Más allá de la frontera del poblado, aún más
allá de donde algún día estuvo el criadero de visones, vivía Linares.
Me contaba mi padre que llegó empleado de
Aduanas casi a punto de jubilarse, y quiso el destino que su compañera muriera
en esta tierra alterando la esperanzada paz de su alma y condenándolo a
persistir en una vida que se traducía en un continuo peregrinar a lo largo de
la casi inexistente avenida Belgrano.
Una arpillera bajo el brazo era la
característica de su viaje de ida; y por la vuelta cargaba sobre sus espaldas
el leve peso de las astillas de madera que obtenía a veces en La Anónima, pero
casi siempre en los embalajes del almacén del Gliubich.
Su largo sobretodo pardo y el rubio encanecido
cabello le fueron dando una presencia enigmática que a los más chicos servía
para distanciarnos de su paso.
Pero fue siempre Linares una figura esencial
en el meridiano del barrio.
¿Quién lo acompañaba junto al candil
multiplicando sombras para cada atardecer, en esos tiempos en que lo envolvía
la pampa?
¿Qué hacía con el dinero de su jubilación que
se aseguraba cobraba religiosamente?
Su casa no era fácil de encontrar en los
últimos tiempos, había que seguirle los pasos como yo lo hice, y descubrir que
vivían en los fondos de una vivienda amarilla, en un corazón de manzana con
salida por Rivadavia.
Los embalajes livianos, preferentemente cajones
de fruta, ocupaban el doble del volumen de su choza –hojalata corroída, piso
gris de tablas terrosas, una galería de trastos para su ingreso, y una cohorte
de gallinas que imagino regulaban su alimentación.
-No voy a poder atenderlo, tengo mucho que hacer
aquí –se había despojado de su abrigo y dejaba ver así ropas grises de original
factura, un voluminoso pañuelo abuchándole el cuello, los ojos más claros y la
melena acaramelada –Tengo mucho que hacer, no voy a poder atenderlo aquí.
Las manos eran casi grises. No fijaba su
mirada en mí, sino se extraviaba entre las tablas que había ido acumulando, en
el fondo de su morada un leve humo delataba la cocina.
Linares no me reconocía, había invadido su
intimidad, la zona de exclusión del ermitaño, además de los visto solo sabía
que tenía más de ochenta años, y una salud propia de los monumentos históricos.
Linares seguía por las calles viendo como se
iban levantando uno tras otro los comercios, las viviendas elegantes de los
ruralistas, el cuartel de los bomberos, la nueva comisaría, Aerolíneas...
Seguía caminando con su carga a cuestas, de
pronto por el pavimento, sin respetar los semáforos, en invierno y en verano,
siempre hasta el negocio de Ormiston.
1 comentario:
... Qué buena nota Mingo, con un halo de misterio y de "querer saber más" sobre la vida de este personaje fueguino.
En la foto se lo ve como una persona de estatura más bien alta, y delgado, como de cuerpo acostumbrado a las recorridas con cargas ...
Espero conseguir este libro, en papel empírico, jaja, pero mientras tanto puedo tener algunos adelantos digitales ...
Slds,
Hernán.-
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