Ocupa un lugar que en otro momento sirvió a la designación de Roque Esteban Scarpa, Ernesto Lívacic Gazzano y Enrique Campos Menéndez; entre plumas magallánicas.
Mimica-Barassi, al tiempo en que lo conocimos, tenía campo en Tierra del Fuego, y de los menesteres cotidianos de su labor dejó un registro que tuvo difusión periodística.
Busque al momento alguien que desde el sector argentino podría reflejar de la misma forma la cotidianidad de una tarea compleja: encargarse de dirigir una estancia ovejera, y todavía sigo esperanzado que poder conseguirlo. Mientras tanto con las felicitaciones para el académico hago rescate de estas páginas, que espero estén en el agrado de mis lectores.
En 1967, la arqueóloga Annette Laming de
Emperaire publicó un libro titulado “Patagonia,
en el confín del mundo”. Volumen de viaje a impresiones, personales y
descarnadas del mundo austral. En las primeras páginas señala: “Debiera hacerse
una psicología del confín del mundo. Sus habitantes están marcados por el
aislamiento, el desarraigo, la ruptura con cualquiera otra comunidad humana, y
por la necesidad de adaptarse a un clima duro y triste, a un paisaje que no ha
tenido tiempo aun de humanizarse. Aquí el hombre posee, o al menos conoce, casi
todos los medios técnicos del mundo; pero está, al mismo tiempo, completamente
separado de ellos! Hay frases señeras en este libro revelador: “El clima, como
la incompetencia de la mano de obra, permiten cultivar una que otra cosa”.
También este párrafo, delicia para ambientalistas: “Una botella vacía yace en
la huella… Más tarde, empero, hallaremos otras muchas –llenas, a veces- a
través de los miles de kilómetros recorridos por los caminos de la Patagonia”.
Aquí la autora apunta a la alta cuota de ingesta alcohólica entre la gente de
campo y la imagen nos recuerda el cuento “La
botella de caña”, de Francisco Coloane. Aparecen alcances muy justos de nuestra
solidaridad, como este: “Jamás, en los caminos de la Patagonia, se cruza a un
vehículo detenido sin ofrecerle ayuda”. De la ciudad de Punta Arenas y la vida
urbana dice categóricamente: “Los médicos y abogados llegan a esta tierra de
exilio sin otro designio que hacer rápidamente fortuna y regresar luego al
norte… nada está ligado a un pretérito, a una tradición… y como después de todo se tiene otra formación
y otras preocupaciones que la de los lugareños, se permanece completamente al
margen de éstos”. De los huasos dieciocheros dice: “Tienen aspecto de
disfrazados”, y de la cueca y sus cultores expresa: “este baile les pertenece,
lo han traído consigo de sus comarcas del norte”. Podrán parecer apreciaciones
lapidarias. Pero hay que sopesarlas, para concluir cuanta razón tiene Annete
Laming en su visión del confín austral. Reiteramos, el libro fue escrito en
1967. ¿Cuál es la situación actual, al estilo Laming? ¿Cuál es la realidad, al
menos en el ámbito de la Tierra del Fuego, hoy, a vientisiete años de este
libro? Estos fueron los motivos de esta crónica: revelar, con el conocimiento y
la autoridad que nos da estar íntimamente liados a Tierra del Fuego por asuntos
laborales ganaderos desde nuestra misma infancia, la realidad actual de la
legendaria isla, en nuestro ámbito. Lo que hacemos y no podemos hacer. Las faltas
y carencias, las alegrías y penurias. Una realidad análoga a la de cientos de
personas en nuestra misma condición.
Septiembre,
lunes 26:
Por la mañana, últimos aprontes y compras.
Cosas de supermercado. También farmacéuticas: aspirinas, agua oxigenada,
dipironas, parches, curita, metapio y otros elementos de primeros auxilios para
llevar renovado al botiquín de familia. A Tierra del Fuego hay que ir dispuesto
a la autogestión, en todas sus formas.
