En oportunidad de realizar hace unos años una
visita a Río Grande el arqueólogo Ernesto Piana, pude entrevistarlo y me llenó
de inquietudes.
Una de ellas tenía que ver con la raíz del
exterminio aborigen en el norte fueguino y de alguna manera me hizo entender
que este proceso se había repetido en otras partes del mundo.
El pastor necesita de la tierra para sus
ovejas, y con ello cualquier presencia humana que compita con sus majadas debe
ser eliminada.
No pude dejar de pensar en aquel momento en la
cuestión de Medio Oriente, donde dos pueblos pastores: judíos y palestinos,
trataban de excluirse de aquella tierra. Pastores que se convierten en lobos y
protagonizan cada tanto sangrientos episodios que luego nosotros, en nuestro
esquema de amores y odios, pasamos a interpretar con favoritismos para unos y
otros.
Y haciendo memoria sobre el escenario bíblico
me preguntaba sobre el mandato aquel del anciano demiurgo que prefirió las
ofrendas del pastor, a las del agricultor, condicionó el primer crimen de todos
los tiempos, y condenó a posteriores a los cainitas –los hijos del hermano
asesino- a llevar una marca horrible sobre su rostro.
Pero hubo experiencias menos míticas, y que
están al albor de los tiempos que aquí en el sur se tradujeron en el desarrollo
de la ganadería. Los mismos ingleses, para los cuales criamos nuestros ganado
dispuestos a proveerlos de su lana, y posteriormente de su carne, resolvieron
su conflicto plurisecular con los escoceses expulsando las tierras antes para
que estas fueran dedicadas plenamente a la cría del lanar. Los higlanders –que
no son los de la zaga cinematográfica- debieron buscar destino en las zonas
costeras, se vieron privados de sus vestimentas características y finalmente
buscaron con la migración mundos más tranquilos y esperanzados en la
colonización británica de Oceanía, en la de América del Norte –colonias ya
independizadas- y algunos también con el tiempo en la lejana Sudamérica.
Ese proceso vivido en Escocia tuvo su punto álgido
en 1792, cuando quedó en evidencia la política inglesa de limpieza de la
tierra, sacar a los hombres para dejar espacios para la cría de los animales
que con su lana contribuían a la industria revolucionaria de aquel entonces.
La ocupación británica de Malvinas se dio
conflicto por la utilización del recurso marítimo, representado por la caza de
ballenas y de lobos marinos, la industria pelífera tributaria de china, y la
producción de sebo para iluminar Londres y Nueva York. Pero con el tiempo se descubrió
que el archipiélago era propicio para la cría de lanares y a la vez una suerte
de laboratorio donde podría experimentarse con su cría, en un medio apropiado
pero desconocido. Además Malvinas salvo el pequeño contingente gaucho que se
manifestó enconadamente con Antonio Rivero, no tenía una población que
desalojar para posibilitar la limpieza que se requería de la futura tierra
lanar.
Malvinas era una llave para las comunicaciones
de la América Meridional en cuyo escenario se expandería la cría extensiva de
los ovinos. De Malvinas llegan los primeros animales al Estrecho de Magallanes;
a Malvinas va el gobernador Moyano para encontrar entre sus pobladores quienes
quieran recibir campos para desarrollar en ella su condición de farmers, en
lenguaje criollo: estancieros.
Los escoceses desalojados de sus tierras altas
para funcionar como nuevo territorio ganadero habían pasado a ser sinónimos de
conocimiento en la cría de las ovejas.
Un siglo después inversores que no eran de
cuño británico pensaban que con escoceses a su lado la estancia funcionaría
eficazmente.
Uno de ellos fue José Menéndez. Ronny Mac
Donald que durante años fue contador de la María Behety lo reflejó cuando me
contó en un reportaje como llegó su padre. Desempleado en Edimburgo se enteró
que estaban requiriendo de hombres con experiencias para ir a trabajar al
Streit of Magellan, supo de lo que se pagaba, pero se enteró a la vez que
debían hacerlo con un perro que supiera del oficio. Como este hombre no tenía
perro con ese conocimiento, pero si urgencia laboral, tomó un perro callejero y
con él se presentó, fue embarcado y partió a hacerse la América.
Nadie sabía bien donde quedaba ese país,
alguien dijo que el único problema sería el viento, el viento, el viento…
Como Mac Donald venían otros experimentados escoceses que
afrontaron la dura travesía naval –no eran gente de mar- hasta que la nave
atracó en las costas de San Gregorio. Los perros que viajaban en peor condición
que “sus dueños” en bodega fueron llevados a cubierta, y cuando se dispuso de
una rampa para que pudieron ir bajando buscaron la tierra con desesperación, en
la tierra apuntaron hacia el horizonte, y corrieron y corrieron hasta perderse
en la lejanía, tal vez tratando de llegar hasta Escocia, o bien alejarse de ese
recinto torturante que había sido el barco.
Ninguno de aquellos hombres de tierras altas,
condicionados a ser desempleados en tierras bajas, sabía mucho del oficio; en
ese sentido no era muy distinta su experiencia a la de los perros que circunstancialmente
habían tomado como propias, para conseguir empleo…
Era cosa de comenzar, en la nueva tierra, con
un nuevo oficio, y con otros perros que se le pusieran al alcance de la mano..,
y no les fue tan mal.
Además la tierra se estaba limpiando.
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