Hoy entre todas madres quiero recordar a La
tía. Vivía sola en su casa, oculta del mundo cuando un día recibió la extraña
visita de su hijo mayor. Yo iba a verla pero el primo viejo apuraba el tranco y
pensé que tal vez fuera bueno dejarlos solos. Me entretuve conversando en el
negocio de al lado hasta que a los 40 minutos vimos pasar al visitante con la
cabeza baja, subió a su camioneta y partió.
La tía estaba llorando cuando me recibió. Había
una tasa café a medio consumir y un cigarrillo que se había ido gastando solo
en el cenicero. La tía me trataba de hijo desde la reciente muerte de mi madre.
Se dio cuenta de sus lágrimas cuando fui a besarla, entonces -nerviosa- se secó
la cara con el delantal.
La tía me sirvió café en su propio jarro,
mientras tomaba el que había dejado mi primo. -¡Es un pelotudo! Ese hijo mío es
un pelotudo. Es un pollerudo. ¡Me viene con cada tema! Y es que lo manda esa. Y acá
hacia referencias a la nuera. ¡Pero esta vez me hartó!
La tía dejó la tasa del café que estaba frío y
me arrebató su jarro diciéndome: -¡Dame mi café! Entonces volvió a llorar. -¡Me
hartó tanto que le crucé la cara de una cachetada! Es la primera vez que lo
golpeo en la vida...
La tía entró a justificarse: -Lloro porque es
un pollerudo, un pelotudo... ¡Pero lo que más vergüenza me da es que se haya
dejado golpear por una vieja!
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