Por la tard , cargar bencina para la camioneta
y llenar un par de bidones. Hay que hacer combustible en Punta Arenas, porque
en Porvenir el precio es más alto (el más alto del país, según un titular del
diario que guardamos en una de nuestras cajas de archivo literario). Como si
fuera poco en ningún otro sitio de la Tierra del Fuego chilena venden bencina
especial. Aprovechamos a cargar también de la llamada corriente o de 87
octanos, para la motobomba y la motosierra (de la gasolina sin plomo ni hablar,
no viene al caso). Luego, cargar el vehículo (un saco de papas, una botella de
gas para la iluminación, tres bidones llenos, cinco cajas grandes con fideos y
otra docena de ellas conteniendo víveres diversos). Todo cubierto con una lona
para proteger la carga de algún chubasco o de los baldazos de agua salada si es
que el cruce en la Melinka se pone feo. Ayer amaneció nevado en Punta Arenas y
eso provoca preocupación ¿Cómo estarán los caminos, principalmente el inestable
y arcilloso que une el cruce Las Flores con Río Chico? ¿En qué condiciones
estará la entrada al puesto del campo de invierno? Preguntas que nadie nos
puede responder y que uno mismo va despejando en la medida que quema etapas.
Hace una semana que nos anotamos para cruzar en la barcaza: nombre del
conductor, cédula de identidad, acompañantes si los hubiere, marca del vehículo
y número de su patente. ¿Para qué tantos datos y burocracia? Exigencias de la
autoridad naval, pero en el cruce de la Primera Angostura del estrecho de
Magallanes no es necesario anotarse con antelación ni entregar ningún tipo de
detalles. ¿Será en este caso para una más expedita y rápida identificación de
los cadáveres por si llegara a ocurrir algún siniestro o un naufragio en medio
del estrecho, o será que el desconfía de los ventitantos años de servicio de la
vetusta embarcación? Y pensar que más de alguien habrá tildado de loco al
empresario Goico Maslov cuando la compró. Goico, el mismo que tuvo que emigrar
a Venezuela tras ser denunciado como jerarca del régimen allendista, y su
casa-mansión de Punta Arenas allanada y requisada para ser luego centro de
operaciones de la inteligencia y el soplonaje de la dictadura. Goico, personaje
de novela que aun nadie escribe, el Nogueira que no pudo ser. De haber
permanecido con nosotros ¿habríamos tenido ahora un gigantesco “hovercraft”,
como los que cruzaban el Canal de la Mancha, antes de ser construido el túnel?
Muchas veces se dijo que ese era su próximo proyecto. A propósito de Primera
Angostura, tanto en el sector de la rampa de Punta Delgada, en el continente,
como en el de Bahía Azul, en la isla, los automovilistas y camioneros
argentinos hacen fila de vehículos en el lado derecho de la vía. Sin embargo,
los pocos vehículos chilenos, fiscales o particulares, hacen una especie de
“separatismo” y se colocan, nada de ordenados, en el lado izquierdo. Al parecer
creen que así, marcando la diferencia de nacionalidad, tendrán preferencia en
el cruce, cuando en verdad el turno es por orden de llegada. Son curiosidades y
manías que si a nosotros nos llaman la atención imaginamos cómo impresionarán a
los turistas de otras latitudes.
Septiembre
martes 27:
Ya en Porvenir, un almuerzo rápido y de
inmediato tomamos rumbo al interior de la isla. El camino se encuentra seco,
duro, en buenas condiciones. Hablamos de caminos de ripio y tierra, pues en la
isla no existe un metro de pavimento o asfalto más allá de la periferia de
Porvenir, Cerro Sombrero o Cullen. El estado de la “huella” nos tranquiliza.
Estamos transitando en nuestra tierra, moviéndonos en nuestro elemento.
Sintonizamos el radiorreceptor del vehículo. Para el Tercer Congreso de
Historia, realizado en Porvenir en el mes de junio, un gentil operario minero
del norte nos contó que escuchaba siempre radio PUdahuel F.M., en toda la costa
norte de la isla y hasta arriba del cordón Baquediano. Nos alienta la esperanza
que la señal satelital cubra toda la isla. No por ser fanáticos de esa emisora
capitalina-nacional, sino para sentirnos más integrados y poseer otra
alternativa en el dial. Ninguna onda de las radios F.M. de Punta Arenas sobrepasa
al otro lado del cordón porvenireño.
