Cuando uno intenta construir casi desde la
nada –por que son nada las mínimas palabras guardadas por la memoria de los
hijos- estas historias de inmigración, es casi inevitable ceden a la sensación
del milagro.
Cristina Piña
¡Bravo comisario de la vieja Patagonia!
No era posible definir la personalidad de Don
Milton Roberts sin encontrarnos con esos dos calificativos de bravura y
antigüedad; y eso desde el primer momento en que se supo a cargo del Jugado de
Paz en el pueblo de Río Grande.
Un policía retirado que venía a cubrir una de
las más antiguas funciones del Estado, en un paraje austral donde no se
mostraba demasiada presencia de “La Nación Argentina”, un galés –vale bien definirlo
por su étnia- que se ubicaba en el puesto que otrora desempeñaran temperamentos
tan disimiles como Mc Lennan y Telmo Suárez.
Roberts llegó con parte de su familia y trató
de encontrar de entrada las necesarias similitudes que estimulen su arraigo al nuevo
suelo; a fin de cuentas no era tan diferente a tatos puntos del litoral sureño
que tanto conocía.
¡Había tanto que hacer..! si se quería, y Don
Milton así lo quiso.
Una chispa de estilos arquitectónicos galeses
han quedado encendidas en varias construcciones que nacieron a de su impulso,
pero una sobre todo –casona de fantasmas no hace mucho- elegante y restaurada
ahora, es la herencia de su laboriosidad: el edificio primero del Juzgado de
Paz local.
Es que entre a menos relatos mandibuleados con
su acento británico, acerca de sus experiencias de cazador de hombres en la
policía sureña; con la pericia que él y su esposa ponían de manifiesto en
certeros disparos de armas de fuego que los llevaban a ser campeones de tiro en
Río Gallegos, llegaron al corazón de la gente del lugar y entre los más
pudientes lograron las subvenciones necesarias para construir lo que durante un
tiempo sería su hogar.
En el solar B de la manzana 55 se levantó la
casa de la justicia de alto porte y cumbrera, chimenea y galería, donde se
comenzaron a componer líos y entuertos de los contornos y registrar los hechos
vitales de la vida, muertes y “acollaramientos”.
La suscripción popular que pagó el edificio
alcanzó los $ 6.794 de aquel entonces. Entre los cuarenta y siete donantes
figuraba Alejandro Menéndez Behety y la Estancia María Behety con la mayor
contribución $ 650, hasta llegar a Antonio Roque que sólo puso dos docenas de
monedas de un peso; entre todos esos números es de recordar que el techo –con
sus cien pesos de costo- fu cubierto por una directa contribución de Federico
Romero –joven estanciero-candidato a yerno del juez Roberts.
El juzgado fue la segunda edificación de
importancia de la cuadra, donde nacía también el Banco de la Nación Argentina,
y la conducta de su morador era observada los largos días de verano cuando por
las noches se lo solía ver –en familia- muy atareado en su jardín, de ida o
venida en el tradicional paseo de la playa.
Pero aunque muchos llegaban a suponer que el
Juez, bajo el escudo oval de la repartición, estaba arreglando las plantas
florales, no era así. Lo más probable es que “el cazador de hombres” –temido
por eso- después de un estudiado itinerario por la bajamar de la ría se
encontrara como “pescador de algas” preparando los materiales para sus no poco
famosos cuadros de algas marinas.
Don Milton había cobrado interés por este
habito pacencioso en su tránsito por Puerto Deseado donde el Sr.Ziemlke lo puso
en contacto con esos ikenabas secos en cartulina.
La tarea la comenzaba en la solaz de una
tarde, calmo ya el viento, donde se procedía –en familia- o con amigos a
recolectar los yuyos del mar depositados en la costa, eligiendo las de mayor
variedad en colores y formas.
