Este Rastro merecería hoy muchas y variadas actualizaciones.
El pasado 18 de septiembre Daniel Freidemberg
discurría en las páginas de Clarín sobre esta particular patología de destruir
obras de arte. Tras das detalles sobre los daños ocasionados a obras de Miguel
Angel y Rembrandt, o las actitudes de censura que pesan sobre el arte y no
sobre la pornografía, bajo el título “El arte provoca al demonio”, me
transmitió el impulso inicial para abordar en nuestra columna dominicial el tema
de la destrucción de monumentos en nuestro –pese a todo- querido Río Grande.
Nudo de controversias fue en el tiempo el
destino que pesó sobre el busto de Eva Perón después del golpe de estado del
’55, es encontraba emplazado en el mismo sitio en que hoy se puede ver el de
Tomás Espora.
Ciudad de Bustos, porque no había presupuesto
para más, el de Don Bosco que se instaló por los años 60 en un túmulo de
piedras traídas del Cabo Domingo en la plazoleta de San Martín y Fagnano sufrió
varias deportaciones dado el carácter móvil del mismo. Yo era un niño pero
recuerdo en su momento una figura blanca, luego sustituida por otra oscura, con
acusaciones tácitas sobre un extraño destino.
Peregrina fue la estatua de Ona al acecho que
en su tiempo tuvo pedestal de madera al alero del tinglado donde hoy está La
Casa de la Cultura, luego emigró a la Biblioteca Schmidt (h) y ahora se
encuentra en el Parador Turístico de La Candelaria.
Pero no hacemos el historial de los monumentos
sinó cuantificamos unas destrucciones. Las más notables fueron las que pesaron
sobre el grupo escultórico denominado “Los dueños de la tierra” obra de Díaz
Córdoba que se inaugurara en terreno de Van Aken hace seis años en un proyecto
de plaza todavía postergado. La Familia Ona le llamaron desde los estrados
oficiales a la mujer, los dos hombres, el niño y el perro. En el hecho quedó
desnudado el desinterés comunitario por defender los valores de las razas
nativas. Esas que pasiva o activamente los fueguinos ayudamos a desaparecer.
Los migrantes han tenido también sus
monumentos. El de los cordobeses, del mismo autos que Los Dueños de la
Tierra perdió el dedo –aunque un día
tuvo seis- y pregúntenle donde apareció la espada. ¿Fue una venganza? Quien lo
sabrá. Xenofobias las hay siempre internas. También creció la ira de la
destrucción sobre el Monumento a la Inmigración en Tierra del Fuego, logrado a
fines de 1987 por la esposa de un Cónsul Chileno. Un hombre, una mujer, la
posesión fecunda y un vientre alumbrando un norte llamado hijo. Muchos de los
que compartieron los Pisco-Sour de los brindis diplomáticos no quisieron ver
cómo se destruía la estatua hecha por todos los inmigrantes, por los hermanos
chilenos. Y finalmente las obras de
construcción del muro dieron pie para que reposara largo tiempo en la playa, se
perdiera el rastro de su existencia, y sobre la base despojada de su monumento
y ya sin placa que acompañaba a la obra, se erigiera una imagen virginal en
lugar de la imagen fecunda. ¿No estaba también bendecida la estatua desaparecida?
La catedral de México construida sobre el
templo pagano se está hundiendo bajo su propio peso.
María Auxiliadora, la de la rotonda Capitán
Giachino, pasó también a ser víctima de la violencia comunitaria, los católicos
ya hicieron su acto de desagravio.¿Quién lo ha hecho por los restantes
monumentos?
Volvemos así a las reflexiones de Daniel
Freidemberg, quien sin entrar a especular sobre o que simbolizan las estatuas,
viéndolas solamente como obras de arte –y aquí tendríamos que incluir todos los
murales que destruimos- el asegura:
“La pregunta mas intersante, en todo caso es ¿qué oscura o luminosa
atracción produce el arte en ciertas mentes?,¿les duele la hermosura?,¿tienen
celos de la perfección?,¿no se tratará, en el fondo, de homenajes?,¿tan
poderosas son, entonces, las obras de arte, tan perturbadoras?”
Creo que no estamos rodeados de gente con
santidad. Creo que estamos sitiados de indiferentes que levantas banderas que
luego no se esmeran en sostener.
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