Pudahuel no resulta la excepción, y nos quedamos “con los crespos
hechos”. Habrá que seguir soportando la tediosa programación de las radios A.M.
puntarenenses cuya sintonía pasadas las 18:00 horas comienza a ser interferida
por emisoras argentinas, uruguayas y hasta brasileñas. Muchas veces, incluso,
se logra escuchar solo un concierto de ruidos diversos y molestos. Tampoco
llegan los canales de televisión a eses sector de la isla, ni la telefonía (el
multicarrier o multiportador se transforma en una de las tantas inutilidades
dentro de nuestro aislamiento). Recordamos, con cierta envidia, como se apostan
en las esquinas céntricaspuntarenenses algunos “encorbatados en la nada”,
celular en mano, hablando sueltos de cuerpo a cualquier punto del país.
Ignorantes absolutos del otro mundo, al este del estrecho de Magallanes. Más
que envidia dan pena. ¿Qué saben de identidad, de patrimonio? El submundo de la
tecnología “no está ni ahí” con Soto Canalejo, ni con autarquías y anarquismos.
Dos horas y cuarto después de haber salido de
Porvenir llegamos al cruce Las Flores. Todo seco, ni rastros de la última
nevada. (La vida te da sopresas, sorpresas te da la vida) cubrimos rápido los
doce kilómetros hasta el puesto de invierno. El piño está en el potrero de la
calle, listo para el arreo de mañana, tal como lo solicitamos vía mensaje
radial. En el puesto, las últimas instrucciones para el día siguiente. ¿Quiénes
llevarán el piño y quién se encargará de llevar la tropilla? Está la gente
justa para el trabajo. Volveremos a emprender el viaje. Nuevamente hasta el
cruce Las Flores y de allí para arriba, remontando el cordón Carmen Sylva.
Pasamos cerca del sitio Tres Arroyos, nuestro querido Tosca, el Machu Picchu
fueguino. Prospecciones arqueológicas han arrojado allí un poblamiento humano
que se remonta por sobre 11.000 años. El fechamiento hasta ahora más antiguo
para la Tierra del Fuego. Nos estremecemos, como siempre al ver la silueta de
ese también llamado Cerro de los Onas. ¿Qué hacen los cerebros de este país que
no lo declaran todavía Monumento Nacional? Allí hay una fuente para el turismo.
Pero estamos en la comarca que a nadie importa y a los que les importa nada
pueden hacer.
Quince kilómetros más adelante llegarnos al
valle del río Cachimba y vemos las casas de la estancia recostadas en el bajo.
Hemos cumplido la última etapa de nuestro viaje. Uno más de los
incantables en todos estos años.
Septiembre,
miércoles 28:
Feroz viento, el temporal más grande de la
temporada. La radio anuncia el cierre del puerto en Punta Arenas. Hay ráfaga de
115 kilómetros por hora. Salimos temprano rumbo al puesto de invierno. A medio
camino nos encontramos con tres piños que avanzan entre una polvareda enorme
rumbo a los campos de veranada. El nuestro salió a las 6, 30 horas. Lo
enfrentamos a mitad de jornada entre el puesto y Las Flores. El arriero que va
en “la punta” anuncia que llegarán hasta “El Tosca”, para pernoctar durante la
noche en el camino. El arriero que va en “la culata”, en cambio, muestra su
desacuero. Quiere quedar en el “corral de aguante” del cruce. Le comunicamos
que es mejor avanzar. Mañana la jornada puede ser más larga y el clima peor.
Dice que no, que va a alojar en el corral. Conato de motín en la pampa. Algo común.
Si uno se pone difícil te dejan el piño botado y arréglate como puedas. Póngase
ustedes de acuerdo, decimos parco al renuente y seguimos camino hacia el
puesto.
