sumario administrativo era tan grande como las
pericias judiciales que no condujeron a nada.
*El presente relato forma parte de mi serie CUENTOS DE MALANOCHE.
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