En el año 1968 volví a mi escuela, con mi
colegio.
Fue cuando los salesianos decidieron,
definitivamente, asumir la responsabilidad de
Durante dos años concurrí a las mañanas en el
enorme edificio de
De mañana se congelaba la cerradura y era
imposible entrar, un pícaro duende mellizo concurría a cortar instalaciones
eléctricas, irrigaba caloramas y tornaba imposible nuestro acceso puntual a
cada asignatura.
El diario decía que los muchachos fumaban, el
Rector –el Ingeniero Canga- se enojaba por eso, y Tita o Faletti nos daban unos sermones que no lograban
conmovernos.
El Profesor de Inglés era checoeslovaco y daba
clases de mecánica en Actividades Prácticas, lo que le costó la rectificación
total de su escarabajo al que utilizó, circunstancialmente, de banco de pruebas
de los cocimientos impartidos.
Las clases de gimnasia se desarrollaban los
sábados por las mañanas en un galpón -en el cual se jugaba al basket- que
quedaba en las proximidades del puerto; allí, en invierno, mezclábamos la
calistenia con prolongadas sentadas en los radiadores para descongelar las
partes.
Pocos lucían el buzo y el rompevientos azul
que determinaba el reglamento, se prefería el vaquero y las “flechas” sin mayor
identificación con una fajina deportiva.
Eso era para los varones, puesto que las niñas
se daban cita en el Colegio María Auxiliadora vistiendo una indumentaria
medieval y los poco eróticos bombachones; allí al imperio del silbato de la
seorita Rosario, realizaban marchas y contramarchas, al menos eso era lo único
que, en las exhibiciones anuales, podíamos ver.
No éramos cuarenta en primero, y nos
juntábamos de gente de todas las escuelas, pero no eran más que cuatro,
incluyendo la del Frigorífico de donde vino Górriz y Antuco. Hubo que modelar
rivalidades. Ese año –hago memoria que fue el 66- no hubo Quinto, puesto que un
tiempo antes, el incipiente colegio perdió un curso, cuando solamente Coco
Barrientos paso de tercero a cuarto y con tan pocos alumnos no se podía abrir
la división.
Se armaban partidos de fútbol y la mecánica
era unir a segundo con tercero, y cuarto con primero. ¿Y a que no se acuerdan
quiénes ganaban siempre?
Muy poquitos estaban de novios, no crecíamos
tan rápido por aquel entonces, pero nuestros celos se desarrollaban
tormentosamente en los celos que nos prodigaba el hecho de ser nuestras niñas
las que suspiraban cotidianamente por los gansos de
Domina mi recuerdo el trabajo del padre
Virgilio Campos, lo llamábamos “Poncho Negro”, con su infatigable 4L azul; el
mismo que una mañana -en que hubo golpe de estado- empujamos los patinadores
que así concurríamos al establecimiento durante julio, para verlo descender
raudamente sin atreverse a saber qué pasó luego.. ¡en la bajada de Los Yaganes!
Si había que juntarse a fumar, se elegía el
edificio que tenía Don Avelino en construcción sobre la calle Piedra Buena, y
en la esquina de lo que quedaba de la quemada farmacia de Mutio. A veces
aparecían los residuos plásticos de las incursiones sexuales de los
conscriptos, a los que no les faltaba nunca un par de ardientes partenaires.
Los lunes todos tenían algo que contar: que el
baile en la confitería Libertad, que Chimba y Bombolito, un viaje a Porvenir,
la audiencia de Telecómicos en la radio de Gallegos, un asalto, los cafés del
Villa.
La señora de González –el marido era Subprefecto-
nos quería hacer cantar
Scheison nos maravillaba con sus aparatos de
física, que finalmente nunca los mas chicos vimos funcionar.
Los guardapolvos blancos de ellas y, nosotros
con el infaltable sello de Lord Cheseline en la cabeza.
¡Temo tanto olvidarme de esos días que, ahora
que el tiempo ha tripilicado mis años de entonces, los escribo como un
reaseguro de mi memoria!
Éramos la clase díscola de la juventud del
pueblo, no podíamos estar a la altura de los santos varones que concurrían a
Y nos creció el bozo y la patilla, y no
salieron las ganas de vivir, de ser grandes antes que ser sabios.
En marzo del 68 volví a mi escuela, con mi
colegio. El Don Bosco comenzaba a funcionar en el Ceferino Namuncurá donde
había transcurrido la mayor parte de mi escuela primaria.
Los pisos se habían levantado para fabricar
tabiques elegantemente cepillados y barnizados, paredes que no habían podido
contener mi espíritu crecido, bancos en los que no cabría mi cuerpo mayor,
donde ya no sería lo mismo: mi libertad, ni mi tiempo.
LA FOTO se corresponde con la promoción de maestros de aquel 1968. Junto al profesor Godofredo Ludovico Videla formaban: Beatriz Arato. Miguel Ángel Castro, Elsa Aguilar, Federico Guifford, Teresa Mallada, Malvina Peñalver, Juan Carlos Bazot, Érika Rogel Gustabo Suarez y Graciela Molina.
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