Hay que prácticamente desalojarlo. Dejar
limpias las tres piezas que lo componen, única forma de evitar robos, bastante
frecuentes, por lo demás. La puerta de entrada quedará sin cerradura, para
evitar que la echen abajo durante los seis meses que permanecerá vacío. Estufa,
camarotes, colchones, herramientas, mesa, bancos, cajas con víveres sobrantes y
pertenencias del puestero son las primeras cosas que retiramos. Entre estas
últimas es frecuente un saquito nada de liviano, con una sonajera de fierros y
cadenas en su interior. Fácil de adivinar el contenido: trampas para cazar
zorros. Con ello la gente de campo se provee de una par de sueldo extras.
Hacemos la vista gorda como en tantas y tantas ocasiones. Amarramos muy bien
toda la carga. El viento provoca que debamos hacernos oír a gritos. Pensamos en
los “encorbatados de la nada”. Aquí los quisiéramos ver, ¡carajo! Volvemos a la
estancia, descargamos y de nuevo al puesto. Esta vez el viaje es con seis
enormes y balanceantes bolsos conteniendo lana de la esquila de ojos. Con el
viento cuesta una enormidad subirlos a la camioneta. Al encontrarnos nuevamente
con el piño debemos subir a un par de animales que no pueden seguir caminando.
Así y todo vemos que avanza bien. Los otros van dejando un reguero de ovinos
atados al costado de la huella y hemos visto a más de una gaviota o carancho
haciendo su festín. A lo menos a un par de ovejas ya le han arrancado los ojos.
Aprovechamos para acompañar al piño y para darle café, pan y asado a los
arrieros. El amotinado entra en razón. Mejor avanzamos hasta El Tosca y
alojamos en “la calle” (en el camino), dice. Seguimos a la estancia,
descargamos los bolsones y los animales, y después de almuerzo vamos de vuelta
al encuentro del piño. Llegamos al lugar señalado y ponemos una malla de
alambre cruzando el camino. Cuesta desenvolverla con tanto viento, y más aún
clavar estacas en el suelo reseco para sostenerla. En estos afanes aparecen dos
vehículos doble tracción. Tocan sus bocinas para que las ovejas les despejen el
camino. El detalle nos hace asegurar que no son lugareños. Nunca se toca la
bocina para azuzar a un piño en arreo. Son turistas, gente que seguramente va
por unos días a acampar al lago Blanco, para hacer pesca deportiva. Nos hacen
señas y saludos. Divisamos, entre el velo de las lágrimas que nos provoca el
viento y la tierra, que alguien capta imágenes con una cámara filmadora. Hace
tres años, por igual fecha, un conductor enapino llegó a la estancia para
comunicarnos que había pasado a atropellar a dos ovejas del piño. Las traía
muertas en la camada de su camioneta. No fuimos nada de amables le catamos unas
cuantas verdades. Muy común esto de los atropellos de animales. Le cobramos los
ovinos muertos. Pero esa no era toda la historia. Después nos enteramos que uno
de los arrieros se puso al frente del vehículo fiscal, para que el conductor se
detuviera tras el estropicio y rebenque en mano lo conminó a que se presentara
en la estancia. “Si no lo hace, ya nos veremos algún otro día en la huella y la
cosa será distinta”, lo amenazó. Allí entendimos la “amabilidad” del enapino,
al presentarse. Y es que el mundo petrolero con el ganadero no son compatibles.
Se podría escribir mucho sobre el tema. Con detalles que “sacarían roncha”. La
tragedia fue al desollar las dos ovejas muertas. Preñadas ambas, tenían gemelos
en sus vientres. No eran dos, sino seis los animales muertos. La indignación
fue colectiva y una suerte, para su integridad física, que el enapino no
estuviera presente en esos momentos.