Llegados a la casa de familia, Roberts
procedía a secar los ejemplares sobre papeles de escasos diarios viejos que se
pudieran conseguir, o simples cartones, en el jardincito de la casa durante dos
días se los lavaba cuidadosamente con agua de pozo para quitarles la sal marina
en una pileta grande. La tercera parte del procedimiento estético aplicado a
las algas de nuestra costa pasaba por extenderlas sobre cartulinas blancas, del
tamaño adecuado al motivo o cuadro que se quería obtener tratando de separar en
una fuente o asadera colmada de agua de mar los gajos de algas, dándole con
escarbadientes y palillos una adherencia al cartón y la forma que la
imaginación del autor creía conveniente.
De la mano del Juez salían a veces flores, a
veces plantas, porque no ramas, árboles o paisajes que según su habilidad o su
paciencia terminaban una vez secados y envidriados adornando todos los rincones
de la casa, convirtiéndose en tributo de amistad para el visitante, en un fácil
obsequio.
De allí una importante provisión de
cartulinas, secantes, vidrios y cinta engomada que debía compara Roberts
directamente en el norte, porque su consumo superaba el de toda la población en
estos rubros.
Un día Milton Roberts se fue. Dejó enredados
en varias estirpes fueguinas la sangre de sus hijos. De su estar por aquí
fuimos dibujando con la memoria de quienes conocieron sus intrépidas aventuras
de joven servidor público en el sur, sus tradiciones galesas, el infalible
cazador de conejos, revólver en mano, auto en marcha: y ese singular afán por
hacer algas y artesanías...
Buscamos infructuosamente una muestra del
producto de su ocio, afán irrepetido por quines le sucedimos en esta costa,
pero todo parece haberse perdido; aunque en una importante muestra que en algún
momento se hicieron de sus trabajos en la Capital Federal la revista Caras y
Caretas lo presentó como “El cazador de hombres –el pescador de algas”.
-¡Viejo comisario de la brava patagonia!
–siguen diciendo hoy los que lo recuerdan al singular Milton Roberts.
Juzgado de Paz de Río Grande y vivienda del
Juez, señor Milton Roberts, en cuyo jardincito del frente se secaron las algas
marinas, después de seleccionadas.
Estado actual de aquella casa..
3 comentarios:
Hola Mingo ...
Interesante este relato, sobretodo por la parte que corresponde al lado artístico del personaje en cuestión.
Al leer el artículo me acordé de dos cuadros, pequeños, que compré hace un tiempo en Ushuaia, en un local de la calle San Martín, envidriados también, y que muestran un "collage" donde se advierte un paisaje creado - según consta en el reverso de las obras - con: "botón de oro, hojas de lupinos, helecho, ñire, pétalos de rosa y pensamiento". Algunos de estos materiales, también autóctonos como las algas en cuestión ... Ambos cuadritos, colgados en la pared de mi living desde hace unos años ya ...
Un abrazo Mingo,
Hernán(Buenos Aires)
... Mirá vos, se conserva bastante bien la estructura ... Mingo. Indudablemente las casas de la Patagonia, y las fueguinas por supuesto, estaban diseñadas para resistir el devenir de los años ...
En estos últimos días, estaba leyendo en internet un artículo sobre La Casa Stirling, y sus viajes - desarmada - por los canales fueguinos hasta los distintos puntos donde se fueron estableciendo las estaciones misioneras anglicanas. Es decir: Ushuaia, Tekenika y Bahía Douglas (no estuvo en la Isla Baily). Siempre resistió al paso del tiempo. Al parecer, no se tuvo en cuenta la posibilidad de que pudiera resistir tantas décadas, y había quedado acaso olvidada en Bahía Douglas (Isla Navarino) ... Hasta que fue redescubierta allí y trasladada a Puerto Williams, donde actualmente se encuentra, dentro del predio del Museo Antropológico Martín Gusinde (fue declarada Monumento Histórico).
Ambas casas - la del Juzgado de Paz de Río Grande y la histórica Casa Stirling de Ushuaia - podríamos decir, guardan características arquitectónicas similares ... Y sus moradores, en distintos momentos de la historia, tenían raíces británicas.
Un saludo Mingo,
Hernán (Buenos Aires).-
Hermoso recuerdo!!!!!!
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