CARTAS Y ENCOMIENDAS

 


Crecí en un tiempo donde de pronto alguien aplaudía en la puerta de tu casa y se acudía presto a su llamado de atención. Era alguien que estaba por partir de viaje y anunciaba que estaba dispuesto a llevar una carta o algún paquete a parientes y relaciones.

A los pocos días se pasaba a retirar el envío recibiendo indicaciones de como llegar rápido y seguro al destinatario. Allí la ceremonia del alerta se repetía, y en medio de una gran sorpresa los destinatarios se hacían receptores casi siempre de buenas noticias o algún encargo. Entonces se trataba de retener al mensajero, haciéndole partícipe de un agazajo, pero como seguro este aseguraba que tenía muchas otras cosas por realizar, convenían cuando podría pasar de vuelta se habia retorno. Sinó que tendrían que pesar con quien terminar las diligencias. Ese volver por la respuesta podía ir acompañado, ya sin escusa, de alguna comilona.

Cuando llegó mi tiempo de ir a estudiar a la universidad repetí alguno de estos servicios. Entonces visitaba a la media docena de hogares de otros tantos estudiantes riograndenses y la familia de estos debía dejar en mi casa sus envíos, tarea que se sumaba a la actividad materna de preparar la valija.

Cuando llegaba el momento de partir se advertía sobre la necesidad de conseguir mayor capacidad de equipaje. Es que no se podía decir que no a los remitentes.

Por suerte en Aerolínas no cobraban exceso de peso a los jóvenes que viajábamos en esta condición. Al igual que la Aduana no revisaba nuestras maletas, privilegio que era compartido con los colimbas que venían con frecuencia de Río Gallegos debiendo regresar con abundancia de cigarrillos.

El tema era llegar al Aeroparque y ver complicado el transporte. Lo menos había que llegar a Retiro, de allí tomar subte a Constitución, de aquí en tren a La Plata, y hacer el último tramo hasta nuestro domicilio. Para eso aveces teníamos a alguien que nos había ido a buscar, y agradecíamos no caer en la mafia de los taxiste que te paseaba por toda la gran ciudad. Yo que vivía a tan solo nueve cuadras de la estación hacía casi siempre el último trayecto de a pié. Ahora ya se viaja sin tantas gentilezas.


Este escrito fue ilustrado por IA.





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