Finalmente la malla quedó firme. Ella y un par
de perros impedirán que el piño siga avanzando por su cuenta durante la noche
mientras los arrieros dormitan. Les dejamos carne, leña, azúcar, sal, café y
pan. Todo para el churrasco de la noche y el de la mañana siguiente. Luego,
seguimos al puesto para retirar los cuerpos de los animales consumidos y
muertos. De los primeros contabilizamos cuarenta y tres. Esto hace un promedio
de una animal carneado cada tres días y medio. Para un solo hombres es
demasiado. Pero no hay que olvidar la frecuente visita de pasajeros (visita que
puede durar una semana) y la alimentación de perros propios y ajenos, y uno que
otro funcionario o viajero que pasa a pedir carne de regalo o a cambio de una
botella de vino o licor. En fin, situaciones del oficio. Volvemos a la estancia
con el cargamento de cueros y ocupamos el resto de la tarde en prensar un fardo
con la lana de ojos. Mañana haremos el segundo.
Septiembre,
jueves 29:
Amanece sin viento, pero escarchó muy fuerte.
El agua del pozo tiene cinco centímetros de hielo y de las cañerías no sale una
gota de líquido. Vamos al encuentro del piño y retiramos la malla. Debemos
subir otros cuatro animales en malas condiciones. El frío es intenso, inusual
para esta época del año. Comienzan a caer algunos aislados copos de nieve. El
cielo se muestra amenazante. A las dos de la tarde el piño llega a destino.
Cuando el último animal traspone la tranquera de alambres uno de los arrieros comenta:
“Ya estamos en casa, hora que se largue a nevar cuanto quiera, ¡tiempo de
mierda!”. Más que imprecación parece una orden. Diez minutos después, el coirón
comienza a blanquearse con la nevada.
Por la tarde, además de hacer otro fardo con
lana de ojos, logramos marcar a los potros. Los chubascos de nieve se suceden
aislados. La ocasión sirve para ponerse al día respecto a situaciones
acontecidas durante el invierno. Nos enteramos, por ejemplo, que el precio de
los cueros de zorro estuvo bajo; quién cazó más y quién menos; quién compraba y
en qué fecha visitó estancias y puestos. Algunos nombres nos hacen dar un
respingo. ¿También ese metido en el asunto? En fin, aquí, en Tierra del Fuego,
las necesidades tienen cara de hereje, nos consolamos, y repasamos mentalmente
el posible itinerario de esos cueros; de manos de ovejeros cazadores a
compradores invernales; luego, un furtivo cruce fronterizo donde son
revendidos, y de allí un largo viaje a industrias peleteras de Buenos Aires
para volver a Punta Arenas, en una especie de “re-importación”, donde son
vendidos en la Zona Franca con el ingenuo cartelito: “Chaquetón de legítimo
zorro fueguino”. Y ante esto nadie dice nada. Los ecologistas brillan por su
ausencia (¿o por su ignorancia?). No es que defendamos al zorro. Es depredador,
asesino, y punto. Pero las incongruencias existen. A eso apuntamos. Se prohíbe
su caza, a pesar de que ayuda a disminuir la única fuente económica hasta ahora
sustentable en el tiempo en Magallanes: la ganadería. A la gente de campo se
les multa y hasta pueden caer en la cárcel si los sorprenden con cueros o
trampas. Pero hay algunos que burlan muy bien las disposiciones y logran un
fructífero negocio, muchas veces apoyados por “santos en la corte”.
Septiembre,
viernes 30:
Sigue el frío intenso. Anoche cayeron seis
centímetros de nieve y amaneció con viento del este. Hay una especie de neblina
de nieve. La visibilidad es escasa. Recién a media tarde se despeja un poco. SE
rodea el piño que está en el llamado “potrero del consumo” y comienza el
aparte. Las ovejas están a quince días de la parición y deben irse cuanto antes
a sus respectivos campos. También los corderos se ven débiles. De los carneros
ni hablar. Algunos parecen tablas forradas en lana. Anoche cuando terminamos el
aparte y la distribución de las ovejas. Corderos y carneros serán arreados
mañana a sus potreros. No ha parado de escarchar. Ni un piño ha pasado hoy.
