Fue
casi a fines del año 1965 cuando apareció en la vidriera de Casa Fuegia el
primer televisor de Río Grande. Por aquel tiempo ya se habían iniciado los primeros
replanteos de obra de lo que sería más adelante el Canal del Onita, y el rumor
que desfilaba de casa en casa era que la televisión se había conseguido para
Río Grande gracias a que el Gobernador Bilbao era de aquí: si no habría sido
otro privilegio de los ushuaienses.
Durante semanas el comienzo de las clases se
demoraba para los chicos del Ceferino Namuncurá y las chicas del María
Auxiliadora en la vereda de tierra de la ferretería de Stanic y Heredero, y era
en esa rueda frente al televisor que los pequeños esgrimían las más arriesgadas
conjeturas sobre el funcionamiento de aquel aparato:
-Vos le comprás una pomada importada, se la
pasás en el vidrio y se ve en colores.
-¡El canal que más me gusta es el nueve!
-Yo estuve viendo como hacía Titanes en el
Ring.
Y por supuesto que en todo aquello los
lugareños dábamos crédito a los aciertos y los disparates que los porteños, en
minoría de origen marino, hacían sobre el increíble adelanto que nos permitiría
ver los programas de Walt Disney todos los días, sin esperar las películas que
Wilson y Fernández traían cada tantas semanas.
Hubo que esperar casi dos años. De por medio
el canal fue una mole en medio de la pampita que en invierno nos permitía
patinar; con el trabajo de la empresa del Ingeniero Canga –ya por entonces mi
profesor del secundario- se llegó a la terminación de la obra. Otro de mis
profesores, el Maestro Videla, hizo un curso para ser Director del Canal.
En realidad no sé si se hizo acto alguno de
inauguración en ese invierno de 1967 cuando nos agolpamos, ya frente a las
vidrieras de Casa Menón, o Radiosur, donde tenían la gentileza de sacarnos un
parlante para que pudiéramos escuchar los programas de prueba, casi todos de
origen francés, y más adelante los dibujitos del Intrépido Volador.
Solo supimos que si bien se hablaba
inicialmente del Gobernador Bilbao como gestor de la idea del progreso, en
aquel momento con las autoridades constitucionales destituidas, hubo muy pocas
menciones para la significación cívica de un medio de esa naturaleza.
Con el tiempo fueron mucho más los que
sacrificaron ahorros para tener TV en casa, la vida se restringió, los maridos
comenzaron a conocer a las esposas, los niños dejaron sus modismos chilenos por
aquellos otros que les inculcaban Biondi o Mareco, las primeras novelas
forzaron a la Administración Pública, que por aquel entonces trabajaba de
tarde, a cambiar su horario para facilitar la concurrencia.
Las carreras de autos comenzaron a pasar
frente al canal para que todos se quedaran en la casa y pudieran verlas, los
diarios que de tanto en tanto llegaban a Río Grande partían del stand de Robles
en La Anónima para ser leídos en la población, los partidos de fútbol se
anunciaban con bombos y platillos aunque fueran de dos semanas atrás, y hasta se
transmitió en directo la llegada del hombre a la luna.
Como sería la importancia del medio que hasta
asfaltaron la calle Alberdi por donde se llegaba a la casa del Onita, y eso ya
es mucho que decir en la barrosa población que ingresaba a la era de las más
modernas comunicaciones.
1 comentario:
Hola Mingo,
Muy buen artículo ... Llevado a los tiempos que corren, la misma emoción y expectativa se debe haber generado en Río Grande cuando comenzaron las instalaciones de las primeras conexiones a internet! Todo lo nuevo siempre genera emoción y cambios sociales claro ...
Slds,
Hernán.-
Publicar un comentario