Pareciera que el nuestro cerró la trashumancia. Tampoco vehículos. Los camiones
que van a buscar petróleo al pozo del lago Mercedes también suspendieron su
acarreo. El día no estuvo como para aventuras y sorpresas. ¿Cómo les habrá ido
a los visitantes del lago Blanco?
Nos dicen que los vieron volver.
Octubre,
sábado 1:
El tiempo mejor. Ladran los peros de madrugada;
hay movimiento de cabalgaduras, señal que corderos y carneros están pronto a
ser llevados a sus potreros. Hacemos el listado de víveres y otras necesidades
que debemos procurar para el próximo viaje, y las futuras faenas de señalada de
los corderos y esquila mayor. Dejamos
también dispuesta y aprovisionada la despensa para la gente. Revisamos galpón y
bodegas, luego los corrales. Hay bastante que reparar: piquetes y postes
quebrados. El piso de la manga está en pésimas condiciones y la boca de la salida
tiene una gran depresión. Vamos de inmediato en busca de una picota. A pesar de
que el suelo está algo escarchado sacamos unas seis champas de pasto que
colocamos en esa concavidad provocada por tanto paso de animales, y el terreno
queda nivelado. Muy típico esto de estar haciendo una cosa y dejarla para
atender a otra. Fundamental es tener siempre un martillo cerca, y grapas y
clavos de todas las medidas en el bolsillo. Aprovechamos también a reclavar
algunos piquetes doblados por el viento, estirar hilos de alambres, afirmar
tranqueras o cambiarle una tabla a la que la tiene rota. Luego, revisamos las
máquinas de esquina, las desarmamos perno a perno, observamos el estado de cada
pieza y las volvemos a armar. A una que otra debemos cambiarle ingenio para
fabricarlos, pues ya no existen en el mercado.
Octubre,
domingo 2:
Ponemos bencina al vehículo y cargamos los
bidones y botellas de gas vacías. Tachos para la para fina (esa que tanto
cuesta proveerse en Punta Arenas, pues para los servicentros no resulta un negocio
rentable. La plata y la moda están en la bencina sin plomo y en el geogas, y
bueno, con la plaga de taxis y colectivos…). Cortamos la llave de paso del agua
para nuestra casa, para evitar pérdidas e inundaciones. Hacemos una última
revisión mental para comprobar que todo está en orden. Entonces nos avisan que
el caño de un calentador en la casa de los trabajadores está roto y que las
chispas caen al interior de la plaza. Esperar el próximo viaje para traer un
nuevo caño desde Punta Arenas puede resultar una solución a largo plazo y
riesgosa. Nuestra mente trabaja como si archivo de un computador. En segundos
nos bajamos de la camioneta y vamos hasta el sótano. Recordamos que allí hay
guardado una tira de caño del diámetro necesario. Justo. Calza perfecto. Ahora
sí, rumbo a Porvenir. Hay que estar en todas, no hay mejor universidad en el
mundo que esto, nos vamos diciendo, aunque sea como consuelo.
El día está calmo, hermoso, se respira aire
puro. El camino se encuentra completamente seco. En el sector boscoso del
cordón Baquedano nos detenemos para apreciar la variedad de especies arbóreas.
Los canelos y ciruelillos se encuentran a punto de florecer. Siempre que
disponemos de tiempo hacemos este alto en el camino. Media hora después aparece
el anfiteatro natural de la capital fueguina. Allí está la bahía, hermosa pero
olorosa, absolutamente contaminada. Cerramos los ojos y la imaginamos con
veleros, botes, “zodiacs”, “kayaks”, triciclos acuáticos, “windsurfs” y demás elementos para practicar deportes
náuticos, atrayendo a turistas de todo el mundo, que dejan “many dollars”. E
imaginamos tantos sitios vacíos convertidos en vergel de hortalizas y “berries”
(moras, frutillas, frambuesas), además de peonías y otras flores que son
exportadas. El vergel de la Patagonia, tanto a cielo abierto como bajo enormes
invernaderos. Y por cierto el turismo, mostrando la naturaleza virgen, pero
también el bagaje inmenso de historia y aconteceres fueguinos, incluyendo los
campamentos “fantasmas” del petróleo (Manantiales, próximamente Cullen, y luego
Cerro Sombrero, a mediano plazo). Pero las políticas de desarrollo no apuntan
nunca a la alternativa, a la osadía, al desafío. No se cambian los esquemas y
se continúa otorgando mano de obra básica, tras proyectos básicos surgidos de
una mentalidad básica. Todo Magallanes es un territorio de urgencias; una
sociedad en permanente crisis. Una tierra que al parecer no sirve más que para
mantener obreros, los que a su vez, sin mayores posibilidades de progreso,
generan a su vez más obreros, manteniéndose la medianía, supliéndose a duras
penas las necesidades primigenias. ¿Cómo revertir la situación, y que en vez de
tantos asalariados existan más productores, y en vez de tantos servicios
internos se generan servicios externos, para que las platas lleguen de afuera?
Los atisbos de diferencia se vislumbran en Puerto Natales, y no porque se
apilaron estudios sobre un escritorio, sino por un fenómeno colectivo (con
mucha fortuna de por medio). Porvenir a la Tierra del Fuego toda deberán seguir
esperando ese golpe de suerte. Ya hay empresarios extranjeros con ojos puestos
en este lejano y aporreado sur, como el caso de un acaudalado y visionario
fabricante de parkas y artículos deportivos que llevan la marca “Patagonia, y
cuyo 1% de los ingresos los destina a preservar la naturaleza. El mismo
empresario que adquirió varias estancias en la Patagonia chileno-argentina, con
el afán de mantener esos campos como reserva de la humanidad. En todo el mundo,
y también en Punta Arenas, se venden sus prendas deportivas. Por ello, creemos
que la solución fueguina podría estar en esos rumbos, pero sin trabas ni
“burocracias” administrativas, sin depredadores tributarios que solamente
esperan a la víctima para darle el zarpazo para saciar su propia hambre, su
aberrante ineptitud. Se necesita una mentalidad nueva, desafiante, laboriosa,
sin reglismos personales. Mentalidad nueva para sacar partido del patrimonio,
la historia, el carácter legendario, la naturaleza y hasta del descontento
endémico. No habrá otra forma de progreso y dignidad . Aprovechar lo que se
tiene, e inventar lo que no se tiene. Atraer a la gente, y no espantarla.
Inculcarles identidad, conciencia por el trabajo y la tierra, y sepultarles las
aspiraciones consumistas. Habrá que aguardar ese golpe de suerte, ese cambio de
giro, de conceptos caducos, aunque por ahora parezca una utopía más propia de
dementes que de cuerdos.
Promedia la tarde cuando la barcaza llega al
terminal Tres Puentes de Punta Arenas. La jornada está concluida. Ya en casa,
recordamos una visita realizada a Tierra del Fuego, en enero de 1992, por dos
periodistas santiaguimos “free lancers”: Verónica Araneda y Hans Liechti. El
fruto de aquella jornada apareció en mayo de ese año, en dos páginas de la
revista “Ya”, de El Mercurio de Santiago. “Gente de viento”, fue el título que
dieron a su reportaje, con un llamado de página que dice en parte: “Los escasos
habitantes de las estancias de Tierra del Fuego viven olvidados por el
continente. Sin escuelas, hospitales ni medios de comunicación, están casi
totalmente aislados”. Estas palabras, surgidas de testimonios directos, son
corroborados en otro párrafo de la crónica: “La ciudad (Punta Arenas) suena en
los oídos como la tierra prometida, la urbe proveedora, pero que desconoce la
realidad de esa gran isla que tiene en frente”.
Por eso, al final de esta crónica, la pregunta
es: ¿de identidad patagónica-fueguina pregunta? Todos los términos expresados
en estos extensos apuntes significan identidad. O al menos, son representativos
de una buena parte de ella.
APUNTES FUEGUINOS, ENTRE LABORES Y
RELEXIONES, especial para IMPÀCTOS 63.
3 de diciembre de 1994.
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